Las personas tendemos a comportarnos atendiendo a la visión que tenemos de nosotros mismos. Las fuentes que tu hijo tiene para saber cómo es él sois sus personas más cercanas: familia, amigos y profesores. Si le etiquetas diciéndole que es travieso, desordenado, maleducado, malo, vago, marrano, desconsiderado, egoísta, poco hablador… lo interioriza tal cual. Y se lo cree.
Vuestro hijo va a creer todo lo que vosotros le trasladéis. Se lo empezará a cuestionar cuando llegue a la adolescencia, pero por desgracia para entonces ya será tarde. Se sentirá inferior, feo, inútil y muchas cosas más.
¿Qué imagen te gustaría que tu hijo tenga de sí mismo? Es de suponer que quieres que se guste, que se valore, que sepa que es maravilloso… algo difícil de conseguir si le asignas según que etiquetas.
Tú, como padre o madre, ¿quieres un hijo sumiso o quieres un hijo feliz? La respuesta es obvia, y por eso has llegado a esta publicación. Ayúdale a tener sus propios gustos, aficiones y motivaciones, enséñale respeto, respetándole a él y sus necesidades.
¿Qué encontrarás en este artículo?
¿Qué son las etiquetas?
Etiquetar es en cierto modo una forma de ‘prejuzgar’ a las personas. Poner etiquetas a la gente siempre ha sido una ‘costumbre’, pero en la actualidad resulta muy fácil y rápido etiquetar a las personas gracias a las redes sociales y a Internet.
Una etiqueta, como su nombre indica, marca. Y puede marcar para bien o para mal. En el siguiente vídeo Jorge de los Santos, filósofo, pensador y crítico cultural, nos habla acerca de las etiquetas. Explica qué son, qué importancia tienen en la sociedad y cómo se les da uso como forma de identificar y categorizar a las personas.
El peso de las etiquetas para los niños
«Es clavadito a su padre». «Tiene el mismo carácter que su abuela». «Es tan guapo como su madre»…
Sí. Ya desde la cuna asignamos a los niños las primeras etiquetas. Si todos consideramos que un bebé es «clavadito a su padre», y el pequeño crece escuchándolo, al final, nos guste o no, acabará pareciéndose a su progenitor perdiendo por el camino su derecho a ser él mismo.
Las etiquetas que «colgamos» a los niños desde que nacen tienen un impacto muy grande en ellos y en cómo se va a desarrollar su personalidad. El peso que las etiquetas tienen es tal que acaban convirtiéndose en conductas asumidas, sean ciertas o no.
Un niño que crece escuchando que es desobediente acaba asumiendo que eso es cierto. Es su papel en la familia, y entiende que ha de cumplir las expectativas y el rol que se le ha asignado y que le dicen y recuerdan constantemente sus adultos de referencia. No se le deja otra opción que ser desobediente.
Poner etiquetas a un niño no es dar una opinión, es colgarle un «sambenito» sobre cómo actúa o cómo reacciona. Esa etiqueta será la responsable de que ese niño se convierta en lo que hemos decidido que es, toda una profecía autocumplida, impidiendo que saque a la luz otros aspectos de sí mismo y haciéndole muy difícil que descubra quién es en realidad y que desarrolle todas sus capacidades.
Etiquetas negativas, ¿positivas? y con doble sentido
Existen tres tipos de etiquetas:
Etiquetas negativas: con ellas se censura y desaprueba al niño haciendo que baje su autoestima. Son calificativos como: «gorda», «gandul», «vago», «maeleducado»…
Etiquetas positivas: aprueban de forma exagerada alguna habilidad. Afectan al niño ya que muchas veces no será capaz de llegar a la altura de lo que se pretende de él. El niño, para tener la aprobación de quienes le rodean, ha de renunciar a otras parcelas de sí mismo. Su autoestima se sostiene en función de los juicios que recibe. Son calificativos como: «eres el mejor», «eres el más guapo», «eres el más responsable»…
Etiquetas con doble sentido: son aquellas con connotaciones negativas pero que se dicen con orgullo. Llevan implícito un mensaje contradictorio, algo que se clasifica como negativo es valorado y ensalzado por los adultos. Son calificativos como: «trasto», «granujilla», «bribón»…
Etiquetas habituales que ponemos a los niños
«¡No seas maleducado!» | ¿De verdad estás seguro de que tu hijo es un maleducado? ¿Qué es en realidad para ti que un niño sea o esté bien educado? ¿Qué sin rechistar se coma lo que le ponen en el plato? ¿Qué recoja los juguetes sin necesidad de que se lo tengan que decir dos veces? ¿Qué se comporte de manera «formal» mientras los mayores charlan tan a gusto, aunque el pobre se esté aburriendo como una ostra o se le ignore? ¿Qué saque buenas notas?
Consideras a tu hijo «maleducado» cuando no se comporta como a ti te gustaría que lo hiciera, y en realidad maleducado es quien falta al respeto. Cuando etiquetas así a tu hijo eres tú quien le está faltando al respeto. ¿No será que te resulta más cómodo tener un hijo sumiso?
«¿Ya estás pidiendo otra vez?… ¡Qué caprichoso!» | ¿Es que ahora resulta que cuando alguien insiste en lo que quiere es un caprichoso? Se supone que todos los padres queremos que nuestros hijos tengan sueños y que luchen por ellos, que expresen sus gustos y necesidades… pero claro, si insisten pidiendo algo que quieren… ¡Entonces se convierten en caprichosos!
Al igual que cuando tú no consigues algo (tus cosas de mayores) te frustras, te entristeces y te enfadas… Tus hijos quieren cosas de niños… Todos, mayores y pequeños, nos sentimos decepcionados en situaciones similares.
Educar a un niño no consiste sólo en poner normas «de obligado cumplimiento», sino también en ser capaz de acompañarlo en su frustración. Piensa por un momento en cuando tú esperas conseguir algo y no lo logras: ¿Cómo te sientes? Pues tu hijo se siente igual, aunque lo manifiesta de otra forma.
«¡Calla ya! ¡Eres un pesado! ¿Qué quieres ahora?». «¡Hoy estás pesadito!, ¿eh?» | Con esta etiqueta (tan pesada) llevas a tu hijo a sentirse poco respetado, poco querido, poco valorado. Esta afirmación despierta en él la sensación de que no es importante y de que nadie le hace caso.
¿Y si en vuestro próximo trayecto en coche, cuando por enésima vez escuches eso tan familiar para todos de «mamá, ¿falta mucho?», en lugar de perder los nervios te serenas, respiras, y te pones en el lugar de tu hijo dándote cuenta de que él carece de tus referencias temporales y espaciales? Tú vas conduciendo, entretenida, quizás escuchando música o hablando con el copiloto. Tú sabes a dónde vas y cuánto esperas tardar, pero tu hijo va sentado detrás, aburrido, viendo pasar árboles por la ventanilla.
«¡Mira que llegas a ser vago!» | ¿Por qué le dices a tu hijo que es vago? ¿Se lo dices si no hace lo que tú quieres cuando tú quieres?
Llamamos vagos a nuestros hijos por no ayudar a poner la mesa, por no ayudar a hacer su cama, por escurrir el bulto a la hora de hacer los deberes o de recoger los juguetes… Los niños necesitan vivir la vida como niños, con tiempo para divertirse jugando, para descansar y, sobre todo, para aburrirse. Tu hijo no es un robot al que presionas un botón y se pone en marcha, por ello no lo etiquetes por no serlo.
Hay un tiempo para cada cosa y formas de pedir y negociar. Desarrolla tu asertividad y tu capacidad de negociación para que tu hijo aprenda de tu ejemplo.
Si agobias a tu hijo llamándole «vago», obligándole a hacer ciertas tareas cuándo, cómo y porque tú lo dices, sin hacerle ver la conveniencia de la colaboración de todos los miembros de la familia, y además lo haces con malas maneras, lo único que vas a conseguir es que aborrezca colaborar y aborrezca también tus maneras al exigírselo.
«¡Lo que le ocurre a este niño es que es un mimado!» | ¿Es malo haber sido mimado? ¿Qué se considera un exceso de mimos? Todos necesitamos mimos. Al llamar mimado a un niño se le transmite que tal vez no es merecedor de esos mimos o que los mimos en sí son malos o contraproducentes.
Para fomentar una buena autoestima en nuestros hijos y crear con ellos un vínculo sano hemos de ofrecerles mimos siempre. «Me dan mimos porque me los merezco, y los demás también se merecen que yo les mime».
No es lo mismo darle mimos a tu hijo que dejarle hacer lo que quiera, sin límites respetuosos. Como padres nuestra labor es encontrar ese equilibrio. Nunca le niegues a tu hijo un mimo, los necesita; y, si se los das, nunca se lo eches en cara.
«¡Es más bueno! Toda la noche duerme de un tirón, no llora nunca y se entretiene él solito…» | Esta es probablemente la primera etiqueta que se le cuelga a un bebé durante los primeros días de vida. ¿Qué es ser un niño bueno o un niño malo?
Antes de ponerle a tu hijo este calificativo, detente un momento a pensar en las grandes diferencias que hay entre tu hijo y una persona mala de verdad. Verás entonces cómo con semejante juicio puedes dañar su autoestima.
«¡Qué llorón! Otra vez estás como siempre…» | Llorar es una herramienta de comunicación, además de ser algo necesario, natural y, sobre todo, sano para el equilibrio emocional. ¿Por qué entonces nos empeñamos en estigmatizar a alguien que necesita expresarse de esa manera?
Si etiquetas a tu hijo como llorón le haces creer, y por lo tanto asumir, integrar y aceptar, que llorar es malo, que está mal visto, que es incorrecto o inadecuado. Más adelante, cuando le sea complicado expresar sus emociones, nos podemos encontrar con serios problemas.
Seguro que te has encontrado diciendo alguna vez, cuando alguien se ha puesto a llorar delante tuyo: «Venga, que no pasa nada», «Tampoco es para tanto»… Si fueras tú quien llora y te lo dijeran, ¿cómo te sentirías?
Cuando intentamos consolar a alguien que llora con palabras como esas lo que en realidad le estamos diciendo es NO LLORES, porque lo que ocurre es que nos sentimos incómodos con su llanto (recuerda que a nosotros también nos educaron para «no llorar»). Estamos transmitiendo que no sabemos cómo resolver esa situación y que no sabemos acompañarle en su dolor. Por ello la mejor solución para que nosotros no sintamos incomodidad es que él se trague su dolor (como nosotros hacemos) y nos ahorre ese mal trago. No estamos consolándole sino que nos estamos comportando de manera egoísta.
Cuando tu hijo llore párate a ver qué le ocurre, escúchale, atiéndele, acógele, abrázale y acompáñale en su pesar, sea por el motivo que sea. Quizás a ti te parecerá una tontería, pero en el micro-mundo de tu pequeño seguramente ha ocurrido una catástrofe.
Jamás juzgues a tu hijo por llorar y, mucho menos, le cuelgues la etiqueta por hacerlo.
Cómo puedes evitar poner etiquetas a tus hijos
Ya has visto qué son las etiquetas y cómo afectan a nuestros hijos. Quizás te has descubierto usando alguna como las de los ejemplos anteriores, y, en consecuencia, te estarás preguntando cómo puedes evitarlas.
Puesto que las etiquetas provienen de tu propia interpretación de lo que es tu hijo, de una falta de conciencia sobre esa personita que tienes ahí delante, te propongo los siguientes recursos (te ayudarán a ver a tu hijo tal y como es):
Sé consciente de tus propias emociones y de tu estado de ánimo | Entiende lo que sientes y hazte consciente de tu propio estado. Lo que interpretas es parte de ti, no de tus hijos.
Porque si te sientes bajo presión, estresado o cansado, vas a tener mucha menos paciencia y a nada que tus hijos empiecen a revolotear alrededor tuyo te vas a crispar y te van a empezar a parecer unos pesados o unos desobedientes, su tono de voz te va a molestar y vas a sentir que son unos gritones.
Sentir, parecer… no quiere decir que lo sean, sino que tú los percibes así.
Huye de las comparaciones. Evítalas | Cada niño es un mundo, incluso entre gemelos o mellizos hay muchas diferencias de personalidad. Cada niño es único e irrepetible, y ninguno es ni más ni menos que otro.
Haz referencia a las conductas evitando las descalificaciones | Es distinto si le dices a tu hijo: «¡Eres un despistado! ¡Ya te has vuelto a dejar la chaqueta en el colegio!». En este caso es una descalificación que acabará asumiendo como una característica de su persona, y por tanto la chaqueta volverá a quedarse olvidada en clase sin que pueda hacer nada por remediarlo.
Que si le dices: «¿Has vuelto a dejar la chaqueta en el colegio?». En este caso la expresión hace referencia a un hecho, y eso le permite reconducir la situación y poner atención en que no vuelva a ocurrir.
Tú eres tú, yo soy yo y mis circunstancias propias | Es posible que si para ti es importante que en tu armario esté todo perfectamente organizado, pero tu hijo no tiene esa necesidad, pienses de él que es un dejado o un desordenado.
¿Y si, en lugar de procurar que él se vuelva como tú, eres tú quien se muestra algo más flexible? La realidad es que a ti no te afecta en tu propio orden si su armario es un desbarajuste.