Anna Freud fue una mujer brillante a la que hay que situar en su contexto histórico. Nació el 3 de diciembre de 1895 en Viena, Austria y murió en Londres el 9 de octubre de 1982 cuando tenía 86 años. Hija de Sigmund Freud, un hombre que ha marcado la historia de la psicología. El tener un padre con una tremenda proyección en la sociedad de aquel momento y mucho después es algo que marcó de alguna forma la personalidad de Anna.
En la novela ‘Fresas silvestres para miss Freud’, de la Editorial Berenice, se narra la desconocida historia de la única de los seis hijos del profesor austríaco que siguió los pasos de su padre.
Anna Freud fue una mujer extraordinaria que vivió bajo la sombra de un hombre, en este caso su padre, Sigmund Freud.
Ser hija de quien era evidentemente la marcó
Anna Freud vivió a la sombra de su padre en el sentido de que ha sido poco conocida, a pesar de que ella también hizo un trabajo extraordinario en psicoanálisis. Fue pionera en psicoanálisis infantil, fundó una clínica especializada en este aspecto (que aún sigue abierta en Londres). Y a pesar de todo el ingente trabajo que hizo en ese ámbito es una mujer que ha trascendido poco históricamente, precisamente por ser hija de quien era.
Anna Freud (1895- 1982)
Creció en paralelo a como su padre iba construyendo las teorías psicoanalíticas
Si se repasa la biografía de Sigmund Freud, el primer sueño que analizó es un autoanálisis que hace de un sueño que tuvo cuando su esposa, Martha Bernays, está embarazada de Anna. Y en su libro sobre la interpretación de los sueños ya cita que su hija de 19 meses tuvo un sueño en el que se llama a sí misma Anna Freud. La biografía de Anna Freud y la teoría psicoanálitica crecen en paralelo.
Anna era la menor de seis hermanos
Y fue la única que se dedicó al psicoanálisis. Estuvo muy influenciada por su padre desde pequeñita. La niña le adoraba, se conserva incluso parte de la correspondencia con las primeras cartas que se escriben y es evidente: “Querido papá”, “¡te mando muchos besos!”… cartas plagadas de signos de admiración por todos lados.
Cuando Anna crece esa admiración se transforma en que ella se convierte en una discípula devota de su padre, y más tarde en una defensora a ultranza de las teorías freudianas.
Anna Freud junto a su familia
La joven era una adolescente débil físicamente
Su propio padre atribuye esta debilidad física a su mal estado psicológico. Efectivamente Anna tiene cierta debilidad cuando era adolescente y su padre inmediatamente la calificó de psicastenia, una especie de debilidad física que viene motivada por lo emocional. Esto la marcó mucho. Además, encima, Sigmund Freud lo que decía es que esto era debido a los impulsos masturbatorios de Anna, que siempre intentaron reprimir desde pequeñita. No hubo manera de erradicar eso y siempre insistieron en que era como una especie de tara que tenía la pequeña.
Masturbación en una mujer, en aquel contexto histórico, era algo escandaloso. Más que el hecho en sí es como se etiquetaba el hecho en sí. Sigmund Freud lo que decía directamente era que la masturbación femenina era un síntoma de envidia del pene, y que encima iba a desviar la sexualidad femenina adulta. Por eso era que todo el tiempo intentaba encarrilar a Anna, o más bien reprimirla.
Anna adoraba a su padre
¿Cómo era Sigmund Freud?
Sigmund Freud es un pensador que nos ayuda a pensar por qué nuestras vidas y relaciones están llenas de tanta confusión y dolor. Él nos dice porqué la vida es tan dura y cómo lidiar con ella. Su propia familia sufrió las consecuencias de mucha ansiedad.
Sigismund Schlomo Freud nació el 6 de mayo de 1856, dentro del seno de una familia judía de clase media. Su vida profesional no tuvo un éxito inmediato. Como estudiante de medicina, disecó cientos de anguilas en un fracasado intento por ubicar sus órganos reproductivos.
Sigmund Freud junto a su hija Anna, en 1928
Promovió la cocaína como droga médica, pero resultó ser una idea peligrosa y adictiva. Pocos años después fundo la disciplina que a la larga iba a hacerlo famoso: una nueva medicina psicológica que llamó PSICOANÁLISIS. Su punto de referencia fue el estudio publicado en su libro de 1900 ‘La interpretación de los sueños’. Muchos otros siguieron sus pasos.
Más allá del éxito, estaba insatisfecho. Durante una investigación particularmente ardua anotó: “El paciente que despierta mi mayor preocupación soy yo…”. Él estaba convencido de que moriría entre los 61 y 62 años, y tenía grandes fobias sobre estos números (a pesar de que en realidad falleció mucho más tarde, a los 83 años de edad).
Anna Freud junto a su padre paseando
Sus fobias
El neurólogo Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, estudió las filias y las fobias en libros como ‘Obsesiones y fobias’. La palabra FOBIA viene del griego (fobos), que quiere decir miedo, huida. Las fobias son los miedos irracionales e incontrolables. Freud sufría:
■ Melofobia. Horror a la música. Irónicamente la detestaba pero vivía en una ciudad musicalmente tan activa como Viena.
■ Aritmofobia. Fobia a los números. En concreto al número 62. No se alojó nunca en un hotel que tuviese más de 62 habitaciones, ni en ninguna habitación que tuviese este número.
■ Pteridofobia. Pánico obsesivo hacia los helechos. Los afectados son capaces de chillar como si los estuviesen torturando si en algún momento ven alguna de estas plantas.
Con tantas fobias acumuladas el propio Freud era un gran caso de psicoanálisis, pero al final acabó psicoanalizando a su hija Anna, que años más tarde se convertiría en una prestigiosa psicoanalista. Aunque tener un psicoanalista más en la familia no le sirvió a Sigmund Freud para librarse de sus fobias, y tuvo que convivir con ellas durante toda su vida.
¿Cuáles eran sus teorías?
Quizás motivado por sus propias frustraciones, Freud alcanzó una serie de penetraciones profundas en los orígenes de la infelicidad humana. Él propuso que todos nos movemos por el PRINCIPIO DEL PLACER, que nos inclina hacia la búsqueda de fáciles recompensas físicas y emocionales y nos aleja de lo desagradable, como el trabajo penoso y la disciplina.
De niños fuimos más o menos orientados únicamente de acuerdo al principio del placer, argumentaba Freud. Pero esto podría (en el caso de ser seguido sin restricciones) conducirnos a conductas imprudentemente peligrosas como: nunca trabajar, comer en exceso o, más notoriamente, tener relaciones sexuales con miembros de nuestra propia familia.
Necesitamos ajustarnos a lo que Freud llamó EL PRINCIPIO DE REALIDAD. A pesar de que todos debemos someternos a este principio de realidad, Freud creía que había mejores y peores tipos de adaptación. Llamó a las problemáticas NEUROSIS Las neurosis son el resultado de una negociación fallida con la represión del principio del placer.
Sigmund Freud en 1937 junto a su hija Anna
Freud describió un conflicto entre tres partes de nuestras mentes:
■ El ELLO, movido por el principio del placer.
■ El SUPERYO, movido por el deseo de someterse a las reglas y hacer lo socialmente correcto.
■ Y el YO, que de alguna manera debe acomodarse a los otros dos.
Para entender más sobre estas dinámicas, Freud nos incitó a pensar atrás en los orígenes de nuestra neurosis infantil. A medida que vamos creciendo atravesamos por lo que Freud denominó:
■ La fase oral. En la que lidiamos con todos los sentimientos vinculados a la ingesta y la comida. Si nuestros padres no son cuidadosos, aquí podemos adquirir todo tipo de neurosis: podemos sentir placer al rechazar la comida, o recurrir a la comida para tranquilizarnos (hambre emocional), u odiar la idea de depender de otros para alimentarnos.
■ La fase anal. Que se acerca mucho a lo que conocemos como “control de esfínteres” (dejar los pañales). Durante este periodo nuestros padres nos enseñan a “retener” y a “soltar”. En esta fase empezamos a aprender a medir los límites de la autoridad. De nuevo, si las cosas salen mal, si no sentimos que la autoridad es lo suficientemente benigna, podemos, por ejemplo, elegir retener por rebeldía. Después, como adultos, podemos convertirnos en “retentivos anales”; en otras palabras, no poder dar o renunciar.
■ La fase fálica. Que continúa hasta los 6 años. Freud escandalizó a sus contemporáneos insistiendo en que los niños pequeños tienen sensaciones sexuales. Además, en la fase fálica los niños dirigen sus impulsos sexuales hacia sus padres, las personas con mayor disponibilidad inmediata y cercana gratificación.
Freud célebremente describió lo que llamó EL COMPLEJO DE EDIPO, donde estamos predispuestos inconscientemente hacia “enamorarnos de un padre y odiar al otro”. Lo que es complejo es que más allá de todo lo mucho que nuestros padres nos amen, ellos no pueden extender este amor a la vida sexual, y siempre van a tener otra vida con una pareja. Eso nos convierte en jóvenes que se sienten peligrosamente celosos y enojados, y también avergonzados y culpables por este enojo. El complejo provee de demasiada cantidad de preocupación para un niño pequeño.
Por último, la mayoría de nosotros experimentamos una suerte de confusión frente a nuestros padres, que más tarde nos enlaza a nuestras ideas de amor. Papá y mamá pueden ambos darnos amor, pero es también usual que lo mezclen con conductas perturbadoras. A pesar de todo, porque los amamos, permanecemos fieles a ellos y a sus patrones bizarros y destructivos.
Por ejemplo si nuestra madre es fría, como resultado podemos terminar con predisposición a asociar siempre el amor con la distancia. Naturalmente provocando una gran dificultad para establecer relaciones en la edad adulta. A menudo el tipo de amor que hemos aprendido de papá y mamá significa que no podemos fusionar sexo y amor, porque las personas de las que aprendimos sobre amor, son las mismas con las que se nos obstaculizó tener relaciones sexuales. Podemos descubrir que cuanto más enamorados estemos de alguien, más difícil nos resulta hacer el amor con esa persona. Esto puede dar paso a una crisis después de unos años de matrimonio y algunos hijos.
Freud comparó estas cuestiones, que muy a menudo tenemos con la intimidad, al comportamiento de los erizos en invierno: necesitan abrazarse para darse calor, pero no pueden acercarse demasiado por sus espinas. No hay solución simple. Freud dice que no podemos convertirnos a nosotros mismos en seres enteramente racionales, y tampoco podemos cambiar a la sociedad.
En su libro de 1930 ‘El malestar en la cultura’, Freud escribió que la sociedad nos provee de muchas cosas, pero lo hace imponiéndonos densos dictados: insistiendo en que sólo nos acostemos con unos pocos (usualmente uno) seres, imponiendo el tabú del incesto, requiriendo que pospongamos nuestros deseos inmediatos, demandando que nos sometamos a la autoridad y trabajemos para conseguir ganar dinero. Las sociedades en sí son neuróticas (así es como funcionan) y esa es la razón por la que hay constantes guerras y conflictos.
El psicoanálisis
Freud intentó inventar un tratamiento para nuestras muchas neurosis: el PSICOANÁLISIS. Pensó que con un poco de análisis apropiado, las personas pueden descubrir que los aflige, y ajustarse mejor a las dificultades de la realidad. En estas sesiones, el analizó una cantidad de cuestiones claves. Estudió los sueños de la gente, que consideró expresiones de CUMPLIMIENTO DE DESEO. También prestó atención a lo que llamó ACTO FALLIDO (también conocido como desliz freudiano). Como cuando escribimos “cazar” siendo lo que queríamos escribir “casar”.
A él también le gustaba analizar los chistes. Creía que los mismos muchas veces ayudan a burlarse de algo simbólico, como la muerte o el matrimonio, y con ellos aliviar algo de la tensión que estos temas generan.
Anna Freud junto a su padre en París en 1938
¿De qué nos sirven las teorías de Freud?
Existe la tentación de decir que todo esto es solamente una invención de Freud, y que la vida no es tan dura como él quiere hacernos creer. Pero luego, una mañana, nos encontramos a nosotros mismos llenos de inexplicable ira hacia nuestra pareja, o enardecidos de ansiedad implacable en el tren que nos lleva a nuestro trabajo, y recordamos nuevamente qué tan esquivo, difícil y freudiano es realmente nuestro funcionamiento mental. Aún así podemos rechazar su trabajo, por supuesto. Pero, como dijo Freud: “Nadie que desprecie la llave, va a ser alguna vez capaz de abrir la puerta”. Todos podemos hacer uso de las ideas freudianas para ayudarnos a descubrirnos a nosotros mismos.
¿Qué relación tenía con su hija?
Al principio sucedía que Anna Freud tenía una hermana que era inmediatamente mayor que ella, se llamaba Sophie y la diferencia entre ellas no llegaba a dos años. Al parecer Sophie Freud era una niña guapa, hermosa, encantadora y muy femenina, era la favorita de su padre. Anna no sólo es que era la menor, además era una hija que vino cuando ya no querían tener más hijos. La niña se sintió siempre la no deseada y tuvo que competir con Sophie. Es este otro aspecto que la marcó, y seguramente el afán de Anna por ganarse la admiración y el amor de su padre fue lo que la llevó a convertirse en discípula del psicoanálisis.
Sigmund y Anna Freud, en el VI Congreso Internacional de Psicoanálisis, La Haya 1920
Anna Freud fue psicoanalizada por su padre
Algo muy heterodoxo en el mundo psicoanalítico, y también un poquitín perverso. Fueron cuatro años interrumpidos (hicieron una tanda de dos años, pararon y siguieron más tarde). Pero era casi cada día de la semana, a las 10 de la noche, encerrados Sigmund Freud y su hija Anna en el gabinete, en la casa familiar. Ella tumbada en el diván y su padre detrás, pidiéndole que le contase todas sus fantasías, todos sus sueños y todo lo que se le pasase por la cabeza.
Con ello se saltaron una de las normas básicas del psicoanálisis. Incluso el primer informe que escribió Anna Freud para ingresar en la Sociedad Psicoanalítica de Viena era fruto de su propio análisis con su padre, se llamaba ‘Fantasías de masturbación y ensueños diurnos’.
Sigmund Freud fue muy cuestionado por ello en el círculo psicoanalítico, pero él se defendía diciendo que quien mejor que él podía psicoanalizarla. Hay un aspecto que es que todo psicoanalista, para poder luego ejercer, tiene que ser psicoanalizado, y ellos lo vistieron como que era formación de Anna.
La joven hija de Sigmund Freud nunca se casó
Ni tampoco tuvo hijos, a pesar de estar siempre trabajando rodeada de niños. Pero sí compartió vida durante 50 años con una mujer, Dorothy Burlingham, la hija menor del creador de los almacenes Tiffany que, tras separase de su esposo, contactó con ella para psicoanalizar a su hijo mayor.
Dorothy Burlingham y su hijo, 1915
Anna tenía 29 años y Dorothy 33 cuando se conocieron en Viena, y desde entonces prácticamente no se separaron jamás. Eran amigas íntimas, eso es lo que decían. Compañeras de vida desde luego, porque compartieron desde la crianza de los hijos a proyectos laborales, y en un momento dado acabaron compartiendo techo, viajes, amistades… Ellas nunca admitieron que lo suyo fuera una relación homosexual.
Anna Freud hacía incluso conferencias diciendo que la homosexualidad era una enfermedad y en contra de que los homosexuales ejercieran como psicoanalistas. Pero de hecho ella compartió vida con esta mujer durante 50 años, y además hay cartas entre ellas dos muy emotivas y amorosas. En aquella época las mujeres que no se adaptaban a los cánones establecidos sufrían una gran presión social.
Anna Freud y Dorothy Burlingham, en 1972
‘Fresas silvestres para miss Freud’ nos acerca a esta mujer extraordinaria
Anna Freud fue fruto no sólo de la mirada paterna, que en este caso era muy falocéntrica y patriarcal, sino que también fue fruto de una época. El libro ‘Fresas silvestres para miss Freud’ está basado en documentación real y escrito como una novela. Es un texto narrativo en el que su autora, la periodista catalana Elisabet Riera, intenta ponerse en la piel de Anna Freud, en su cabeza, y ver cómo fue constreñida y como todo esto la marcó.
La novela es fruto de un trabajo de investigación de la obra de la psicoanalista y de las cartas personales que se conservan en los museos de la familia Freud en sus domicilios de Viena y Londres. La estructura del texto está basada en los “flashback”. Es algo que le va bien al tema de fondo ya que, según Elisabet Riera, es una forma de narrar “muy psicoanalítica”. Son los recuerdos de la vida de Miss Freud, desde su infancia en Viena, los que se van sucediendo en la novela simulando la última vez que la austríaca entra en su domicilio de Londres, en el número 20 de la calle Maresfield Gardens.
El relato navega por los recuerdos de Miss Freud: su infancia en Viena, su psicastenia adolescente, sus fantasías sexuales, los meses que pasó sola en Merano y sus deseos reprimidos. Revive la angustia de una niña que no es como las demás, ni siquiera como su hermana y gran competidora Sophie. Es inquieta, revoltosa y hay que inculcarle que la masturbación femenina no es más que la «muestra de envidia» al pene.
El título del libro está basado en las primeras palabras oníricas e inconscientes que pronunció Miss Freud -el primer sueño que psicoanalizó su padre-, para la autora es “el símbolo de los deseos reprimidos de Anna”.
La relación intensa con su padre se mantuvo hasta el final
Hasta el último segundo de vida del profesor Sigmund Freud. El estuvo enfermo, tenía un cáncer de paladar que sufrió durante muchos años, probablemente a consecuencia de su intensa adicción a los puros. Estuvo sometido a 16 operaciones quirúrgicas y en los últimos tiempos llevaba una especie de aparato monstruoso de hierro en la mandíbula que le dificultaba hablar. Y Anna se convirtió en su enfermera desde la primera operación. Era quien le acompañaba a las operaciones y a los cuidados médicos, ella misma le cambiaba y le hacía las curas en casa. Y evidentemente estuvo con él hasta que murió.
Sigmund Freud murió en Londres, un año después de que los Freud se exiliaran allí desde Viena, debido a la irrupción de los nazis tuvieron que salir huyendo, y un año después de llegar a Londres el profesor murió.
Fotografía de Sigmund Freud fumando en 1922, por Max Halberstadt
Se podría decir que Anna fue una víctima de su padre
Pero también, el estar moldeada de esta manera por él, le permitió ejercer el psicoanálisis infantil y desarrollar una vida laboral plena y hacer cosas muy interesantes a nivel profesional. La relación con su padre la marcó más en su vida íntima.
Anna Freud fue pionera en psicoanálisis infantil
Dedicó su vida al conocimiento y a la ayuda psicológica del niño
Anna Freud fue una psicoanalista de la infancia que trató de dar continuidad a la obra de su padre. El más grande aporte de Anna Freud fueron los mecanismos de defensa y su trabajo del psicoanálisis para niños. Anna amplió y perfeccionó las ideas y teorías de su padre, adaptándolas un tanto a la psicología infantil y de los adolescentes.
Al trabajar con niños tuvo que ser más cuidadosa al abordarlos, ya que ellos recién están construyendo su yo, y por lo tanto si no propiciaba un buen ambiente y una buena sesión el niño se vería afectado en el futuro e incluso dejaría la intervención psicoanalista por no sentirse cómodo.
Anna tenía sus estrategias para hacer a un niño analizable
Primero se concentraba en que la relación entre ellos dos fuese recíproca, es decir, que hubiera respuestas activas y que el niño mostrara interés. A esto le ayudaba la labor que había ejercido como maestra escolar. Luego, Freud mencionaba que era vital que evaluaran al niño (evaluación metapsicológica) lo que se hacía a través de la observación y los informes de otras personas sobre el pequeño. Después de captar el interés del niño en la terapia y hacer que el psicoanalista fuese para él una figura que le inspirase confianza, tenía que lograr que el niño se interesase en sí mismo. Era una etapa larga y requería mucha paciencia hasta que el niño estaba totalmente comprometido.
Anna afirmaba que el analista debía ser el yo ideal de niño para que el tratamiento lograse su objetivo. También incursionaba en el mundo fantástico del menor interpretando sus sueños y fantasías a través de juegos y los reportes verbales que el pequeño daba. Era imprescindible convertirse en la protección del niño para que este pudiera confiar en ella. Para conseguirlo muchas veces tenía que ir en contra de la autoridad de los padres, para así poder hacer sentir al niño que el vínculo entre ellos dos era fuerte y que en ella podía confiar.
‘El Yo y los mecanismos de defensa’ es su libro más conocido
El libro, publicado en 1936, se ocupa de los recursos protectores típicos que utilizan el niño, el adolescente y el adulto en su búsqueda de placer y evitación del miedo y la angustia, que en ocasiones conducen a la enfermedad; trata de los denominados “mecanismos de defensa” ―represión, formación reactiva, racionalización, inhibición, restricción del yo, intelectualización, conversión en lo contrario, vuelta contra sí mismo, desplazamiento, sublimación, regresión…―; e incluye un examen psicoanalítico de la adolescencia.
El libro presenta por primera vez la idea central de que instintivamente tratamos de proteger nuestro “ego” (nuestra imagen aceptable de quien somos) con una variedad de defensas. El problema es que en el acto de defensa a nosotros mismos contra el dolor en el plazo inmediato, dañamos nuestras posibilidades a largo plazo de tratar con la realidad y por tanto del desarrollo y maduración como resultado.
Los 10 mecanismos de defensa que destacó Anna Freud son:
NEGACIÓN
La negación es cuando no admitimos que hay un problema. Pensamos cosas como: “me gusta beber mucho y a veces llego a tener muy malas resacas. Pero puedo controlarlo”. Si otras personas tratan de conseguir que nos enfrentemos al problema tendemos a reaccionar muy mal. El mecanismo de supervivencia inmediato (el instinto de corto plazo para sentirse bien con uno mismo) significa negarse a reconocer nuestra necesidad de cambio.
PROYECCIÓN
En la proyección se atribuye una mala sensación que se tiene en otra persona. Por ejemplo, podrías desarrollar la impresión de que tu pareja va a ser muy crítica si no ganas más dinero que el año pasado. Pero en realidad puede que sea bastante comprensiva y amable. Esos pensamientos amargos y duros no están en tu pareja, están en ti mismo. Y le das esos sentimientos negativos que no quieres reconocer en ti mismo a otra persona. Esa es la proyección.
VUELTA CONTRA SÍ MISMO
Esto es cuando pensamos mal de nosotros mismos como una forma de escapar de un pensamiento aún peor: que alguien que esperamos que nos ame, no lo haga. Anna Freud aprendió que esto es algo que los niños hacen mucho.
Un niño que ha sufrido abusos por parte de un padre tenderá, típicamente, a buscar refugio en un pensamiento que, aunque sombrío, es menos terrible que las alternativas. El niño o la niña va a pensar: “debo ser malo y no valgo nada, es por eso que mi padre se comporta de esta manera conmigo. Así que, en realidad ―el pensamiento que el pequeño tiene― todavía tengo un buen padre”. Es doloroso pensar que somos malos y que no valemos, por supuesto. Pero para un niño frágil, sobre todo, puede ser menos catastrófico que la alternativa: pensar que está en las manos de un padre a quien no le importa.
SUBLIMACIÓN
Sublimamos cuando redirigimos pensamientos o emociones inaceptables ―a menudo sobre el sexo o la violencia― en canales “superiores” y más finos. Muchos artistas, y especialmente los músicos, usan la sublimación para convertir experiencias de vida negativas ―como adicción a las drogas, los problemas sociales, los problemas familiares, etc. ― en obras populares y resonantes de arte. La sublimación es uno de los mejores mecanismos de defensa.
REGRESIÓN
Anna Freud creía que cuando las cosas se vuelven complicadas, a menudo volvemos a una forma de comportarnos que practicábamos cuando éramos más jóvenes. En particular, hacemos lo que los niños normalmente hacen: evadir la responsabilidad. Es ―para el niño― siempre culpa de otra persona, por lo general los padres, y ellos deberían arreglarlo. En la regresión se adopta un sentido infantil de nuestra propia pureza y la inocencia: el resto del mundo es el culpable, entonces ellos deberían solucionarlo. Para Anna Freud es normal que muchos adultos perfectamente sanos pasen por momentos regresivos cuando están bajo presión. Sólo se convierte en un problema cuando se prolonga demasiado.
RACIONALIZACIÓN
La racionalización es una excusa que suena inteligente para nuestras acciones (o lo que nos sucede). Pero está cuidadosamente diseñada para obtener la conclusión que sentimos que necesitamos: que somos inocentes, agradables y dignos. Después de haber sido rechazado para un trabajo, por ejemplo, el racionalizador defensivo dirá: “Era una empresa aburrida” o “no quería el trabajo de todos modos”. Es posible que haya deseado mucho el trabajo, pero puede ser angustioso y tremendamente humillante admitir esto para el ego.
INTELECTUALIZACIÓN
La intelectualización es similar. La cicatrizante sensación de pérdida, la culpa, la traición y la ira de romper con una pareja podría ser neutralizada pensando en la historia del viejo Imperio Romano o el plan del gobierno para elevar las tasas de interés. Muchos intelectuales no están simplemente pensando mucho. También son culpables de “intelectualización”; lo que significa asegurarse de que sus investigaciones mantienen una serie de cuestiones más pertinentes.
FORMACIÓN REACTIVA
La formación reactiva implica hacer lo contrario de nuestros iniciales sentimientos inaceptables. Alguien que tiene un fuerte interés en la sexualidad de los adolescentes puede, por ejemplo, unirse a una religión con un énfasis particular en la abstinencia ente los jóvenes. A menudo somos culpables de la formación reactiva en la niñez. Cuando estamos avergonzados de sentirnos atraídos por un compañero de clase, podríamos ser malos o agresivos con él en lugar de admitir que nos gusta.
DESPLAZAMIENTO
El desplazamiento es la redirección de un (por lo general agresivo) deseo a un receptor sustituto, por lo general alguien que es menos amenazante o más fácil de culpar. Por lo que un caso clásico es alguien que puede sentirse amenazado por su jefe, y al llegar a casa empieza a gritar a su pareja.
FANTASÍA
La fantasía evita problemas imaginándolos a mucha distancia o disociándose a sí mismo de la realidad; desde soñando, a leer literatura, a la búsqueda de pornografía. Utilizamos estos momentos para transportarnos a nosotros mismos del mundo amenazador para encontrar consuelo en otra parte.
Todos usamos a diario estos mecanismos de defensa
El tono de Anna Freud al escribir sobre estos mecanismos de defensa es tierno y generoso. Ella sabe que estas defensas son naturales, pero también observó la cantidad de dificultades que traen a su paso. Retienen nuestras carreras, son aburridos para los demás y hieren a los que nos aman. Freud sostuvo que la mayoría de nosotros emplea al menos 5 de sus 10 mecanismos de defensa cada día, sin ser conscientes de ello. Anna escribió su gran libro como una forma de ayudarnos a ver un poco mejor lo que estamos haciendo, con la esperanza de que seríamos, en el futuro, un poco más maduros y que estaríamos un poco menos ―como todavía decimos sin saberlo en homenaje a ella― a la defensiva frente a los que nos rodean.
Anna Freud en congreso de Psicoanálisis en 1957
Es destacable el enfrentamiento que Anna tuvo con Melanie Klein
¿A qué se debían estas controversias?
Las controversias que tuvieron se originaron a partir de sus respectivas concepciones del desarrollo infantil y de los fenómenos transferenciales. El enfrentamiento entre Anna Freud y Melanie Klein puede entenderse si se ahonda en las ideas centrales de una y otra.
Téngase en cuenta que aquélla partía de una concepción de la transferencia según el modelo que había establecido su padre, esto es, una reedición en el encuentro analítico de las conflictivas pulsionales que habían quedado enquistadas en el aparato psíquico desde un momento relativamente tardío de la infancia (neurosis primitiva), mientras que para Klein el niño ponía en marcha desde el mismo nacimiento su preponderante fantasía inconsciente (representación psíquica de lo pulsional), cargada de conflictos, lo que ocurriría tanto en la relación con los objetos internos, como con los padres o cualquier otro objeto externo, como sería el caso del analista cuando el niño es tratado.
La transferencia no sería, pues, la reedición de una neurosis anterior, sino la aparición de una conflictiva permanente (posiciones no bien superadas, particularmente la posición depresiva) que se vive en el momento actual y que puede invadir cualquier relación presente, como es el caso de la situación analítica. De aquí que Klein hablara de situación transferencial y no de neurosis transferencial.
Anna Freud junto a Melanie Klein
¿Quien fue Melanie Klein?
Melanie Klein fue una muy creativa y original psicoanalista judío vienesa, que descubrió la obra de Sigmund Freud a la edad de 32 años, y dedicó su vida a enriquecer y matizar esta, en intrigantes y valiosas formas. Nacida en 1882, Klein fue frenada por su padre de su deseo de convertirse en médico, y fue empujada por su familia a un matrimonio sin amor, con un hombre tosco y desagradable con quien no tenía nada en común.
Estaba aburrida, sexualmente frustrada y mentalmente mal. El psicoanálisis la salvó. Dejó a su marido, leía todo lo que podía, asistió a conferencias y comenzó a publicar artículos de su propia autoría.
¿Qué teoría defendía?
Pronto se apartó de Freud en una zona que la mayoría de los analistas habían pasado por alto: el análisis de niños. Sigmund Freud había sido escéptico de que los niños pudieran ser analizados adecuadamente, siendo sus mentes, en su opinión, muy poco formadas para permitir una perspectiva en el inconsciente. Pero entonces Klein argumentó, que un análisis podría obtener una visión utilizable en el mundo interior del niño, a través de la forma en que jugaban con sus juguetes. Por consiguiente equipó su consultorio con pequeños caballos, figuras y locomotoras, y se estableció a sí misma como psicoanalista infantil, por primera vez en Berlín y luego en Londres, donde se estableció en 1926 y se mantuvo durante el resto de su vida.
En su trabajo con los niños, Klein quería entender como los seres humanos evolucionaron a partir de los impulsos primitivos que buscan el placer en la infancia temprana, hasta las adaptaciones más maduras de la edad adulta, y, en particular, quería saber lo que podría ir mal en este viaje, dando lugar a las adaptaciones neuróticas de los adultos.
En su libro de 1932 ‘El psicoanálisis de niños’ describe la dificultad de la frágil situación del bebé. Débil, totalmente a merced de los adultos, incapaz de comprender lo que está sucediendo, el niño no puede ―en la descripción de Klein― comprender que las personas a su alrededor son de hecho gente, con su propia realidad alternativa y puntos de vista independientes. En las primeras semanas, la madre no es aún siquiera “una Madre” para su hijo, ella es ―llegado al quid de la cuestión― sólo un par de pechos que aparecen y desaparecen con impredecible y dolorosa aleatoriedad.
En relación con esta madre, todas las experiencias del bebé son momentos de intenso dolor e igualmente un placer intenso. Cuando el pecho está ahí y fluye la leche, la calma y la satisfacción pasa al niño, sentimientos de bienestar, gratitud y ternura. Sentimientos que en la edad adulta van a estar asociados con estar enamorado, un momento en que los senos continúan desempeñando un papel notable para muchos.
Pero cuando el pecho por alguna razón desaparece, el niño se siente hambriento, enfurecido, aterrado y vengativo. Esto, pensó Klein, lleva al niño a adoptar un mecanismo de defensa contra lo primitivo, porque de otro modo, la ansiedad sería intolerable. El niño “divide” a la madre en dos muy diferentes senos: un “pecho bueno” y un “pecho malo”. Con el tiempo, en el desarrollo saludable, esta “división” se cura. El niño percibirá gradualmente que no hay ninguna verdad en su totalidad buena ni en su totalidad mala. Ambos pechos pertenecen a una madre, que es una mezcla desconcertante de los terminales positivo y negativo: una fuente de placer y frustración, de alegría y sufrimiento.
El niño descubre una idea clave en el psicoanálisis Kleiniano: el concepto de AMBIVALENCIA. Ser capaz de sentir ambivalencia por alguien es, para los kleinianos, un enorme logro psicológico, y el primer marcador en el camino a una verdadera madurez. Solamente poco a poco un niño sano puede comprender la fundamental distinción entre la intención y el efecto, entre lo que una madre puede haber querido para este, y lo que el niño podría haber sentido en sus manos.
Estas complicadas reacciones psicológicas pertenecen a una fase que Klein llama: la POSICIÓN DEPRESIVA. Un momento de sobriedad y melancolía en el crecimiento del niño en el que tiene ―inconscientemente― la idea de que la realidad es más complicada y menos moralmente ordenada de lo que jamás había previamente imaginado: la madre ―u otras personas en general― no puede ser culpada por cada revés; casi nada es totalmente puro o totalmente malo; las cosas son un desconcierto. Invita a la reflexión la mezcla de lo bueno y malo…
Es algo difícil de entender y ―para Klein― explica la mirada lejana y grave que en algún momento puede entrar en los ojos de los niños durante las ensoñaciones. Los niños parecen extrañamente sabios en esos momentos, están en algún lugar profundo en el interior, abriendo los ojos a la ambigüedad moral del mundo real adulto.
Por desgracia, en el análisis de Klein, no todo el mundo llega a la posición depresiva. Algunos se atascan en un modo de primitiva división que ella denominó: la posición esquizo-paranoide. Durante muchos años, incluso en la edad adulta, estas desafortunadas personas se sienten incapaces de tolerar la más mínima ambivalencia: deseosos de preservar el sentido de su propia inocencia deben odiar o amar. Deben buscar la cabeza de turco o a quien idealizar. En las relaciones tienden a caer violentamente en el amor. Y luego ―en el inevitable momento en que su amado de alguna manera les decepciona― cambian bruscamente y llegan a ser incapaces de sentir nada.
Estos desafortunados son propensos a cambiar constantemente de pareja, buscando siempre una visión de satisfacción completa que nunca se consigue, por cualquier error involuntario por parte del amado.
De qué nos sirve la teoría de Melanie Klein
No tenemos que creer literalmente la verdad de la teoría de Klein para darnos cuenta de que tiene valor para nosotros, como una representación inusual, pero útil, de lo que significa ser un buen adulto. El impulso de reducir a las personas a lo que pueden hacer por nosotros ―nos dan leche, nos permiten ganar dinero, nos hacen mantenernos felices― en lugar de lo que son en sí mismos ―un multifacético ser―; esto se puede observar lamentablemente en la vida emocional en general.
Con la ayuda de Melanie Klein aprendemos que llegar a un acuerdo con la compleja naturaleza ambivalente de todas las relaciones es algo que pertenece al crecimiento, una tarea que nunca dejamos de hacer, y que nos hace estar algo tristes y deprimidos en ocasiones.
Melanie Klein (1882-1960)
Fuente: Las mañanas de RNE (8/08/2016) | Videos del canal de YouTube The School of Life y Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, vol. XXII, núm. 81, marzo, 2002, pp. 65-78 (Asociación Española de Neuropsiquiatría Madrid, España)