El ser humano está diseñado para crear y vivir todo tipo de emociones, tanto emociones negativas como positivas. Darse cuenta de que uno puede sentirse mal es entender que uno, en definitiva, es humano.
El creador de la terapia racional emotiva, Albert Ellis, definió las emociones como sucesos mentales, fisiológicos y conductuales.
En una aproximación más científica diríamos que estamos ante complejos estados del organismo en los que una perturbación origina una respuesta neurofisiológica.
Las emociones se producen por la interpretación que realiza el neurocórtex de la información de que disponemos de los acontecimientos externos e internos. Reflejan nuestro mundo interno, nos informan de cómo vivimos, nos indican cómo estamos evaluando las situaciones que vivimos, y dirigen una gran parte de nuestras conductas.
La carga genética de cada persona y sus experiencias le llevan a expresar sus sentimientos de una forma personal. Cada uno interpreta la realidad de manera diferente a los demás, es decir, las emociones son subjetivas. Eso nos lleva a veces a molestarnos, no por la conducta de alguien en particular, sino por lo que nosotros pensamos de su conducta y de nosotros mismos. Por eso es importante aceptar y detectar nuestras emociones, para expresarlas en el momento, la forma y el lugar adecuados.
Aceptarlas, que no luchar contra ellas. Porque eso aumentaría nuestro malestar. Una buena forma de hacerlo es reconocer los pensamientos que las mantienen y modificarlos. Las emociones primarias son básicas, son respuestas viscerales, rápidas, fundamentales, y saludables aunque sean emociones negativas.
Esas llamadas emociones negativas, que a veces rechazamos, cumplen una importante función en nuestra estabilidad psicológica.
En las últimas décadas hemos rechazado ciertos sentimientos como la vergüenza, la culpa, el sentimiento de fracaso o de frustración. Hemos rechazado también el sentimiento del desamor, porque todos teníamos que estar enamorados. Y también hemos denostado la terrible y temida envidia.
Nuestro mapa emocional es como una ensalada, y al rechazar esos sentimientos hemos dejado esa ensalada a medio hacer. Eso es algo que nos ha descompensado emocionalmente y colectivamente. Estamos asentados en los sentimientos exclusivamente positivos, cuando los malos tienen una función.
Las emociones negativas son saludables
Sentirlas es algo natural, e incluso útil para la vida cotidiana. El miedo, la culpa, la tristeza, la vergüenza… son nuestra defensa contra las amenazas externas y nos ayudan a enfrentarlas.
Al igual que la fiebre o el dolor nos indican que algo nos ocurre a nivel físico, las emociones negativas desempeñan una función en nuestra vida, porque nos ayudan a relacionarnos y a adaptarnos al mundo que nos rodea. Son algo así como programas que alertan sobre el hecho de que algo no va bien.
Cada emoción por tanto tiene una funcionalidad de carácter adaptativo. Por eso debemos tener un tiempo para sentirlas, y no tratar de negarlas. Si no las gestionamos de manera adecuada, pueden volver a surgir y generar un gran malestar psicológico.
Susana Méndez Gago, en su ensayo La bondad de los malos sentimientos, ya advertía hace algún tiempo como la crisis había despertado esas emociones negativas tapadas durante años en una sociedad, tal vez, demasiado complaciente.
Empezamos a enfrentarnos a emociones que han estado siempre en nosotros, pero que han estado aparcadas. La angustia empieza a salir con fuerza. El sentimiento de fracaso, que había que estar evitando ya que se ha estado construyendo todo un modelo educativo para no fracasar, todo un modelo de trabajador para no fracasar, todo un modelo de organización para llevarla al éxito… de repente el fracaso es inminente, ¿cómo se gestiona eso?
Controlar las emociones negativas es importante, para que estas no te controlen a ti. La clave es saber reconocerlas y aprovecharlas. Gestionarlas. Conocer cuándo pueden ser útiles o inútiles
Un ejemplo: ante una situación de peligro, el miedo nos permite protegernos. Pero el miedo a la crítica de los demás, nos impide lanzarnos a hacer algunas cosas, lo cual nos limita. En este caso el miedo no nos aportaría nada.
La película de PIXAR ‘Inside Out’, traducida en España como ‘Del revés’, narra la historia de Riley, una niña de 11 años que vive una experiencia de pérdida a la que se debe sobreponer. En su cabeza están las cinco emociones básicas por las que se guía.
En la película han colaborado dos científicos de la Universidad de California, y Paul Ekman, pionero en el estudio de las emociones. La cinta muestra como la memoria es una herramienta poco fiable. Los recuerdos se pueden manipular y cambiar, son una recreación de lo vivido con un importante aderezo emocional.
Es habitual escuchar a nuestros amigos o familiares decirnos: “¡No estés triste!”, “¡No le des vueltas!”, “¡No lo pienses más!”, “¡Vente arriba!”, “¡Hay que estar bien!”…
Su intención es buena, pero hay que entender también que la tristeza cumple una función: nos muestra que estamos ante un hecho doloroso, y nos impulsa a una reorganización. Nos permite aceptar las pérdidas. Nos sirve para reflexionar y planificar cambios. Hablar del tema, llorar y sufrir es parte de la vida, nos libera de tensiones y permite que las heridas se curen.
La tristeza es una respuesta adaptativa ante la pérdida. Nos apaga para obligarnos a mirar en nuestro interior. Dicho de otra forma: las tormentas hacen que los árboles tengan raíces más profundas. La tristeza nos aporta sensatez.
¿Y el miedo? El miedo nos sirve para reconocer que nos enfrentamos a una situación que puede ser peligrosa y nos ayuda a protegernos y a huir. Su origen se asocia con la supervivencia, sirve como señal de alarma ante un peligro. Gracias al instinto de agresividad hemos podido tener un mecanismo de defensa para defendernos ante el peligro, y también para poder tener coraje en las situaciones difíciles, y pelearlas y lucharlas.
La ira es una reacción propiciada por la violación de normas o acuerdos. Surge cuando alguien nos ataca o invade. Nos puede hacer más racionales, es un motivador del pensamiento analítico. Aunque siempre mejor que la ira es el enfado. El enfado nos indica que algo nos está molestando y nos motiva a solucionarlo.
La culpa también es necesaria. Tiene una parte positiva porque me ayuda a regularme a mí en relación al otro y a la convivencia con los demás.
No está bien esa culpa basada en el fantasma, pero sí el poder asumir la culpa porque supone asumir la responsabilidad. Nos hemos desculpabilizado y nos hemos ido al otro lado, al lado en que no se siente culpa. Y como no se siente culpa yo puedo hacer lo que quiera, que no siento culpa por nada.
En su obra ‘Un mundo feliz’, el autor Aldous Huxley imaginaba una sociedad en la que las emociones negativas habían sido eliminadas de tajo. Seres humanos creados en serie. Una sociedad sin arte ni ciencia, y ¿feliz?
Perfecto que las emociones negativas cumplan su función, las acogemos e integramos, como también lo hacemos con la alegría.
No se lleven mis demonios, porque también se llevan mis ángeles. Baruch Spinoza (filósofo del siglo XVII)
Fuente: El canto del grillo de Radio 5 (7/07/16) / Imágenes: Flickr Rolands Lakis