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Escucha activa. Comunicación eficaz y efectiva

Escucha activa. Comunicación eficaz y efectiva

Escucha activa. Comunicación eficaz y efectiva

Puede que cuando nos hablan de escucha activa pensemos que es algo inherente al ser humano, algo fácil de conseguir. Pero en realidad escuchar activamente no es una tarea sencilla. Este tipo de escucha requiere un esfuerzo por nuestra parte, tanto de nuestras capacidades cognitivas como de las empáticas. Consiste en escuchar o en percibir no sólo lo que la otra persona está expresando directamente sino también los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen a lo que se está intentando expresar. Y para eso hay que tener el oído educado, preparado para escuchar cosas que normalmente no escucharíamos. La escucha activa es una habilidad que no todo el mundo tiene, probablemente porque nadie les haya enseñado, y es clave para que la comunicación sea completa y eficiente.

La conversación y la comprensión.

Ilustración de Janice Nadeau

¿Qué es escuchar? Escucha activa, escucha pasiva y escucha selectiva.

La escucha activa es la forma de escuchar más completa que existe, y además es la que nos da mejores resultados. Escuchar activamente quiere decir implicar no sólo la mente ―es decir, entender el mensaje que te están enviando― sino que también físicamente te tienes que implicar ―mostrarlo con lenguaje corporal, con movimientos, con la mirada, con la sonrisa―, hay que demostrar físicamente que estamos escuchando.

Si hablamos de escucha activa tenemos que hablar también de una escucha pasiva. Es el caso de cuando quizás una persona está escuchando pero no lo parece, cuando parece que le entra por una oreja y le sale por la otra.

También existe la escucha selectiva, una forma de escucha que no es recomendable en la que sólo escucho lo que me interesa o lo que me conviene o sólo cuando hablan de mí.

 

¿Por qué importa aprender a escuchar a los demás para comunicarnos mejor?

Para comunicarnos mejor hay una regla de oro que  mil veces hemos oído: trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti, es así de simple. Lo hemos oído muchas veces pero es que es la verdad. ¿Qué implica esto? Si hiciéramos una lista de las habilidades necesarias para la comunicación con los demás podría ser la siguiente:

Escucha activa. Comunicación eficaz y efectiva

Sonríe. Es muy importante. Tú ves una cara rancia… Sonríe, pon cara fácil, hay gente que nace con cara fácil y gente que no, habrá que esforzarse. Hay gente que ha nacido con cara mustia, pues hay que hacer un esfuerzo y sonreír. Nos gusta ver a personas agradables, personas que sonrían, nos gusta mucho.
Sé honesto. Porque al final transmites la persona que eres, y en la comunicación con los demás ayuda.
Sé una persona agradecida.
Sé una persona que valora a las demás.
Sé una persona que no tenga prejuicios.
Sé una persona tolerante con la opinión de los demás. No todos tenemos que estar de acuerdo, hay gente que no es nada tolerante.
Sé una persona que escucha. Es quizás el aspecto más importante y el que más nos cuesta. A las personas nos encanta que nos escuchen, pero ¿por qué nos encanta que nos escuchen? Pues porque cuando nos escuchan nos sentimos importantes, sube nuestra autoestima y nos sentimos comprendidos y valorados que es lo que queremos todos. Y la verdad es que nos cuesta mucho escuchar.

En la comunicación con los demás no es lo que yo digo, es mucho más importante que la otra persona se sienta escuchada y comprendida. ¿Cuántas veces te ha pasado que tienes un problemón y vas a ver a un amigo o a una amiga, le sueltas tu problema y te sientes escuchado?, a lo mejor no te ha dicho nada pero le das las gracias por escuchar, porque lo necesitabas.

No nos gusta que nos corten, no nos gusta que nos interrumpan, no nos gusta que nos suelten el rollo… nos gusta que nos escuchen.

¿Tú quieres llevarte bien con alguien? Escucha. Pero es un esfuerzo enorme, porque escuchar implica ser generoso, implica no pensar en mí sino pensar en ti. Si quieres comunicarte mejor con los demás no se trata de un tema de que vocalices mejor o peor, es un tema de que transmitas honestidad, que transmitas integridad, que seas amable, que seas agradable, que sonrías, que no tengas prejuicios, que seas tolerante y que escuches.

¿Qué beneficios aporta la escucha activa?

Todos deberíamos ser mejores escuchadores. Normalmente hablamos demasiado y escuchamos poco y mal, y la escucha activa realmente no es sólo una cuestión práctica ―no es sólo una forma de enterarnos bien de lo que nos están diciendo― sino que la escucha activa es una forma de seducir, porque con esta escucha atenta estamos diciéndole a la otra persona que nos interesa no sólo el mensaje sino también el cómo es ella y lo que es ella. Nos interesa la persona. Por lo tanto, todos los gestos de impaciencia, de desdén o de desinterés deberíamos eliminarlos de una conversación.

Cuando estamos escuchando estamos dando valor a la persona que tenemos delante. Estamos dando valor a sus palabras, a sus sentimientos y a todo lo que nos cuenta. Cuando nosotros estamos hablando muchas veces es para hablar de nosotros mismos, o para regañar, o para dar consejos a otra persona. Y es cierto que siempre podemos ayudar a esa persona hablando, pero muchas veces en una conversación lo que estamos haciendo al hablar es centrar todo el interés en nosotros mismos. Esa es la peor forma de llegar a conectar con alguien y es la forma menos exitosa para seducir. Se seduce mucho más escuchando que hablando. Es una cuestión de práctica, porque la tendencia siempre es a hablar y a ser el centro de atención.

 

El arte de saber escuchar a los demás para saber conversar.

Es la regla de oro del buen conversador. En una buena conversación se impone en primer lugar la capacidad de escuchar la pregunta, la intervención del otro, su pensamiento… y por tanto la necesidad de darle tiempo, de ofrecerle tiempo, de regalarle el tiempo para que se pueda expresar. Lo que ocurre muy frecuentemente es que ni siquiera le damos a nuestro interlocutor el tiempo para que pueda expresar su idea, su sentimiento, su problema, su intervención, su curiosidad.

La conversación requiere verdaderamente esta capacidad de donación, de donar al otro tiempo para que se exprese y tratarlo como un interlocutor válido, como alguien del que puedo aprender.

 

¿Qué es la comunicación? ¿Hablando se entiende la gente? El arte de conversar.

Iría bien que partiéramos de una presuposición: hablando la gente no se entiende. El hecho de construir cada uno nuestra propia visión de la realidad ―el hecho de que tengamos mapas propios a través de los que observamos cómo es la vida y cómo son los demás, lo que llamamos nuestras creencias― acaba filtrando nuestra manera de ver el mundo. Y nuestra manera de ver el mundo está vinculada a nuestros recuerdos, a las imágenes que tenemos en nuestra mente sobre las cosas, a lo que hemos asociado… y lo que yo he construido en mi mente y en mi mapa no tiene nada que ver con el tuyo, aunque podamos tener cosas en común.

Soy yo mismo con mi mecanismo. Y ese mecanismo que es la mente lo llenamos continuamente de infinidad de experiencias, de infinidad de creencias que son las que luego compartimos con los demás. Pero, ¿qué ocurre?, que si yo no sé entender que cada uno tiene su propio mapa, y que por tanto será diferente al mío, parto de un hecho que es creer que lo que yo veo es la realidad y que lo que tú ves no es la realidad, que tú estás equivocado porque no estás viendo lo que veo yo. A partir de esa dificultad, que es que hablando no nos entendemos, tenemos que hacer un pequeño esfuerzo para entendernos.

Para podernos entender necesitamos ese espacio para que podamos escuchar como el otro ha construido esa realidad. Que además es una curiosidad y es lo bonito de una conversación. Lo curioso es ver qué me dice el otro, ver qué ha construido y qué cosas dice que yo no he visto. Porque si yo conversara simplemente con un clon ―alguien que tuviera el mismo mapa, los mismos conceptos, las mismas categorías, las mismas creencias― es que no tendría ni sentido conversar, sería completamente estéril porque ya sabría de antemano lo que piensa. Sin embargo la riqueza de la conversación es cuando uno se encuentra con la alteridad, otro ser humano con otras creencias y otras opciones, y es capaz de establecer ese vínculo con otro y darle a conocer eso que yo tengo adentro. Es un ejercicio que enriquece a ambos porque yo ensancho mi mente y el otro también, en la medida que es receptor de mis intervenciones, amplia su mundo y se hace más  cosmopolita.

 

Comunicación no verbal. Los gestos de la escucha activa. Cómo sé si me están escuchando realmente.

¿Tienes dudas respecto al grado de atención que te prestan cuando hablas? En la escucha activa tiene una importancia fundamental el lenguaje no verbal. Según algunas teorías en una conversación hasta el 95% de la información que se transmite es a través de la comunicación no verbal, así que lo que decimos con palabras tan solo representa un 5%.

Los gestos y las actitudes dicen mucho de nosotros mismos.  Se dice que si tenemos dos orejas y una boca es para escuchar el doble de lo que hablamos. Si cumpliéramos esta recomendación nuestras conversaciones serían mucho más agradables y aumentaría el nivel de comunicación entre todos nosotros.

En una conversación, para que sea efectiva, hay que escuchar y escuchar bien y además mostrar que estás escuchando. Puede ser que alguien esté de verdad atento pero que no dé señales. Si yo mientras me hablas estoy haciendo con las manos otra cosa a lo mejor me llega la información, pero no estoy dando quizás suficientes muestras de escucha activa. No es sólo importante escuchar sino también mostrarlo, para que la conversación sea fluida y funcione. Y, como cuando escuchamos no estamos hablando, son casi todas señales no verbales.

Es curioso porque así como algunas razas de perro levantan la oreja para escuchar, y entonces se les nota que están escuchando, las personas precisamente es una de las partes del cuerpo que tenemos más rígidas y que no podemos mover. En cambio mostramos la escucha atenta a través del movimiento de otras partes del cuerpo, a través del lenguaje corporal.

El gesto más representativo y más evidente de la escucha activa es la mirada. La prueba está en que cuando alguien está mirando un ordenador, o jugando con su Smartphone, o leyendo el periódico o tiene unas gafas de sol puestas pues parece que no nos escucha. Nos molesta hablar a alguien que está distraído. Por tanto la mirada es la señal más evidente de la escucha activa.

Mantener el contacto visual es fundamental, aunque tampoco se trata de que tengamos que estar mirando permanentemente. También hay algunos movimientos oculares como por ejemplo cuando estamos pensando o reflexionando y bajamos la mirada. No es un contacto visual al cien por cien, pero sí tenemos que ir manteniendo ese contacto. Es una especie de baile de miradas entre la persona que habla y la persona que escucha, y cuando se cambia el turno de palabra seguimos también así. La mirada de hecho regula también las intervenciones.

El parpadeo, si por ejemplo es muy rápido, puede ser una señal de impaciencia y es algo que deberíamos tener en cuenta. Pero si no parpadeo y me quedo mirándote fijamente ―como hipnotizado― entonces es que no te estoy escuchando, porque estoy como embobado. Estar con los ojos abiertos permanentemente no quiere decir escuchar, porque a través de la mirada también estamos indicando que nos interesa el tema. El parpadeo es una especie de clic para retener la información, todo lo que estamos viendo y lo que estamos escuchando. Por lo tanto un parpadeo lento y pausado indica atención.

Otro signo que indica que estamos escuchando es el gesto afirmativo con la cabeza, que no quiere decir necesariamente que estemos de acuerdo sino que puede indicar simplemente que vamos siguiendo la argumentación o que estamos escuchando. También podemos hacer con la cabeza el gesto de decir que no, y tampoco quiere decir que estemos negando sino que quizás por empatía ―porque tú me estás diciendo algo negativo― yo también lo refuerzo, te estoy imitando. O el gesto de ladear la cabeza es también una señal de atención, es un gesto de amabilidad, de cordialidad y de estar dispuesto a escuchar.

En la escucha activa el rostro es también muy importante porque a través del rostro estamos empatizando con los demás, no se trata sólo de entender el mensaje hablado con las palabras sino también de compartir emociones. Si mi vecina me está explicando la grave enfermedad que tiene su marido y realmente está preocupada, yo también con mi rostro expresaré esta preocupación o esta tristeza. Si mi hijo me explica con entusiasmo una excursión que ha hecho en el cole y está muy contento, pues yo abriré mucho los ojos y le acompañaré con la cabeza animándole a seguir explicando, e incluso quizás haré gestos con las manos diciendo “pues muy bien”.

Todo el cuerpo interviene en esta escucha activa, incluso los pies. Los pies pueden indicar atención o ganas de marcharte. Pueden indicar también impaciencia y nerviosismo, que es algo que no favorece la conversación. Unos pies que van bailando o una pierna que está bailando, o la forma de sentarte hacia adelante ―en el extremo de la silla― a punto para salir, no son señales de escucha activa. Puede darse el caso de que te pongas en el borde de la silla para acercarte más a  la otra persona que te está hablando, en este caso sería positivo, sería una actitud corporal de ir hacia la persona que nos está hablando y por lo tanto de interés.

Las manos y los brazos también hablan, pueden indicar cierre hacia la conversación o abertura. Si yo estoy con las manos en los bolsillos, quizás no estoy expresando mucho interés en lo que me estás diciendo. Si estamos sentados hablando por ejemplo en una cafetería, entonces las manos encima de la mesa ―relajadas, abiertas, tranquilas, sin juguetear, sin tocarnos, sin esconderlas― son señal de escucha. Estar con el móvil, con el bolígrafo… es una señal de impaciencia y por lo tanto no es una señal de estar muy atento a lo que te dice la otra persona.

Sobre el tema de cruzar los brazos, si estamos conversando y el turno de palabra es bastante rápido en el cambio es mejor tener los brazos abiertos porque también vamos a gesticular.

Los gestos y señales no los emite sólo el que escucha. También la persona que está hablando tiene que escuchar al otro ―escuchar en el sentido más amplio, porque la persona que tenemos delante está callada pero en cambio está emitiendo también señales no verbales―. El que habla está viendo a la otra persona y está viendo si le escucha o no, si está cansado, si está impaciente, si le gusta o no lo que dice, y por lo tanto tiene que recibir estas señales y podrá adaptarse a la situación o a la respuesta de su interlocutor.

 

¿Qué es el diálogo? Atrapados en las palabras.

Deberíamos hablar desde el adentro para entendernos. A veces, cuando discutimos, cuando dialogamos ―que a veces es más dialéctica que no dialógica―, lo que en realidad estamos haciendo es un ejercicio mental: a ver quién tiene más razón, a ver quién es mejor espadachín en el arte de la retórica. En cambio al hablar desde el adentro ―hablar de lo que me sucede interiormente―, ahí yo necesito mi propia pausa para poderlo contar porque tengo que estar en conexión con eso. Y el que escucha justamente es receptor no sólo de las palabras sino que capta ese adentro, el matiz, el tono, el clima… la emoción que se esconde detrás de esas palabras a través del tono de la voz.

Por eso es necesario dejar espacio, porque yo tengo que poderme permitir no sólo que el otro esté en contacto con su adentro sino yo también recibirlo más allá de las palabras. En cambio, cuando quedamos atrapados justamente en las palabras es cuando menos nos vamos a entender, porque ahí cada uno va a encontrar un matiz diferente a la palabra.

Se trata de comunicar y acompañar, cuando yo estoy comunicando a la vez estoy acompañando en ese adentro del otro. Quizás la otra persona está en un momento de conflicto o de duda, o en un momento en que expresa su ansiedad o temor ante cosas de la vida. En ese momento, ¿yo qué voy a hacer? ¿Decirle “No, no, Lo que tú tienes que hacer es esto y lo otro… Porque tú te complicas la vida… Porque tú tienes que entender…”? Eso no sería lo correcto porque estaríamos queriendo que el otro entienda lo que nosotros entendemos, pero eso no es acompañar.

 

El placer de conversar. ¿Deberíamos preparar mejor nuestras conversaciones?

Lo que sí tendríamos que tener es una predisposición, porque si uno entra en una conversación con un montón de prejuicios, adiós conversación. “Con esta no voy a hablar porque es mujer”, “con este no voy a hablar porque es negro”, “con este no voy a hablar porque es gitano”… la conversación se trunca.

Es fundamental entrar liberado de prejuicios, y eso supone un ejercicio interior enorme. Significa que tienes que reconocer que prejuicios hay que funcionan como muros o como una especie de paredes y que te enjaulan en tu propio mundo, y que hacen que al final solo puedes conversar con quienes son como tú y por tanto la conversación se empobrece, porque te acabarán diciendo lo que ya esperabas que dijeran. No hay alteridad, no hay apertura al otro.

Por tanto sí que requerimos una especie de preparación para esa conversación, además de tiempo y capacidad de diálogo ―no de dialéctica, porque muchas veces lo que se convierte es en una lucha para ver quién tiene razón, y eso no es el espíritu de la conversación. Eso es el espíritu quizás de ganar un partido o de ganar unos comicios electorales―. La conversación es un placer, y además es un placer gratuito. Un placer que parte de la palabra compartida que fluye de uno a otro, y uno va abriendo y ensanchando su mundo gracias a esa palabra que corre de un interlocutor a otro.

A veces cuando el otro está hablando lo que estamos haciendo es pensar en lo que le vamos a decir a continuación. Ahí está la dialéctica: tu tesis mi antítesis, y tenemos que llegar a una síntesis. Pero eso es lo que no hacemos, nos quedamos sólo en la antítesis. Yo estoy en mi teoría y tú estás en la tuya y no salimos de ahí. O sea que ni tan siquiera somos expertos en dialéctica, porque si lográramos una síntesis de lo que los dos estamos diciendo sería fantástico, pero resulta que no es así.

Cuando tenemos una conversación con el otro nos exige estar presentes, y estar presentes no es estar en la cabeza ni estar en los discursos ―no es estar en qué te voy a contar, qué te voy a responder, qué te voy a decir― porque entonces entramos en la mera dialéctica. Estar presente es ese espacio que yo hago conmigo mismo y estar presente contigo, y esa donación de estar presente desde el corazón es la mejor de todas.

 

Oír y escuchar. Entender y comprender.

La palabra oír no es sinónimo de escuchar, aunque en ocasiones así se considere son palabras que se refieren a cosas diferentes ¿Se puede oír a una persona pero no escucharla? ¿Nunca te pasó que estando en clase oías lo que la profesora hablaba pero no escuchabas nada de lo que decía? La diferencia entre oír y escuchar está en la intención. Escuchar es algo que se hace intencionadamente, mientras que oír es algo que sucede independientemente de nuestra voluntad. Por eso podemos oír sin querer, en cambio es imposible escuchar sin querer porque dentro del concepto de escuchar está la idea de intencionalidad.

También hay diferencia entre entender y comprender. Uno puede entender las palabras del otro ―entiendes inglés, entiendes francés, entiendes lo que te está diciendo―, pero cuando hablamos de comprender hablamos de que tienes la capacidad no sólo de entender la palabra sino por qué tu interlocutor está diciendo eso que dice; qué tipo de experiencia, de sentimiento o de resentimiento hay en el adentro de esa persona que emerge esa palabra o ese insulto o esa crítica o esa ironía o ese sarcasmo. La comprensión es una captación de la persona en su totalidad, y es lo que permite verdaderamente meterse en la piel del otro.

 

Cuando sube el tono de las conversaciones. ¿Miedo a morir?

Es importante qué se dice y cómo se dice. Uno tiene que darse cuenta de que cuando ya está entrando en una tonalidad elevada y empieza a airarse, significa que está empezando a tener la sensación de que el otro le está ganando la partida.

El escritor alemán Eckhart Tolle hace un comentario muy curioso cuando escribe el famoso tratado “El poder del ahora”: las personas que se aíran tanto y que tienen que mantener la razón y se ponen histéricos, tienen miedo a morir. Y lo cuenta diciendo que tienen miedo a morir porque están agarrados a esa idea que defienden porque no tienen otra, y si les quitan esa idea los dejan vacíos. Y la sensación de que me quitan algo a lo que yo estoy agarrado me deja en pleno vacío, que es como morir. Es esa sensación de decir: “cuando me agarro tanto es que estoy atacado por el ego”. Tendríamos que darnos cuenta todos de la necesidad de desprendernos en algún momento de ese ego o tal vez de reconocerlo: “oye, disculpa que tengo un ataque de ego. He querido mantener mis razones de una manera totalmente idiota”.

Escucha activa. Comunicación eficaz y efectiva. Eckhart Tolle, escritor alemán residente en Canadá reconocido por títulos como "El poder del ahora" y "Una nueva tierra".
Eckhart Tolle, escritor alemán residente en Canadá reconocido por títulos como «El poder del ahora» y «Una nueva tierra».

Además en la conversación lo que se pone de manifiesto es nuestra vulnerabilidad. Uno conversa y se da cuenta de que el otro genera unos argumentos, unas tesis, que plantea unas situaciones que uno no había vislumbrado. Y eso tiene dos opciones, una que es encerrarse en la propia postura e hincharse o por el contrario decir: “pues es verdad, esto que ahora estás planteando yo no lo había visto”. Por eso una de las características, condiciones o requisitos de una buena conversación es la humildad de ambos interlocutores: la capacidad de reconocer que el otro puede tener razón y yo estar equivocado. Y eso es algo muy extraño en las conversaciones políticas, económicas y sociales que habitualmente observamos, porque se leen más en términos de conflicto y de lucha, ganador y perdedor. Y quien reconoce que el otro tiene razón parece que haya perdido, y sin embargo eso nos ocurre muchas veces: el otro ha mostrado una expresión que yo no había visto.

Cuando estamos sometidos a ese agarre, a nuestros argumentos, es como estar agarrados a nuestra identidad: «porque yo creo eso, porque yo veo eso, porque yo me doy cuenta de eso, porque yo defiendo eso…». No estoy defendiendo unos argumentos sino que me estoy defendiendo a mí y por eso me crezco y se me hinchan las venas, porque en realidad no estoy defendiendo ya un argumento sino que estoy defendiéndome yo. Con lo cual significa ―psicológicamente hablando― que me siento cuestionado, y cuando me siento cuestionado es cuando saltan todas las alarmas.

 

Qué hacer ante esas personas que suben de tono con facilidad.

Ante todo tenemos siempre que reconocer la parte de verdad que hay en el otro. El otro se aíra y se pone nervioso especialmente si hacemos esa enmienda a la totalidad: “es que estás completamente equivocado. No ves nada de luz. Estás en la oscuridad”. Pero si tú reconoces esa parte de verdad que hay en su discurso, que muchas veces la hay, entonces eso le va a apaciguar; otra cosa es reconocer que su mirada sea la mirada que contempla absolutamente la realidad. Reconocer esa parte de verdad ayuda al otro porque le reconoces una capacidad de interlocución válida y de mirada desde un prisma que aporta cierta verdad. El drama es cuando uno cae en la visión maniquea: “yo tengo toda la razón, el otro está completamente equivocado”, eso al otro le desarma y por otro lado le anula y le ningunea.

 

Temas de conversación. El contexto en la comunicación.

Hay temas de conversación que son más problemáticos que otros. Si estamos en una cena familiar celebrando los 25 o 50 años de casados, no vayas a sacar ese tema de la herencia que sabes que es, en medio de la mesa, pura dinamita.

Trata de buscar esos temas interesantes para hablar que unen a los comensales y que permiten una conversación fluida, y deja los temas problemáticos para otra circunstancia. No se trata de posponerlos indefinidamente, pero siempre hay un lugar oportuno y un tiempo oportuno para hablar de ese tema peliagudo. Es algo que nos habla mucho de la importancia que tienen los contextos en la comunicación, las conversaciones  no son simples nubes en las que compartimos… no, las conversaciones se tienen en algún lugar. Y hay lugares que propician justamente la paz y la tranquilidad, y ese espacio de interioridad, y otros espacios que no lo permiten porque hay mucho ruido o porque hay mucha gente por medio. Hay que saber distinguir los contextos.

 

Qué aprendemos en un taller o curso de comunicación eficaz y efectiva.

El objetivo principal de un taller de escucha activa es hacernos conscientes de cómo escuchamos, porque escuchamos todos los días pero a veces lo hacemos sin darnos cuenta. Un taller de escucha activa sirve para reflexionar sobre como percibimos, sobre cómo funciona nuestro oído y cómo funciona el sonido, para pensar sobre los sonidos y sobre si tienen una historia. En un taller de escucha activa se realizan distintos ejercicios dirigidos a los distintos públicos, según la edad.

Un ejercicio interesante consiste en oír con los ojos. Se trata de colocarse delante de una ventana mirando un paisaje y pensar en qué creemos que vamos a escuchar, qué creemos que se escucha ahí fuera. Surgen un montón de relatos: pájaros, gente hablando, una silla, una lata de refresco, una bolsa de patatas, el zumbido de las abejas… Luego se sale al exterior y se comprueban esas diferencias entre lo que nuestro cerebro cree que va a escuchar y lo que realmente se escucha ahí fuera. La diferencia es mayor si este ejercicio se hace por ejemplo en una zona en la que hay carreteras cercanas y tráfico. Ese ruido de tráfico que tenemos de fondo en nuestras ciudades, aunque seamos conscientes de que se van a escuchar coches, supone una gran decepción al ver que todas esas cosas que hemos pensado que vamos a poder oír en realidad el tráfico las enmascara.

En la escucha se mezclan factores físicos y biológicos con las estructuras culturales de la percepción. Para ser conscientes de ello uno de los ejemplos que se utilizan en los talleres es poner el tradicional sonido de la flauta del afilador, que los que tenemos una edad guardamos en nuestra memoria. Tenemos ahí un sonido que tiene unas características que los padres de inmediato asocian con el afilador, mientras que los niños que no tienen esa memoria ―porque también escuchamos con la memoria― dicen: “se oye una flauta”. Los niños se fijan en el sonido físico mientras que sus padres se fijan en su memoria y su percepción cultural.

Para entender cómo funciona el sentido del oído se puede realizar otro ejercicio interesante que demuestra cómo el cerebro es capaz de seleccionar los sonidos de acuerdo a sus necesidades, y cómo en determinadas situaciones nuestro cerebro elige unos estímulos frente a otros y cómo eso también es parte de cómo nos relacionamos con otras personas y cómo nos movemos en la sociedad. Consiste en comprobar la diferencia entre lo que graba una máquina y lo que percibe el cerebro. Una grabadora es menos capaz de diferenciar entre una conversación humana y ese ruido de fondo, por ejemplo de tráfico, que suele tapar todo. O cuando estamos atendiendo una clase no y nos damos cuenta del molesto ruido del proyector de vídeo o de la aireación, son ruidos que nuestro cerebro tiende a ignorar para poder concentrarnos en lo que nos interesa. Este tipo de ejercicios nos sirven para darnos cuenta de que escuchamos más cosas en realidad de las que creemos.

Esto nos lleva a lo agradable y desagradable, a cómo podemos despreciar un sonido que decidimos a lo mejor como algo insignificante a pesar de que lo estamos escuchando constantemente como por ejemplo puede ser el ventilador de un ordenador. El sonido no sólo afecta a nuestra vida cotidiana sino a cómo nos relacionamos con las personas, a cómo entendemos las ciudades y cómo entendemos a otras culturas.

En nuestras ciudades el ruido de tráfico, pero también el ruido de otras actividades, es un elemento fundamental a la hora de entender cómo vivimos, qué ciudades queremos, qué edificios queremos que se construyan, la relación entre la Naturaleza y las actividades humanas, etc.

 

La escucha activa de la música.

En el terreno musical la escucha activa hace que la experiencia sea más rica, más profunda y por tanto más gratificante. En este sentido la Universidad de Oxford tiene un manual de escucha activa de la música clásica con muchas referencias musicales. La música tiene la capacidad de unir mente y corazón y generalmente asociamos la música con determinados momentos de nuestra vida, momentos por ejemplo con gran carga sentimental. De hecho, el contenido emocional de una pieza musical suele ser a menudo lo primero a lo que reaccionamos.

Como primera parada del manual la Universidad de Oxford nos propone las danzas eslavas de Antonín Dvorak, y en concreto la nº 2 de las ocho danzas que componen el Opus 72. Vemos como una melodía se va repitiendo y de hecho se nos llega a quedar grabada. Es de esas melodías que acabamos tarareando o silbando cuando la hemos escuchado. Después, a esa melodía, le siguen otras durante un par de minutos, y finalmente vuelve a aparecer. Ese contraste de melodías y las repeticiones que hay nos sugieren que es una música que cuenta con una historia.

Antonín Dvorak. Retrato de 1882
Antonín Dvorak. Retrato de 1882

Otro ejemplo de este manual es el concierto para clave BWV 1052 de Johann Sebastian Bach. Aquí lo que vamos a escuchar es cómo comienza la orquesta y como a los pocos segundos el clave toma la palabra, y como ese intercambio orquesta-teclado se va a ir dando en varios pasajes del movimiento. Pero también como en varias ocasiones es la propia orquesta la que no dialoga con el piano sino que va a reforzar lo que el piano está interpretando:

Concierto nº 1, BWV 1052

  1. Allegro ⭐▷Escuchar audio◁⭐
  1. Adagio ⭐▷Escuchar audio◁⭐
  1. Allegro ⭐▷Escuchar audio◁⭐
Retrato de Bach por Elias Gottlob Haussmann en 1746, Museo de la Ciudad de Leipzig.
Retrato de Bach por Elias Gottlob Haussmann en 1746, Museo de la Ciudad de Leipzig.

¿Por qué estamos perdiendo nuestra capacidad de escuchar?, por Julian Treasure.

Estamos perdiendo nuestra capacidad para escuchar. En una comunicación pasamos el 60% del tiempo escuchando, pero no somos muy buenos en eso porque en general sólo retenemos el 25% de lo que escuchamos.

Definimos la escucha como el proceso de extraer significado de un sonido, es un proceso mental y es un proceso de extracción para el que se usan técnicas muy interesantes. Una de ellas es el reconocimiento de patrones, por ejemplo si en un sitio con bullicio nos llaman por nuestro nombre nos ponemos en guardia. Reconocemos patrones que nos permiten distinguir el ruido de la señal, y en especial nuestros nombres.

La diferenciación es otra técnica que usamos. Si dejamos un ruido de fondo fluctuante durante más de dos minutos, literalmente lo dejamos de escuchar. Escuchamos las diferencias, ignoramos los sonidos que se mantienen constantes.

Y, luego, tenemos un conjunto de filtros. Estos filtros nos llevan desde todos los sonidos hasta lo que prestamos atención. Muchas personas usan estos filtros de manera inconsciente, pero en cierto modo le dan forma a nuestra realidad porque nos dicen a qué estamos prestando atención en este momento.

El sonido también nos ubica en el espacio y en el tiempo. Si en una sala grande de teatro o de cine cerramos los ojos somos conscientes del tamaño de la sala por la resonancia y los sonidos que se reflejan en la superficie, y somos conscientes de la cantidad de personas que nos rodean por el micro-ruido que recibimos. Y el sonido también nos ubica en el tiempo porque en el sonido siempre hay tiempo. De hecho, la escucha es la principal forma por la que experimentamos el flujo del tiempo desde el pasado hacia el futuro.

Estamos perdiendo nuestra capacidad de escuchar por muchas razones. En primer lugar inventamos formas de grabar… primero la escritura, luego la grabación de audio y ahora la grabación de vídeo. La ventaja de escuchar con atención simplemente ha desaparecido.

Por otro lado el mundo de ahora es tan ruidoso… tenemos esta cacofonía visual y acústica que hace muy difícil el escuchar, escuchar es agotador. Muchas personas se refugian en sus auriculares, y esto crece, y los espacios públicos se tornan paisajes compartidos sonoros, millones de burbujas sonoras personales pequeñas y diminutas. En ese escenario nadie escucha a nadie. Nos volvemos impacientes. Ya no queremos oratoria, queremos fragmentos. Y el arte de la conversación está siendo reemplazado, peligrosamente, por la transmisión personal. Nos estamos volviendo insensibles, los medios nos tienen que gritar con llamativos titulares a fin de captar nuestra atención. Y eso significa que nos es más difícil  prestar atención a lo que no se dice, a lo sutil, a lo que no se destaca.

Es un problema serio que estemos perdiendo nuestra capacidad de escucha, no es una cosa trivial porque al escuchar accedemos al entendimiento. La escucha consciente siempre crea entendimiento, un mundo donde no nos escuchamos unos a otros es un lugar tenebroso.

Cada ser humano necesita escuchar conscientemente para vivir plenamente… conectados en el espacio y en el tiempo del mundo físico que nos rodea para entendernos unos a otros, conectados espiritualmente. Es por eso que es necesario enseñar a escuchar en las escuelas como una habilidad. ¿Por qué no se enseña?

 

Técnicas de comunicación. 5 ejercicios para mejorar nuestra capacidad de escucha y nuestras habilidades de comunicación.

En un mundo con sonidos cada vez más altos, el experto en sonido Julian Treasure dice que «estamos perdiendo nuestra capacidad para escuchar«. En una charla breve y fascinante Treasure nos enseña cómo escuchar mejor a las personas, comparte 5 maneras para volver a sintonizar los oídos y escuchar de forma consciente a los demás y al mundo que nos rodea ⭐▷Ver charla◁⭐:

Silencio. Solo tres minutos de silencio al día es un ejercicio maravilloso para recalibrar los oídos y volver a escuchar la tranquilidad. Si no puedes lograr silencio absoluto busca la tranquilidad, eso está bien.

Mezcla. Aún cuando estés en un ambiente ruidoso ― todos pasamos mucho tiempo en lugares públicos― escucha por ejemplo en una cafetería cuántos canales de sonido puedes escuchar, ¿cuántos canales individuales estás escuchando de esa mezcla? También lo puedes practicar en un lugar agradable como puede ser al lado de un lago, ¿cuántos pájaros estás escuchando? ¿Dónde están? ¿De dónde vienen esos murmullos? Es un gran ejercicio para mejorar la calidad de nuestra escucha.

Saborea. Se trata de disfrutar de los sonidos mundanos. Por ejemplo del sonido de la secadora, es un vals, un-dos-tres, un-dos-tres, un-dos-tres. O del sonido del molinillo de café. Si prestas atención los sonidos tan mundanos pueden ser realmente interesantes, como un coro oculto que está a nuestro alrededor todo el tiempo.

Posiciones de escucha. Si hubiera que elegir un solo ejercicio este sería el más importante de todos. La idea de poder cambiar la posición de escucha hacia donde mejor se escuche. Es jugar con esos filtros mencionados en el punto anterior y comenzar a usarlos como palancas para tomar consciencia de ellos y moverse a diferentes lugares. Estas son solo algunas de las posiciones de escucha, o escalas de posiciones de escucha, que puedes usar: activa-pasiva, expansiva-reductiva, empatía-crítica… hay muchas.

RASA. Un acrónimo que puedes usar para escuchar y para comunicar, si estás en un rol de líder, de maestro, de cónyuge, de padre, de amigo… todos desempeñamos alguno de estos roles. RASA es una palabra sánscrita para jugo o esencia, y RASA quiere decir:

Receive: Recibir, que significa prestar atención a la persona.
Aprecciate: Apreciar, haciendo poco ruido como mmm, oh, de acuerdo.
Summarise: Sintetizar, la palabra es entonces muy importante en la comunicación.
Ask: Preguntar, hacer preguntas al finalizar.

Saber escuchar es una virtud. ¿Saben gobiernos e instituciones escuchar a la gente?

La respuesta es decididamente NO. Porque venimos de una cultura que está instalada precisamente en unas formas institucionales en las que lo que se preserva precisamente es la identidad, y esa identidad tiene que protegerse a costa precisamente incluso de negar la realidad de los demás.

Y además faltan mecanismos de representación donde fluya verdaderamente esa palabra que tiene el pueblo y quien gobierna, que haya pasillos de comunicación en ambas direcciones. Faltan o están muy taponados, y por lo tanto la capacidad de escucha está muy mermada en quienes nos dirigen. Tendrían que tener espacio los que tienen menos espacio precisamente, y que cuando nos hablan no tengamos la sensación de que nos están repitiendo siempre lo mismo.

Lo peor de un Congreso de Diputados, o de un Senado o de cualquier institución es que tengamos la sensación de que allí se está haciendo una gran comedia. La comedia es una representación de algo que todo el mundo ya sabe que está decidido previamente y que ya está pautado, vamos a hacer una gran representación y a decir muchas palabras pero todo está pautado. Entonces, ¿qué sentido tiene para el ciudadano contemplar esa escenificación de la nada? porque todo está previamente decidido. Ahí es donde tenemos la sensación de decir ¿para qué sirve en ese caso dialogar?

Otra cosa a destacar es que cuanta más relación de poder hay entre una persona y otra menos libre es el diálogo y la conversación porque se tiene miedo, miedo a que el otro te despida o a que te genere unas consecuencias. Por tanto, para que haya conversación, tiene que haber libertad de los interlocutores, eso es clave.

 

Fuente: Victor Küppers, profesor y escritor en Aprendemos juntos de BBVA / Charla TED de Julian Treasure / Longitud de onda de Radio Clásica (13/11/2017) / Para todos la 2 de RTVE (26/01/2015),  (8/04/2013) y (9/10/2013) / Imagen de portada: flickr gfpeck

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