Inteligencia emocional es hacer coherente el instinto, la emoción y el pensamiento

Nacemos inocentes, sin emociones mezcladas, sin dudas, sin miedos, sin mentiras…

Nacemos llenos de curiosidad, y dotados de las emociones que nos ayudan a conectar con los demás y a descubrir el mundo. Cuando somos niños nos guía esta pasión por vivir. A partir de entonces ¿qué nos pasa? En los primeros años de vida se conforman los grandes patrones emocionales que nos rigen, el amor y la curiosidad. Aprendemos si somos dignos de ser amados y si merece la pena amar. Si el mundo es un lugar que quiero explorar, o si al contrario es preferible esconderse y cerrarse a los demás.

Y es que los primeros cinco años de vida son una vida entera

Por eso, si en esos años nuestro entorno es agresivo o inseguro, entramos en modo de supervivencia. En el futuro tenderemos a desconfiar, a encerrarnos en nosotros mismos, a perder la ilusión. Y esto nos afectará física y mentalmente. Esto nos pasa a todos los seres vivos. Necesitamos por encima de todo sentirnos seguros y amparados, es decir conectados con los demás. Más allá de la pura supervivencia solo florecemos si nuestras necesidades emocionales, en especial las de protección y afecto, están atendidas.

La gente solo envejece mental y emocionalmente cuando pierde su curiosidad y su capacidad de amar. Para evitarlo necesitamos entornos que potencien las emociones positivas. En el vídeo Elsa Punset nos da sugerencias para crearlos. No es magia, es inteligencia emocional.

Es evidente que tan importante como aprender a leer, a escribir o a sumar, es la capacidad de reflexionar, controlar nuestros impulsos, saber si estamos tristes o sentir empatía con los otros

Estos son cuentos muy interesantes. Están pensados para trabajar las emociones con los más pequeños, principalmente el autoconocimiento y el autocontrol. Dar nombre a lo que se siente es una forma de empezar a conocerse a uno mismo y, por tanto, una forma de madurar.