El ciclo de vida de un producto.
La Unión Europea quiere impulsar una etiqueta en que de manera voluntaria las empresas certifiquen que sus productos tecnológicos se podrán reparar de manera sencilla durante un tiempo determinado. Si tira adelante será un primer paso para que sean los consumidores y el mismo mercado los que pongan límite a la obsolescencia programada de los aparatos que, por motivos de rentabilidad económica, se ha convertido en norma. ¿Por qué los productos electrónicos duran cada vez menos? ¿Cómo es posible que en 1911 una bombilla tuviera una duración certificada de 2500 horas y cien años después su vida útil se haya visto reducida a la mitad? ¿Es compatible un sistema de producción infinito en un planeta con recursos limitados?
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Qué es la obsolescencia programada.
La obsolescencia programada es limitar la durabilidad de los productos. Las empresas pueden directamente utilizar componentes, que saben que tienen una duración determinada de tiempo, y de esta manera se aseguran una rotación en las ventas.
Sabemos que hay categorías de productos, pero, independientemente de las piezas que se utilicen, es igual tanto en los de gama baja como en los de gama alta, se pueden programar para que duren el tiempo que la marca decida que duren.
Quienes primero descubrieron los beneficios de la obsolescencia planificada fueron los fabricantes de bombillas hace más de un siglo. Pero la estrategia se ha sofisticado con la utilización de componentes que se pueden programar informáticamente. Por ejemplo que una impresora no imprima más de “x” copias o que una lavadora no haga más de “x” lavados.
En el momento en que el aparato llega a ese límite, aunque el dispositivo físicamente pueda continuar funcionando, por software se ha decidido que ya se detenga y no se puede seguir utilizando.
¿Por qué tiramos los aparatos en vez de repararlos?
Lo que hacen los fabricantes es acortar de alguna manera la durabilidad de los productos y, además, cuando se estropean, ya lo tienen montado para que sea costoso repararlos. Proporcionalmente es tanto el coste que supone la reparación que el usuario preferirá comprar uno nuevo.
El fabricante primero limita la duración, y, además, si hay alguien lo pueda reparar ha de ser sólo el propio fabricante. A veces se utilizan técnicas como soldar componentes a una placa base de un dispositivo para que al usuario le sea más difícil coger ese componente y cambiarlo. Pero hay técnicas más sencillas como que uno no pueda sacar la batería del móvil, a no ser que sea una persona muy especializada.
¿Dónde acaba la basura electrónica? ¿Qué propone el Parlamento Europeo para poner freno a la obsolescencia programada?
Montañas de residuos electrónicos, de basura tecnológica, desechos de los países desarrollados que llegan a los países del tercer mundo para quedarse. Cambiamos los aparatos inservibles por otros nuevos sin saber el coste real que esa acción tiene.
El gran coste para la sociedad son los residuos que se generan. Cada aparato que lanzamos a la basura no lo acumulamos en nuestro país porque se va todo al tercer mundo, especialmente a África. Pero al final es igual si es en nuestro país o si es en otro, es nuestro planeta.
El Parlamento Europeo quiere luchar contra la obsolescencia programada de los aparatos tecnológicos con una etiqueta europea que incluya la durabilidad del producto. No sería una garantía de que no se va a estropear sino de que será posible repararlo. Un intento de poner freno a la espiral de comprar, tirar y comprar.
Al menos se certificaría con una etiqueta la durabilidad de un producto, y que de esa forma sea el usuario quien decida. ¿Escogerá el consumidor productos más duraderos pero más caros? Será él, bajo su consciencia, el que decida si colabora en seguir acumulando residuos o no.
Es algo que podría generar una competencia entre fabricantes, aunque hay quien es más escéptico. De entrada tendríamos una mejor imagen de marca, porque las empresas que se adhiriesen a esta iniciativa ya estarían transmitiendo que se preocupan por el medio ambiente. Pero por otro lado, si la competencia en un país del otro lado del mundo está haciendo todo lo contrario y sus dispositivos cuestan la mitad de precio… Es algo muy difícil de poder solucionar
¿Existen productos sin obsolescencia programada?
Existen aparatos que se pueden reparar y actualizar fácilmente, podemos encontrar móviles sin obsolescencia programada. Por ejemplo la firma Fairphone comercializa un teléfono modular y ético, que está expresamente diseñado para durar y para que sea fácil de reparar. El aparato tiene módulos reemplazables por otros en caso de avería o para mejorar las prestaciones. Además el fabricante certifica que los minerales que contiene no provienen de países en conflicto. De momento son iniciativas testimoniales que nadan a contracorriente.
Algunas iniciativas lo que intentan es que seamos conscientes de que el producto que estamos adquiriendo es un producto responsable: responsable con el medio ambiente, responsable porque a la hora de generar residuos esos residuos tendrán un trato adecuado.
Un estudio de la fundación FENISS (Fundación Energía e Innovación Sostenible sin Obsolescencia Programada) calcula que una familia podría llegar a ahorrar 50.000 euros a lo largo de toda una vida si los aparatos durasen más o si se diseñasen para ser reparados fácilmente.
¿Quién es el responsable, la sociedad o las empresas? ¿Estamos los consumidores dispuestos a cambiar de hábitos?
La investigación que se ha abierto este año en Francia en relación con la obsolescencia programada contra Apple, certifica que en Europa este país es la punta de lanza en esta lucha. Se castiga con hasta dos años de cárcel y multas de hasta 300.000 euros. Los fabricantes, sin embargo, continúan negando que haya prácticas deliberadas para reducir la vida de los aparatos.
Lo que sí es un engaño es que cuando un aparato podría durar tres años, por ejemplo, dure sólo dos, porque el fabricante por firmware o por software ha decidido que ha de durar menos.
Con todo, la obsolescencia programada ya no está tan mal vista por los usuarios cuando la tecnología no para de avanzar como es en el caso de los móviles. Van tan deprisa las cosas que aunque el Smartphone no haya dejado de funcionar ya lo queremos cambiar. Por tanto, si además nos deja de funcionar… nos hace sentir más tranquilos diciendo “es que ya toca cambiarlo”.
Tampoco es culpa todo de las empresas, al final es toda la sociedad. Estamos viviendo un momento en el que queremos muchos cambios, y si ahora sale otro modelo de móvil que nos dé más prestaciones lo cambiaremos.
Es labor nuestra educar a nuestros hijos y hacerles entender todos los problemas que estamos teniendo. Todos los problemas medioambientales y de cuidado del planeta de los que nadie se preocupa y que al final les quedarán a ellos.
Los consumidores interesados en estar a la última son una minoría.
Algunos expertos consideran que hay que cambiar la actitud de los consumidores, mientras que otros ponen la responsabilidad sobre todo en la industria. El porcentaje de consumidores que quiere un producto que, aún cuando pueda durar cinco años, se lo quiera cambiar cada dos años es muy menor en relación a la gran mayoría de consumidores que lo que quieren es un producto que cuanto más tiempo funcione mejor.
La bombilla de Livermore.
La bombilla más antigua del mundo lleva 117 años desafiando la obsolescencia programada. En 2015 celebró 1.000.000 de horas de servicio en el Parque de bomberos de Livermore en California.
La bombilla centenaria, situada en el parque de bomberos de Livermore, California, ha estado encendida desde que se instaló el 18 de junio de 1901. La bombilla original tenía una potencia de 60 vatios, pero ahora funciona sólo con 4 vatios 24 horas al día. Hecha con filamento de carbono y blanqueada a mano, la fabricó en Shelby, Ohio, la Shelby Electric Company, a finales de la década de 1890.
Su inusual longevidad fue notificada por primera vez en 1972 por el periodista Mike Dunstan. Después de semanas de entrevistar a personas que habían vivido en Livermore todas sus vidas, escribió «Light Bulb May Be World’s Oldest» y se puso en contacto con el Libro Guinness de los Récords, que confirmó que era la bombilla más longeva que se conoce.
La bombilla de Livemore es todo un reto para la obsolescencia programada. En mayo de 2015 llegó a 1.000.000 de horas de servicio y lo celebraron con una fiesta en su honor. Sólo ha sido apagada 22 minutos en estos 117 años. Y fue por un traslado. En 1976, los bomberos cambiaron de estación y, por miedo a dañarla, no la desenroscaron sino que cortaron el cable. Su traslado se hizo en una caja especial y escoltada por un grupo de bomberos.
En mayo de 2013, la gente pudo ver que la bombilla se había apagado, pero un lampista certificó que era un problema de la fuente de alimentación y, por tanto, no es que hubiera dejado de funcionar. Una vez reparada la avería se volvió a encender.
La bombilla está registrada por el comité Centennial Light Bulb, una asociación del Departamento de Bomberos de Livermore-Pleasanton, que ha habilitado una webcam para controlar su día a día.
La larga vida de la bombilla se ha atribuido a su baja potencia, al funcionamiento prácticamente continuo y al suministro de energía que se le dedica.
La bombilla es observada de forma continua por una cámara web compartida en el sitio web: www.centennialbulb.org/cam.htm
Documental ‘Comprar, tirar, comprar’ (2010). La historia secreta de la obsolescencia programada.
‘Comprar, tirar, comprar‘ ganó en 2011 el premio de la Academia de Televisión. Un interesante trabajo que revela como la mayoría de las empresas diseñan sus productos para que duren mucho menos, para así incentivar el consumo. Todo empezó con la bombilla. Tras la crisis económica de 1929 se propuso una ley cuya base era la obsolescencia programada. Pretendían que todos los productos tuvieran fecha de caducidad, para maximizar los beneficios y generar empleo. En ‘Comprar, tirar, comprar’ hablan empresarios, ingenieros, economistas, investigadores. Se recuperan voces como la de Thomas Alva Edison o Brooks Stevens.
¿Sabías que las bombillas se diseñan para durar 1.000 horas cuando podrían hacerlo durante más de cien años? ¿Y que un chip limita el tiempo de vida útil de las impresoras? ¿Y que las medias de nailon prácticamente irrompibles se dejaron de fabricar porque las mujeres no necesitaban comprar más?
‘Comprar, tirar, comprar’ viaja hasta el país africano de Ghana, donde llegan constantemente residuos desde occidente. La realizadora alemana Cosima Dannoritzer dirige este documental, en el que nos muestra las terribles consecuencias medioambientales de nuestro sistema que genera toneladas de residuos inútilmente. ‘Comprar, tirar, comprar’ nos recuerda también la falsa idea de la búsqueda de la felicidad a través del consumo desmesurado. Nos invita a conocer algunas salidas y soluciones que se están debatiendo para modificar estas prácticas insostenibles. ⭐▷Ver documental◁⭐
Él es Marcos, de Barcelona. Pero podría ser cualquiera, en cualquier otra parte. Se va a encontrar con algo que ocurre cada día en oficinas y hogares de todo el mundo. Una pieza de la impresora ha fallado, y el fabricante recomienda llevarla al servicio técnico: “Seguramente será difícil encontrar las piezas para poder repararla. Tienes impresoras desde 39 euros”.
No es casualidad que los tres vendedores sugieran comprar una nueva impresora. Si acepta, Marcos será una víctima más de la obsolescencia programada, el motor secreto de nuestra sociedad de consumo.
En este documental se revela cómo la obsolescencia programada ha definido nuestras vidas desde los años 20, cuando los fabricantes empezaron a acortar la vida de los productos para aumentar las ventas. Descubriremos que diseñadores e ingenieros se vieron forzados a adoptar nuevos valores y objetivos. Conoceremos una nueva generación de consumidores que está llevando la contraria a los fabricantes. ¿Es viable una economía sin obsolescencia programada y sin su impacto sobre el medio ambiente?
La bombilla de Livermore ha estado funcionando sin interrupción desde 1901. De momento, ya se han agotado dos webcams y la bombilla va por la tercera. En 2001, cuando la bombilla cumplió un siglo, Livermore organizó una gran fiesta de cumpleaños al estilo americano. La fórmula para un filamento de larga duración no es el único misterio de la historia de las bombillas. Un secreto mucho mayor es cómo y por qué este humilde producto se convirtió en la primera víctima de la obsolescencia programada.
Phoebus incluía a los principales fabricantes de bombillas de Europa y EUA, e incluso de lejanas colonias en Asia y África. En un principio, la meta de los fabricantes era una larga vida para sus bombillas. En 1881, Edison puso a la venta su primera bombilla. Duraba 1.500 horas. En 1924, cuando se fundó Phoebus, se anunciaban con orgullo 2.500 horas de vida útil y los fabricantes destacaban la longevidad de sus bombillas.
Más de 80 años después, Helmut Hoge, un historiador de Berlín, encuentra pruebas de las actividades del comité ocultas entre los documentos internos del cártel. Empresas como Philips en Holanda, Osram en Alemania, y Lámparas Zeta en España. Presionados por el cártel, los fabricantes realizaron experimentos para crear una bombilla más frágil que cumpliera con la nueva norma de las 1.000 horas.
La fabricación estaba rigurosamente controlada para asegurarse de que se cumplía la norma. Phoebus creó una complicada burocracia para imponer sus reglas. Los fabricantes eran multados severamente si se desviaban de los objetivos marcados. A medida que la obsolescencia programada surtía efecto, la vida útil empezó a caer. En solo dos años, pasó de 2.500 horas a menos de 1.500. En los 40, el cártel ya había conseguido su objetivo: una bombilla estándar duraba 1.000 horas. En las décadas siguientes, se patentaron docenas de nuevas bombillas, incluso una que duraba 100.000 horas, pero ninguna llegó a comercializarse.
En Barcelona, Marcos ha ignorado el consejo de los vendedores de reemplazar la impresora. Está decidido a repararla y ha encontrado a alguien en Internet que ha descubierto qué le ocurre a su impresora. Marcos ha contactado con el autor del vídeo.
La obsolescencia programada surgió al mismo tiempo que la producción en masa y la sociedad de consumo. Ya en 1928, una influyente revista de publicidad advertía: «un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios». De hecho, con la producción en masa bajaron los precios y los productos fueron más asequibles. La gente compraba por diversión más que por necesidad. La economía se aceleró.
En 1929, la crisis de Wall Street frenó en seco la incipiente sociedad de consumo y llevó a los EUA a una profunda recesión económica. Las colas ya no eran para comprar sino para pedir trabajo y comida. Desde Nueva York llegó una propuesta radical para reactivar la economía. Bernard London, un prominente inversor inmobiliario, sugirió salir de la depresión haciendo obligatoria la obsolescencia programada. Era la primera vez que el concepto aparecía por escrito. London planteaba que todos los productos tuvieran una vida limitada, con una fecha de caducidad, después de la cual se considerarían legalmente muertos. Los consumidores los devolverían a una agencia del gobierno para su destrucción. London creía que con la obsolescencia programada obligatoria las fábricas seguirían produciendo, la gente continuaría consumiendo y habría trabajo para todos.
Giles Slade está en Nueva York para saber más sobre la persona que está detrás de la idea. Se pregunta si con la obsolescencia programada, London pretendía maximizar los beneficios o ayudar a los parados. Dorothea Weitzner conoció a London en los años 30 durante una excursión familiar. De hecho, la idea de London pasó inadvertida y la obsolescencia obligatoria nunca se puso en práctica. 20 años más tarde, en los 50, la obsolescencia programada resurgió pero con un giro crucial: ya no se trataba de obligar al consumidor, sino de seducirle.
Esta es la voz de Brooks Stevens, el apóstol de la obsolescencia programada en la América de la posguerra. Este elegante diseñador industrial creó desde electrodomésticos hasta coches y trenes, contando siempre con la obsolescencia programada. A tono con la época, los diseños de Brooks Stevens transmitían velocidad y modernidad. Hasta su casa era inusual. Brooks Stevens viajó por todo EUA promoviendo la obsolescencia en charlas y discursos. Sus ideas cuajaron y tuvieron un amplio eco.
El diseño y el marketing seducían al consumidor para que deseara siempre el último modelo. Libertad y felicidad a través del consumo ilimitado. El estilo de vida americano de los años 50 sentó las bases de la sociedad de consumo actual. Hoy en día, la obsolescencia programada se enseña en las escuelas de diseño y de ingeniería. Boris Knuf da clases sobre el ciclo de vida del producto, el eufemismo moderno de la obsolescencia programada. Se enseña a los estudiantes a diseñar para un mundo empresarial dominado por un único objetivo: compras frecuentes y repetidas.
La obsolescencia programada está en la raíz del considerable crecimiento económico que el mundo occidental ha vivido a partir de los años 50. Desde entonces, el crecimiento ha sido el santo grial de nuestra economía. Serge Latouche, destacado crítico de la sociedad del crecimiento, escribe a menudo sobre sus mecanismos. Los críticos de la sociedad del crecimiento, alertan de que no es sostenible a largo plazo porque se basa en una contradicción flagrante.
Consultando manuales de instrucciones, Marcos se da cuenta de que los ingenieros determinan la vida útil de muchas impresoras al diseñarlas. Lo consiguen colocando un chip dentro de la impresora.
¿Qué opinan los ingenieros cuando tienen que diseñar un producto para que falle? El dilema se refleja en un clásico del cine británico de 1951, donde un joven químico inventa un hilo que no se desgasta nunca. El químico cree que ha conseguido un gran progreso. Pero no a todo el mundo le gusta el invento. Y al poco, le persiguen, no tan solo los dueños de la fábrica, sino también los obreros, que temen por sus empleos.
En 1940, el gigante químico Dupont presentó una fibra sintética revolucionaria: el nailon. Para las mujeres, las medias duraderas eran un gran progreso. Pero la alegría duró poco. Los químicos de Dupont tenían motivos para estar orgullosos. Incluso los hombres admiraban la resistencia de esas medias. DuPont dio instrucciones al padre de Nicols Fox y sus colegas. Los mismos químicos que habían aplicado todo su saber para crear un nailon duradero, siguieron la corriente de la época y lo hicieron más frágil. Ese hilo eterno desapareció de las fábricas igual que en el cine. ¿Qué opinaban los químicos de Dupont de reducir la vida de un producto deliberadamente?
La obsolescencia programada no solo afectó a ingenieros. La frustración de los consumidores se hizo eco en el clásico teatral de Arthur Miller, «Muerte de un viajante«. Como Willy Loman, los consumidores solo podían quejarse. Los consumidores no sabían que al otro lado del Telón de Acero, en los países del Bloque del Este, había una economía entera sin obsolescencia programada. La economía comunista no se basaba en el libre mercado sino que estaba planificada por el estado. Era poco eficiente y sufría una falta de recursos crónica. En ese sistema, la obsolescencia programada no tenía ningún sentido.
En la antigua Alemania del Este, la economía comunista más eficiente, las normas estipulaban que las neveras y las lavadoras debían funcionar durante 25 años. En 1981, una fábrica de Berlín Este empezó a producir una bombilla de larga duración. La presentaron en una feria internacional en busca de compradores occidentales. Los occidentales rechazaron la bombilla.
En 1989, cayó el muro de Berlín, la fábrica cerró y la bombilla de larga duración dejó de producirse. Ahora solo se puede ver en exposiciones y museos. 20 años después de la caída del muro de Berlín, el consumismo desenfrenado se da tanto en el Este como en el Oeste. Con una diferencia: en la era de Internet, los consumidores están dispuestos a luchar contra la obsolescencia programada.
Una abogada de San Francisco, Elisabeth Pritzker, oyó hablar del video y decidió demandar a Apple por el tema de la batería del iPod. Medio siglo después del caso del cártel, la obsolescencia programada llegaba a los tribunales. Buena parte de esos iPods tenían problemas con la batería y sus propietarios estaban dispuestos a ir a los tribunales. Uno de ellos era Andrew Westley. En diciembre de 2003, Pritzker presentó la querella ante el tribunal del condado de San Mateo, a un tiro de piedra de la sede central de Apple. Después de meses de tensión, las partes llegaron a un acuerdo. Apple creó un servicio de recambio y prolongó la garantía a dos años. Los querellantes recibieron una compensación.
La obsolescencia programada provoca un flujo constante de residuos que acaban en países del tercer mundo como Ghana, en África. Un tratado internacional prohíbe enviar residuos electrónicos al tercer mundo pero los mercaderes usan un simple truco: declararlos productos de segunda mano. Más del 80% de los residuos electrónicos que llegan a Ghana, no se pueden reparar y acaban abandonados en vertederos por todo el país.
Hoy en día, aquí no hay niños jugando después de clase. En su lugar, jóvenes de familias pobres vienen a buscar chatarra electrónica. Queman la funda de plástico de los cables, para obtener el metal que llevan dentro. Los niños más pequeños rebuscan en los restos para encontrar cualquier pequeño trozo de metal que los mayores hayan olvidado.
Gente de todo el mundo ha empezado a actuar contra la obsolescencia programada. Mike Anane lucha desde el final de la cadena. Ha empezado recopilando información. Mike convertirá esta información en pruebas para una denuncia ante un tribunal.
Marcos está en Internet de nuevo buscando cómo alargar la vida de su impresora. Una web de Rusia parece ofrecer un software gratuito para impresoras con un chip contador. El programador se ha tomado la molestia de explicar su motivación personal. Marcos no sabe qué puede pasar pero decide bajarse el software de todos modos.
Desde un pequeño pueblo en Francia, John Thackara lucha contra la obsolescencia programada ayudando a gente de todo el mundo a compartir ideas de negocio y de diseño. Uno de ellos es Warner Philips, descendiente de los fabricantes de bombillas. Casi un siglo después del cártel de la bombilla, Warner Philips sigue la tradición familiar pero con una perspectiva diferente: fabrica una bombilla LED que dura 25 años. También se puede luchar contra la obsolescencia programada replanteando la ingeniería y la producción de los productos. Un concepto nuevo: «de la cuna a la cuna». Afirma que si las fábricas funcionaran como la naturaleza, la propia obsolescencia quedaría obsoleta.
El ciclo natural produce en abundancia pero las flores caídas y las hojas secas no son residuos sino nutrientes para otros organismos. Braungart cree que la industria puede imitar el ciclo virtuoso de la naturaleza y lo demostró al rediseñar el proceso de producción de una fábrica textil suiza. Braungart descubrió que la fábrica usaba, por inercia, cientos de tintes y productos químicos muy tóxicos. Para fabricar los nuevos tejidos, Braungart y su equipo redujeron la lista a solo 36 sustancias todas biodegradables.
Para los críticos más radicales de la obsolescencia programada, no basta con reformar los procesos productivos, quieren replantear nuestra economía y nuestros valores. Esta revolución se llama «decrecimiento«. Serges Latouche viaja de charla en charla explicando cómo abandonar la sociedad de crecimiento. Los críticos del decrecimiento temen que destruirá la economía y nos llevará de vuelta a la Edad de Piedra.
Marcos está instalando el freeware ruso en su ordenador. Con el nuevo programa, puede poner a cero el chip contador de la impresora. La impresora se desbloquea inmediatamente.
Apple y Samsung, las primeras empresas multadas por obsolescencia programada.
(Actualizado 25/10/2018)
Las multas a Apple y Samsung por obsolescencia programada son las primeras que se imponen en el mundo por este concepto. Los dos gigantes de la telefonía móvil han sido multados por la autoridad italiana de la competencia. Los acusa de «prácticas comerciales injustas» relacionadas con la llamada obsolescencia programa, que consiste en hacer que los aparatos dejen de funcionar o funcionen peor, para obligar al consumidor a comprar otros nuevos.
La estadounidense Apple deberá pagar 10 millones de euros, y la surcoreana Samsung, 5 millones de euros. En concreto, la Autoridad Garante de la Competencia y del Mercado (AGCM) de Italia acusa a las dos empresas de promover actualizaciones del sistema operativo de los teléfonos móviles que empeora el rendimiento.
«[Apple y Samsung] han llevado a cabo prácticas comerciales injustas para obligar a los consumidores a descargar algunas actualizaciones en sus teléfonos móviles que causaron graves disfunciones y redujeron significativamente su funcionamiento, acelerando así su sustitución por productos más recientes».
En el caso de Samsung, hace referencia a la actualización a Android 6.0 «Marshmallow» de los teléfonos Galaxy Note 4, sin avisar que podía causar errores que obligarían a reparar los aparatos, que, en su mayoría, ya estaban fuera de garantía.
En el caso de Apple, hace referencia a la actualización al iOS 10 por parte de los usuarios del iPhone 6 sin avisar que consumía mucha más energía y podía causar «paradas repentinas» del aparato.
La multa a Apple dobla el importe de la de Samsung porque la AGCM considera que la compañía de Cupertino no informó sobre la vida útil de las baterías de litio ni sobre algunos factores que podían deteriorar su funcionamiento.
Apple se enfrenta a denuncias en otros países por motivos similares. De hecho, a raíz de estas denuncias reconoció los hechos y puso en marcha una campaña de sustitución de baterías de iPhone.
Fuente: Secció “Els diners” del Telenotícies vespre de TV3 (27, 28, 29 i 30/08/2018). Imagen de portada: flickr Andrés Nieto Porras
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