La Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés) fue galardonada con el premio Nobel de la Paz en 2017. Se trata de una coalición de 300 organizaciones no gubernamentales que luchan en más de 100 países para que la comunidad internacional, y sobre todo las nueve potencias que cuentan con armas nucleares, se avengan a firmar un tratado para prohibir definitivamente el almacenaje y uso de esas armas. El Comité Noruego del Nobel reconoce de esta forma el trabajo que desde hace años realizan no sólo para lograr un mundo sin armas nucleares, sino también para dar visibilidad a los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki, los llamados hibakusha.
Tres de las ONG que forman parte de la campaña galardonada con el Nobel de la Paz son españolas: la Fundació per la Pau (FundiPau), la Asociación médica española para la prevención de la guerra nuclear y el Centro de Estudios por la Paz J.M. Delàs.
En octubre de 2015 el Centro Delàs para la Paz trajo a España, coincidiendo con el 70 aniversario del lanzamiento de las primeras bombas nucleares, a algunos de los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki, repudiados en su propio país, en Japón, durante décadas.
Los hibakusha, víctimas nucleares.
Lunes, 6 de agosto de 1945, 8:15h. de la mañana, el coronel Paul Tibbets, a los mandos del Enola Gay, da la orden de lanzar sobre Hiroshima una bomba atómica de uranio.
“Nos giramos para mirar la explosión, lo que vimos era mucho más de lo que esperábamos ―explica uno de los supervivientes que visitaron España en 2015―, vimos esa nube de polvo ardiente y escombros en forma de hongo en su parte superior. Debajo se escondían las ruinas de la ciudad de Hiroshima”. 80.000 personas murieron al instante, la mitad de la población de la ciudad. El 80% de los edificios quedaron destruidos.
Hibakusha, en japonés, de esta manera denominan allí a las personas que lograron sobrevivir a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Masashi Ieshima es uno de ellos: “apenas tenía tres años cuando explotó la bomba de Hiroshima”, explica. Cuenta que sólo conserva algunos recuerdos vagos de aquel día. En su memoria permanecen indelebles el destello cegador de la deflagración y las ruinas de la vivienda en la que residía. De forma casi milagrosa tanto él como su familia lograron sobrevivir. Su casa se encontraba tan solo a 1.800 metros de la zona 0.
Kuniko Kimura tenía cinco años el día que el Enola Gay lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima. Recuerda que en la mañana del 6 de agosto de 1945 estaba a punto de salir de casa, cuando un haz de luz deslumbrante y una violenta explosión redujeron su vivienda a escombros. Se hallaba a tan solo 1.700 metros de la zona 0. Kimura salió corriendo a la calle y pudo observar con desolación la dimensión de la destrucción ocasionada por la bomba atómica. Edificios destruidos, cadáveres abrasados y personas ―muchas de ellas heridas― corriendo desconcertadas sin saber a dónde dirigirse. Nadie sabía que acababa de ocurrir.
Tan solo unas horas después el presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, confirmaba que su país había utilizado por primera vez en la historia una bomba nuclear con fines militares: “Hace unas horas un avión americano ha lanzado una bomba sobre Hiroshima, que ha dejado de ser útil al enemigo. Esa bomba tenía más potencia que 20.000 toneladas de TNT”.
Tres días más tarde, el 9 de agosto de 1945, Estados Unidos detonaba otra bomba atómica, esta vez en Nagasaki. Murieron más de 60.000 personas. Una semana después al emperador Hirohito no le quedó otro remedio que aceptar la rendición incondicional de Japón, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial. Era la primera vez que los japoneses escuchaban la voz de su emperador.
Pero el término de la Segunda Guerra Mundial no puso fin al drama de los hibakusha. Miles de heridos fallecieron en los meses siguientes como consecuencia de las lesiones sufridas. La radiación a la que se vieron expuestos los supervivientes hizo además que muchos de ellos enfermaran y murieran en las décadas posteriores.
Masashi Ieshima explica que tras la destrucción de Hiroshima se comentaba que allí no volvería a crecer la hierba en al menos 75 años. Su familia se marchó inmediatamente de la ciudad, pero su padre tardó un año en abandonar Hiroshima. Una década después contrajo cáncer de estómago.
Kuniko Kimura relata una experiencia similar. Su madre padeció osteoporosis, y su hermano problemas cardíacos y renales. No puede asegurar con certeza que aquellas dolencias fueran consecuencia de la radiación, pero sí cree firmemente que sin las bombas su madre y su hermano habrían tenido una vida mejor y más larga.
Los hibakusha siguen viviendo con miedo, sin saber los efectos que 70 años después la radiación puede tener sobre sus organismos. Han tenido que soportar además el estigma social. En los años de la posguerra los problemas derivados de la radiación no eran bien conocidos, y los rumores decían que los hijos de los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki podían nacer con malformaciones o contraer cáncer a edad temprana.
Masashi Ieshima y Kuniko Kimura, siete décadas después de los desastres de Hiroshima y Nagasaki, siguen haciendo campaña para lograr la prohibición y la eliminación de las 17.000 armas nucleares que existen a día de hoy en el mundo.
“Las armas nucleares están fuera de control humano ―dice Kuniko Kimura―, no somos todopoderosos, y sigue habiendo riesgo de una detonación intencionada o accidental. Puede haber desastres naturales como el de Fukushima, o puede que armas nucleares caigan bajo control de agentes no estatales u organizaciones terroristas”.
Masashi Ieshima pide a las nueve potencias nucleares que hay en el mundo que abandonen la doctrina de la disuasión nuclear y eliminen sus armas atómicas, cuyo poder destructivo es hoy muy superior al de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Fuente: Entre paréntesis de Radio 5 (6/10/2017) / Imagen de portada: Foto: Facebook ICAN