Levantarse con el pie izquierdo, gatos negros, sal derramada, espejos rotos, cruzar los dedos, tocar madera, el número 13, pasar por debajo de una escalera, no ver a la novia antes de la boda, brindar con agua, poner el pan al revés, abrir un paraguas dentro de casa, que se te cague encima un pájaro, encontrar una moneda o un trébol de cuatro hojas…
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Son muchas las circunstancias por las que un supersticioso puede creer que tendrá mala suerte o que, por el contrario, algo bueno se le puede presentar.
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Qué es la conducta supersticiosa
Una conducta supersticiosa la podemos definir como el establecer o el crear una relación causal entre dos cosas que en realidad no la tienen. Sería por ejemplo el decir «si yo hago ‘x’ pasará ‘y’» o «si no hago ‘x’ pasará tal cosa.
Pensar que «si paso por debajo de una escalera me pasarán cosas malas durante el resto del día» sería una muestra de conducta supersticiosa: una relación causal que no es real.
El experimento de las palomas de Skinner
El experimento de las palomas de Skinner es un ejemplo maravilloso de cómo podemos aprender sobre la conducta de las personas estudiando a los animales.
En el año 47 Skinner descubrió que las palomas podían tener conductas supersticiosas y hacer rituales para conseguir comida. Él tenía un grupo de palomas ―cada una en su jaula― con unos dispensadores que les proporcionaban comida a intervalos de tiempo fijos: cada ‘x’ tiempo caía una pelotita de comida.
Skinner y sus colaboradores se quedaron sorprendidos cuando de repente vieron a las palomas hacer unas cosas rarísimas. Por ejemplo, había una paloma que cuando se aproximaba el momento de que le cayese la comida empezaba a dar vueltas en círculo en torno a la jaula. Había otra que empezaba a contorsionar el cuello. Otra picoteaba tres veces el botón y luego dos, siempre… Estos comportamientos se encontraron en el 75% de las palomas (en ¾ partes).
Skinner se quedo pensando, porque esa conducta se creía que era exclusiva de los humanos. Se tenía la idea de que solo las personas podíamos tener supersticiones.
Lo que había ocurrido es que las palomas, de una forma errónea, habían asociado ciertos comportamientos que realizaban ellas justo antes de que casualmente cayera la comida con la caída de la comida. Las aves percibían que la caída de la comida era consecuencia de lo que ellas hacían.
Además, como el animal al cabo de unos pocos ensayos podía calcular más o menos cuando iba a caer la comida ―porque la comida caía a intervalos fijos―, la paloma «razonaba» que si cada ‘x’ tiempo daba un círculo en torno a la jaula o movía la cabeza de una manera determinada o picoteaba tres veces y luego dos… entonces iba a caer la comida.
La paloma establecía lo que se llama una falsa relación de contingencia, una relación entre su conducta y una consecuencia.
Este es un fenómeno que permite explicar todas las conductas supersticiosas que encontramos por ahí, por ejemplo la creencia de llevar unos calzoncillos de la suerte a un examen, sacar al santo para que llueva, etcétera.
De qué depende ser más o menos supersticioso
Ser más o menos supersticioso depende por un lado de las propensiones individuales. Hay personas que son más susceptibles que otras a la sugestión y a encontrar relaciones entre sucesos. Existen algunas investigaciones que lo correlacionan un poco ―aunque no de manera muy fuerte― con la creencia en conspiraciones, en pensamiento mágico… Evidentemente no todos tenemos la misma predisposición.
Y también pesa mucho el entorno cultural. Cuando una persona aprende a manejarse por el mundo lo aprende de su cultura, de su comunidad. Con lo cual, las supersticiones integradas en su comunidad esa persona tiene más probabilidades de asumirlas como propias.
Por qué se originan las supersticiones
Las supersticiones forman parte de la cultura de un territorio. En España por ejemplo que se cruce un gato negro es una superstición. También lo es el pasar bajo una escalera, el que se rompa un espejo, el que se caiga la sal… son todo cosas que dan mal fario.
Son probablemente sucesos que ocurrieron a alguien en algún momento, como por ejemplo pasar por debajo de una escalera y tener un día pésimo… que la persona en cuestión atara cabos y pensara que eso le había ocurrido de algún modo por pasar por debajo de la escalera… Las personas somos seres muy simbólicos y en todo buscamos significados.
Eso se transmite verbalmente, lo que Skinner llamaba la comunidad verbal. Y una cosa muy importante que tienen las reglas verbales es que a menudo son mucho más potentes incluso que la exposición a la realidad.
Además son reglas que se autoconfirman. Si yo por ejemplo no paso por debajo de una escalera cuando voy por la calle y a continuación no me ocurre nada… puedo tomar eso como evidencia confirmatoria.
Decir también que el supersticioso usa las supersticiones tanto para alejar lo malo como para atraer la suerte:
- «No paso por debajo de la escalera porque me ocurriría luego algo malo».
- «Compro mi décimo de lotería en esta administración porque así hay más probabilidad de que sea premiado».
Hay administraciones de lotería en las que se forman colas increíbles para comprar números, sobre todo en sorteos señalados como puede ser el de Navidad.
En realidad, cuando luego se miran las estadísticas de esas administraciones tan populares, tienen un número de premios gordos consistente con el número de boletos que venden.
En el fondo un supersticioso lo que intenta es controlar su entorno. Tenemos supersticiones porque nos dan una sensación de seguridad, de control sobre el mundo ―control en el sentido de poder predecir, anticipar y modificar las cosas que nos pasan―. De ahí el pensar que si hago esto puedo evitar que me ocurran cosas malas o si hago esto otro puedo atraer cosas buenas.
Y como además tendemos a comportarnos de una forma que se cumplen nuestras expectativas ―lo que se llama la profecía autocumplida― pues muchas veces de una forma no voluntaria o no consciente conseguimos que además las supersticiones aparentemente se validen porque nunca las ponemos a prueba.
Pero sin embargo cada vez que se han hecho pruebas para ver si los amuletos o las conductas supersticiosas tienen verdaderamente efectividad, lógicamente el resultado ha sido que no.
¿Puede resultar perjudicial ser excesivamente supersticioso?
En primer lugar hay que valorar si el hecho de ser supersticioso o supersticiosa tiene realmente un impacto en la vida de la persona.
Hay personas que tienen bastantes de estas pequeñas supersticiones pero que son inofensivas y no les hacen daño. En ese caso no hay que hacer nada.
Si en cambio una persona se viera afectada en su día a día por una superstición, porque eso le causase una interferencia con su capacidad de funcionar, sería diferente. Por ejemplo: «No puedo salir de mi casa porque mi vecino tiene un gato negro que sale cada dos por tres al rellano»…
Ahí eso habría que abordarlo como probablemente cualquier problema de pensamiento obsesivo o de compulsiones, en cuyo caso el tratamiento de elección sería exponer a la persona a las posibles consecuencias temidas para que vea que no se producen, de forma que el control que esa regla tiene: «Si me cruzo con un gato negro me ocurrirán cosas malas» se vea debilitado.
Esa persona lo pasará mal si tiene ese grado de superstición, pero de lo que se trata es de poner a prueba esa hipótesis: «¿Verdaderamente cruzar ante un gato negro va a hacer que tu día sea peor?».
¡Ojo! Que es muy probable que la persona en cuestión preste entonces mucha más atención a los acontecimientos negativos que le puedan pasar en ese día buscando la confirmación de que efectivamente el gato del vecino es el culpable de todas sus desgracias.
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