Es uno de los pecados capitales
La envidia es una de esas emociones que, en función de cómo la enfoquemos, nos puede ayudar a progresar en la vida. Implica el deseo de emular alguna cualidad destacada o poseer algún bien que otro posee, y que por supuesto uno no dispone.
Existe la ENVIDIA MALA (o no tan sana)
Esa que corroe: “que vestido más bonito llevas hoy” (cuando interiormente se está pensando: “Quiero tener ese vestido. Que mal me sienta que ella lo tenga”). Pensamientos negativos que perjudican a quien los siente, que provocan el estar de mal humor, que incluso hacen enfermar: estar más nerviosos, más irritables… por no conseguir aquello que se desea y que otros tienen.
El sentimiento de envidia puede ir acompañado de un complejo de inferioridad, inseguridad e insatisfacción con uno mismo frente a los demás. Por eso es tan esencial fomentar la autoestima en los niños.
Por otro lado tenemos la ENVIDIA SANA
Se trata de dar la vuelta a la situación: “Que vestido más bonito llevas hoy”, “¿dónde lo has comprado?” «está bien conocer ese sitio, algún día me pasaré a ver si encuentro algo para mí».
Es otra actitud, que va muy de la mano de la empatía. Si conseguimos ser empáticos con los demás no sufriremos esa envidia que hace daño. Sabremos que “bueno, si no tenemos ese vestido quizás tenemos otra cosa”.
Entre los niños ¿hay envidia?
No es realmente envidia. Los adultos somos los que podemos fomentar que los niños tengan esa “envidia malsana”.
Hay familias que son envidiosas por naturaleza
Los niños cuando son pequeños no sienten envidia
Si quieren una cosa la cogen y punto. No tienen ningún problema: “yo quiero esto aunque no sea mío”. Eso no es envidia. Cuando van creciendo, ya con siete u ocho años, se alegran mucho de las cosas que hacen o tienen los otros niños: “que coche más chulo tienes”, “que bien que tienes la wii”…
Llegan a casa y piden eso que han visto y que les ha gustado a sus padres: “quiero un coche como el que tiene Gerardo”. Ahí es donde puede entrar esa envidia no tan sana: “nosotros no tenemos dinero y eso no nos lo podemos permitir», «mira qué familia, que tienen dinero y lo despilfarran»…
Los niños pequeños imitan constantemente la conducta de sus padres. Si los padres son envidiosos hay muchas posibilidades de que los hijos también lo sean. Es importante que los padres intenten evitar comportamientos y comentarios envidiosos para que los niños no puedan imitarlos o aprender ese tipo de conductas.
Los padres tienen la difícil tarea de enseñar a los hijos a saber diferenciar entra la envidia y la admiración:
No es lo mismo tener envidia de una persona que admirarla. Es bastante difícil para los pequeños entender este tipo de conceptos, que pueden llevarles a confusión.
Fuente: L’ofici d’educar de Catalunya Ràdio (10/08/14) / Imágenes: Flickr Florencia Cárcamo