Cómo saber si un niño tiene un trastorno mental

Se acostumbra a considerar que los problemas de salud mental en niños son casos aislados, cuando la realidad es que afectan a casi  2 de cada 10 niños del mundo ¿Cómo podemos favorecer la salud mental en la infancia y en la adolescencia? Tal y como recoge el informe sobre salud mental infantil y juvenil, las dificultades en el desarrollo emocional e intelectual del niño se pueden relacionar con resultados insuficientes en materia de educación, con relaciones sociales poco satisfactorias, con el uso incontrolado de sustancias, con estilos de vida inestables, con conductas de autolesión y con una baja autoestima.

Los niños y jóvenes con problemas de salud mental tienen más riesgo de sufrir enfermedades con el paso del tiempo y de tener complicaciones a nivel físico. Una vez el niño muestre indicadores de salud mental deficitaria, la atención inadecuada o la no intervención puede alargar el sufrimiento del pequeño y limitar la oportunidad de disfrutar de una vida satisfactoria, e incluso puede hacer que el trastorno se cronifique.

Una salud mental deficitaria tiene consecuencias para toda la familia.

Especialmente para el núcleo de convivencia. La familia ha de hacer frente a cargas que provocan situaciones de inseguridad, de miedo, de estrés y de angustia. La presencia de trastornos mentales en la infancia puede comportar costes económicos hasta diez veces superiores a la edad adulta, y las consecuencias emocionales negativas pueden retroalimentarse y agravar los efectos que el propio trastorno tiene en el niño.

Salud mental de niños y adolescentes

Han aumentado las patologías conductuales y de comportamiento perturbador.

Uno de los problemas de los jóvenes es que les cuesta aceptar la frustración porque viven sobreprotegidos. Aunque los jóvenes han crecido pensando que la norma de vida es el placer y el bienestar, lo más normal es tener problemas y saber sobreponerse. La reacción de cada individuo ante situaciones desestabilizadoras dependerá de sus capacidades para afrontarlas y seguir adelante: la resiliencia. Si no el niño o el joven es susceptible de desarrollar una problemática de salud mental.

Salud mental, salud emocional.

Cuando se habla de salud mental en muchas ocasiones estamos hablando de salud emocional. Ansiedad, estrés, depresión, impulsividad, fobias, predisposición a una conducta violenta… son ejemplos de salud mental que también es salud emocional, o más bien de falta de salud mental y emocional.

En niños y adolescentes esto provoca comportamientos que son emoción en estado puro, sin ningún tipo de regulación o censura que permita disimular la fogosidad del momento. Cuando se juntan en una misma persona problemas denominados mentales (que muchas veces son emocionales) con la energía y la efervescencia de la adolescencia, nos podemos encontrar delante de un coctail casi explosivo muy difícil de contener dentro de un aula ordinaria. Por ello a menudo requiere una atención especializada.

¿Cómo definimos qué es salud mental en términos de niños y jóvenes?

Habitualmente cuando tenemos que definir la salud lo hacemos más a partir de la enfermedad que no propiamente de la salud. Somos más hábiles a la hora de definir cuando aparece la enfermedad que no lo que es el estado de salud.

Técnicamente una buena salud no implicaría sólo la ausencia de enfermedad, sino que implicaría un bienestar completo en todas las áreas de vida: personal, escolar, social, familiar, con los iguales.

Basándonos en esto encontraríamos a muy pocos niños con buen estado de salud. Se ha acabado por definir que tenemos niños y jóvenes saludables cuando aun con las dificultades que pueden tener, también emocionales, estas no interfieren y les permiten que funcionalmente puedan adaptarse y conseguir sus objetivos de vida.

La enfermedad aparece cuando realmente tenemos a un niño que no puede conseguir sus objetivos de vida.

Tanto puede ser a nivel de relaciones sociales como a nivel escolar, como si el niño no es capaz de mantener una conducta apropiada allí donde pertoca, o cuando el chaval tiene una forma de pensar que le hace interpretar al entorno como amenazador… En definitiva cuando hay una interferencia. La interferencia es lo que delimita, es la línea que separa al sano del enfermo.

A la hora de tratarlos, los problemas emocionales son los que generan más dificultades. Básicamente porque la emoción acostumbra a ser lo que los psicólogos menos conocen. Se conoce muy bien que pasa a nivel de pensamiento o que pasa a nivel de conducta, pero la emoción es como un cajón de sastre. Y  es la clave, el intentar tener niños y jóvenes que se autorregulen emocionalmente para que puedan afrontar lo que la vida les irá deparando.

Salud mental de niños y adolescentes

 

Dentro de la falta de salud mental en los niños podemos diferenciar dos grandes grupos.

  • Por un lado los niños que realmente tienen una enfermedad mental: un trastorno psicótico, una esquizofrenia o un trastorno depresivo mayor. Que requieren un tipo de intervención mucho más desde la técnica y desde los conocimientos que se tienen de la psicopatología.
  • Y por otro lado un grupo cada vez más grande, y que curiosamente son los que generan más dificultades: casos que aparentemente son menos graves pero que funcionan muy mal en el día a día. Son niños que quizás tienen un problema mental aparentemente menos importante,  pero que esta interferencia hace que no consigan sus objetivos de vida. Esto explicaría el incremento de las autolesiones, de las tentativas de suicidio, de los problemas de conducta… cosas de las que hace 25 años no teníamos los índices que tenemos hoy.

Creemos que los niños no sufren.

Estamos en una sociedad en la que nos parece que los niños no sufren. Y en realidad en el proceso de desarrollo del niño, hablando ya de la primera infancia, estamos delante de un ser vulnerable.

En la sociedad actual la vulnerabilidad se considera un hándicap, algo anómalo, cuando en realidad es algo inherente al ser humano. Sobre todo cuando un niño está en proceso de construirse como persona, con todo el proceso que comporta desarrollar su propia identidad. El niño en cada etapa evolutiva de su desarrollo psicoafectivo se encontrará con momentos y situaciones de pequeñas crisis, que a veces parece que es algo que la sociedad no tolera tanto.

Y en determinados casos nos encontramos con chicos y chicas en los que precisamente no es tanto un tema de patología grave o de trastorno mental, sino situaciones en las que cuesta aprender a autorregularse, aprender a tolerar la frustración, aprender a adquirir habilidades y maneras de afrontar determinadas situaciones que la vida les depara… y es una labor que en ocasiones no se ha de desarrollar sólo desde un marco de terapia, sino que desde la familia, desde la escuela, desde el contexto en que vive y convive el propio chico o chica se ha de facilitar que pueda aprender a autorregularse, que el niño consiga tener fortaleza emocional.

Salud mental de niños y adolescentes

Cómo los niños expresan su malestar.

Los niños expresan su malestar y el sufrimiento emocional básicamente a través del cuerpo y a través de la conducta, y nuestra labor y nuestro reto es llegar a las emociones.

Describir qué es educación emocional es complicado. Las  emociones son como se ha dicho antes una especie de cajón de sastre, y en muchas ocasiones las inferimos a partir de la conducta. Cuando vemos a un niño por ejemplo dando golpes podemos pensar que siente rabia, cuando le vemos llorar pensamos que está triste… En  psicología el estudio de las emociones, aún siendo clave, ha quedado siempre en segundo plano porque a él es difícil acceder.

Las emociones se educan desde bien pequeñitos.

Hay padres que se preguntan “¿cómo puedo educar a mi hijo para que tolere la frustración?” Pues la respuesta es que desde el mismo momento de nacer, no hay una edad en que se pueden empezar a imponer los límites. Sobre la capacidad de autorregular la conducta se podría hablar desde las primeras relaciones de vida, sobre todo el bebé con la madre y el entorno de la familia. Ahí el niño comienza a interiorizar maneras de afrontar el malestar y situaciones frustrantes.

La frustración y los límites se adquieren a partir de conductas, cuando el padre o la madre dice no, cuando el niño es pequeño llora y tiene rabietas. Si esta conducta se va adquiriendo, cuando el pequeño crece y llega a la edad adulta ante una frustración gestionará mejor los sentimientos. Eso no significa que la persona no sienta la rabia.

Educar las emociones no es anularlas.

Hay quien entiende que educar emocionalmente significa anular la expresión de las emociones, y no es así. Se trata de gestionarlas de forma que nos permita afrontarlas.

Se dan casos de niños con muchas dificultades emocionales que lo que hacen es autolesionarse, o niños que tienen alteraciones de conducta y acaban montando un número monumental por situaciones que aparentemente no son tan graves. ¿Qué podemos hacer con estos niños para que aprendan a autorregularse?

Probablemente les hemos de empezar a dar experiencias de frustración, y esas experiencias las empiezan a dar los padres, la escuela, la sociedad. La convivencia siempre implicará que va a haber unos límites. Y si esos límites los padres (que son los primeros que están en contacto con el bebé o el niño) no los empiezan a ejercer, el cerebro pierde los momentos críticos en los que le es fácil hacer esta autorregulación. Esto no quiere decir suprimir las emociones. Se trata de aprender a identificarlas y darse cuenta de qué es realmente lo que nos está molestando en cada momento.

Salud mental de niños y adolescentes

Caso práctico: adolescente al que deja la novia.

Pensemos en un joven en edad adolescente al que le deja la novia. ¿Cuál es aquí el problema? No es tanto el que le haya dejado la novia (eso es algo que ya ha pasado) sino cómo tolera y acepta la situación.

Hace 25 años, cuando esto ocurría, quizás nos encerrábamos en la habitación y nos hartábamos a llorar, pensábamos que nunca jamás encontraríamos a otra como ella… luego la vida nos acaba demostrando que eso no es así. Y en cambio ahora es curioso que hay chicos y chicas que lo que hacen ante esta situación es autolesionarse, o hacer una sobre ingesta de medicamentos.

Y la impresión que tenemos no es que los niños de hoy genéticamente hayan nacido peor, sino que el problema es que las experiencias de frustración que tienen son menos que las que se tenían antes. Hemos ido hacia un modelo en el que con los menores todo lo hemos hecho demasiado paternalista, la sobreprotección es un problema. Es verdad que en la infancia los niños son vulnerables, es la etapa más vulnerable de la vida. Pero el que los niños sean vulnerables no quiere decir que no los tengamos que exponer a lo que después en la vida adulta se irán encontrando.

Que tenemos que hacer antes de llegar a la adolescencia.

Antes de que el chico o la chica lleguen a la adolescencia ¿qué mecanismos se han ido activando durante todo ese recorrido para ayudar a este niño? La ventaja que tenemos con la escuela es que permite hacer una prevención universal.

Al colegio van todos los niños: vengan de la familia que vengan y sean de la clase social que sean. Cualquiera que sea su contexto todos los niños van a una escuela, y desde P3 ya se pueden comenzar a identificar algunas señales de riesgo y empezar a tomar medidas.

Cuando en un niño se identifican estas señales existe la posibilidad de que se le pueda derivar a un CDIAP (Centros de Desarrollo Infantil y Atención Precoz), donde se hará una diagnosis del niño, en la medida que sea posible, y se empezará a hacer una intervención precoz.

La intervención que se hace en los 2-3 primeros años es la que se considera más eficaz, y el problema es que en salud mental infanto-juvenil siempre vamos un poco tarde

Cuando ya ha pasado la etapa preescolar y el niño llega a la edad de 6 años, y hasta los 18, está la opción de que si se identifica que hay problemas sugerentes de enfermedad mental el menor sea atendido en un centro de salud mental infanto-juvenil. Son centros que están integrados por equipos multidisciplinares, con psiquiatras, psicólogos clínicos, en algunos también encontramos enfermería y trabajadores sociales.

El niño es él y su contexto.

En la atención a la infancia en casos de enfermedad mental, a diferencia del mundo adulto, se han de tener en cuenta diferentes variables.

No sólo podemos tener en cuenta la variable “niño”. La variable “contexto” en los niños tiene mucho más peso que en los adultos. Al hablar de contexto hablamos de familia, de niños que a veces tienen padres con enfermedad mental que no pueden ejercer las funciones parentales de manera correcta. Es por tanto fundamental identificar las señales de riesgo social que hay en el entorno de ese menor.

Y si no se interviene en el contexto es muy difícil solucionar los problemas. Cuando un niño es muy pequeño (5-6-7 años) se podría decir que el 75-80% de la intervención en realidad se hace con los padres. Si que se trata al niño, pero para modificar como se relaciona el niño con sus padres se empieza trabajando con los progenitores. El hecho de que el menor tenga detrás una familia con unas características determinadas es un factor pronóstico en un sentido o en otro. En la adolescencia la cosa cambia, porque el peso del menor ya no es tan pequeño.

Pero sí que hay datos preocupantes. Uno de cada cuatro menores de 16 años (o uno de cada 5, dependiendo del año) deja la escolarización antes de finalizar la ESO, la Enseñanza Secundaria Obligatoria, y aquí es donde empieza la exclusión social.

Cuando una enfermedad mental empieza de niño, si no se interviene de manera correcta y eficaz, y a todos los niveles, tenemos ya los primeros factores de lo que puede ser un adulto con exclusión social.

Cuando un menor llega a un hospital de día.

Tenemos a un menor que llega a un hospital de día ¿Qué recorrido ha hecho ese niño y en qué situación llega?.

Al hospital de día llegan mayoritariamente chicos y chicas en edad adolescente, a partir de los 12 años. Cuando llegan vienen derivados por profesionales de los centros de salud mental infanto-juvenil, ya se les ha hecho un diagnóstico y están atendidos (y atendidas también sus familias). Cuando se opta por el hospital de día es que el chico o la chica no pueden seguir una normalidad absoluta en su día a día. La mayoría ya hace tiempo que llevan en la mochila malestar y problemas a nivel de adaptación, sobre todo escolar.

Llegados a este punto la adolescencia dificulta el hecho de acercarse a estos chicos, y tratar con ellos es siempre un reto.  Porque la adolescencia en sí es una etapa de crisis en la que se ha de construir definitivamente la identidad y el joven ha de acceder al mundo adulto. La mayoría son jóvenes que han tenido una evolución patológica.

¿Qué entendemos por evolución patológica?

Significa que son chicos y chicas que probablemente han tenido problemas en su entorno desde bien pequeños, algunos de ellos en el contexto escolar y también en el contexto familiar, pero han podido llegar a un equilibrio. En general han sufrido problemas de autorregulación emocional que se trasladan al plano conductual.

Cuando un niño tiene problemas de autorregulación a veces se detecta, y es verdad que se identifican muchos indicadores que no podemos definir propiamente como psicopatológicos, pero que si son indicadores de dificultades a la hora de adaptarse al entorno para la etapa en la que el niño se encuentra evolutivamente hablando. Niños movidos, inquietos, que a veces en el contexto del aula les cuesta adaptarse y relacionarse con iguales, les cuesta jugar a un juego aceptando las normas.

Son niños que empiezan con problemas conductuales, puede ser externalizándolos y a veces también internalizándolos, en el sentido de que nos podemos encontrar con cuadros de más inhibición. Más tarde o más temprano estos problemas afectan al desarrollo de las actividades educativas y académicas. Y cuando los chicos llegan a la adolescencia y pubertad, y sobre todo el paso de la escuela primaria a la ESO, es cuando esta situación que hasta ese momento se ha podido ir gestionando, explota.

Cómo se siente el joven.

Cuando un joven llega al hospital de día se siente enfadado, frustrado, fuera de sitio…

Tratar con adolescentes es difícil, es muy diferente de cuando se trata a un niño, porque cada día desconoces que te puedes encontrar. A veces los jóvenes tienen cosas muy escondidas, grandes virtudes y grandes potenciales, aunque sólo se vea la fachada que ha alarmado al instituto, que ha hecho que sea expulsado, y que hace que la familia sea crítica. Ante todo hay que pensar que detrás de toda esa aparatosidad hay sufrimiento, y  emociones que seguramente el propio adolescente es incapaz de reconocer.

El primer encuentro determina mucho todo lo que será la alianza y el vínculo terapéutico de este chico o chica que ha de acudir por su cuenta al hospital de día. Por ello es importante que se sienta reconocido y que vea que se comprende su sufrimiento, no loando de la forma en que lo está expresando sino sugiriéndole que hay otras formas de resolver este malestar.

Siempre que es posible se incluye a la familia, porque se parte de la idea de que detrás del chico hay unos padres, unos familiares, unos vínculos y unas experiencias que han hecho que esta persona se forme a nivel emocional. La mayoría de veces las familias son las primeras que están abatidas, culpabilizadas, se sienten responsables. Por eso se plantea como un trabajo en equipo. La familia es necesaria en la terapia y el adolescente también la necesita, aunque a veces es el primero que pide que no vengan.

El suicidio ya es la primera causa de muerte entre los jóvenes.

En el informe sobre salud mental infantil y juvenil se lee: “concretamente en la población adolescente y joven con problemas de salud mental puede haber un retraso en la petición de ayuda y de tratamiento, derivado de los sentimientos de autodesvalorización y discriminación que comporta el estigma”. Sería como el autoestigma.

¿Cómo podemos conseguir que esta mirada de desvalorización que el adolescente tiene sobre sí mismo se modifique? Es algo que va muy ligado a la autoestima. Hemos de poner la atención en dos aspectos:

■ Uno es si el adolescente está preparado para identificar cuando realmente tiene un problema emocional, o cuando empieza a tener estos sentimientos que si no gestiona bien le pueden acabar llevando a situaciones tan graves como los datos que se tienen de suicidio en población adolescente. Es algo que implica comenzar a trabajar también con los adolescentes aspectos que quizás no se han planteado: saber gestionar el estrés, el día a día, aprender a resolver los propios problemas, aprender habilidades interpersonales… todo esto es algo que se puede enseñar y que sirve de apoyo para que no aparezcan estos sentimientos.

■ Y por otro lado también se ha de preparar al adolescente de manera que, igual que él sabe que cuando tiene una herida determinada ha de acudir al hospital, que sepa que cuando tiene unos síntomas determinados (como podría ser una depresión) puede pedir la ayuda pertinente, que es algo que se puede tratar y que se puede curar.

¿Y esto quién lo debería enseñar? Evidentemente no es viable que haya psicólogos y psiquiatras en cada instituto para hacer esta labor. Tampoco sería un modelo sano, saludable ni recomendable.

La clave estaría en empezar a formar a formadores: igual que dentro del profesorado seguramente hay alguien que se ocupa de formar en prevención de drogodependencias, en cada instituto y en cada centro de enseñanza debería haber algún referente, pero del mundo educativo, que pudiese formar a los otros en cosas tan claras como por ejemplo identificación de señales de riesgo de conductas suicidas, o identificación de trastorno depresivo.

De esto ya ha habido alguna experiencia que se ha hecho a nivel de comunidad. Por ejemplo hace unos años, en Sabadell, dentro de un programa que se hizo de prevención de la depresión se intento formar a la comunidad. En todos los institutos, en segundo ciclo de ESO, lo que se hizo fue formarles en qué era la depresión, qué síntomas tenía, se les enseñó a identificar y se hizo de una manera cercana y divulgativa, para que ellos mismos pudiesen aprender a identificar estos síntomas en ellos mismos y en los compañeros. Eso a la vez permitió identificar que un porcentaje pequeño de escolares tenían síntomas depresivos, y de estos un porcentaje más pequeño tenía un trastorno depresivo al que ni los padres ni ellos mismos le habían puesto nombre. Y a partir de ahí se pudo tratar.

¿Qué transmiten los jóvenes cuando se autolesionan? ¿Es una forma de llamar la atención?

En algunos casos sí, pero no siempre. Cuando se produce esa conducta, lo que hemos de intentar ver es la funcionalidad de ese comportamiento: ¿qué función tiene en ese caso concreto? Y en ocasiones sí que esa funcionalidad puede ser disminuir o liberarse de un cierto malestar emocional. Ocurre en chicos que han vivido situaciones duras y que eso les produce un malestar emocional muy grande, y utilizan la autolesión como una forma física de hacerse daño. De esta manera su atención queda centrada en un dolor físico, que es más soportable que un dolor psicológico.

Pero cada vez más se aprecia un perfil diferente: el del chico o chica que se autolesiona porque no sabe gestionar de manera correcta dificultades cotidianas. Y al hablar de dificultades cotidianas no quiere decir que hayan vivido situaciones traumáticas, sino situaciones triviales: discusiones, por ejemplo no se les deja salir por primera vez a la discoteca… y a partir de ahí responden haciéndose una autolesión.

También se da el caso de algunos grupos o tribus urbanas que utilizan la autolesión como una forma de pertenencia y de identidad, es el caso de los “emos”.

Todo esto hace que las profesionales que se dedican a tratar con niños y adolescentes tengan que personalizar mucho los tratamientos.

Cómo aborda el terapeuta los trastornos mentales en niños.

¿Cómo aborda un terapeuta cuando le llega un joven que se ha autolesionado o que ha expresado tentativas de quitarse la vida?

En primer lugar se han de tener en cuenta las emociones del joven. La emoción se ha de validar siempre y siempre se ha de aceptar, evidentemente que el chico o la chica para tener esa conducta se ha sentido mal. Se les ha de hacer ver que en la vida todo tiene vuelta atrás menos una cosa, que es la muerte. Cuando ocurre una situación que uno no prevé es como cuando hay una granizada y no llevas paraguas, quedas empapado.

Se trata de darles estrategias dirigidas a que contemplen otras alternativas que no sea la autolesión. Y empoderarlos, no hablándoles desde un tono paternalista:”¡Pobrecito, eres un enfermo mental!”. No es eso lo que necesitan oír. Lo que necesitan escuchar es: “Mira, estás aquí porque no has sabido gestionar bien la situación y te vamos a enseñar estrategias para que cuando te ocurra algo parecido sepas hacerlo mejor”.

Y esas estrategias no son muy complicadas. Son lo que todos haríamos: hablar, quedar con alguien e ir a dar un paseo y charlar, ponerte a realizar una actividad que te guste… es lo que todos hacemos cuando tenemos momentos en los que nos sentimos angustiados.

¿Por qué hay ahora más adolescentes que antes que se autolesionan?

Aquí las redes sociales nos gastan una mala pasada. Conductas que quizás antes quedaban más en el anonimato, ahora tenemos la gran desgracia de que las redes sociales permiten que se haga una gran difusión y que los adolescentes “acaben normalizando” algunas de estas conductas, no las ven como estigmatizadoras. Cosa que en otros momentos no era así.

De hecho últimamente se ha hablado mucho del juego de la Ballena Azul y como se han producido diversos casos. Esto complica este asunto cada vez más, porque contenidos que atentan contra la salud mental en internet encontraremos muchos. Ahora se ha puesto de moda el juego de la Ballena Azul, pero si buscas en Google “¿cómo suicidarte?” nos encontramos con un número de entradas increíble.

Delante de estos fenómenos estamos algo indefensos. Cada día se abren páginas que hacen apología de los trastornos alimentarios. Hacen apología a la anorexia, a la muerte, al suicidioLos jóvenes que se atienden con problemas de salud mental son una población más vulnerable que el adolescente que, dentro de estar en plena adolescencia, está con un cierto equilibrio emocional. Y con el agravante de que en la mayoría de los casos los padres no están formados en estos medios, y tienen un desconocimiento del uso que hacen sus hijos de internet y de las redes sociales. Está claro que existe un problema de alfabetización en medios digitales, y también tenemos el problema de que los adolescentes tampoco han sido alfabetizados, por mucho que se diga que son nativos digitales.

Proteger desde la primera infancia.

Para prevenir problemas lo fundamental es proporcionar a los niños factores protectores desde la primera infancia. Y esto se hace a partir de las relaciones familiares.

Tener un hijo es educarlo, estar con él, irle ayudando a adquirir y a internalizar una manera de vivir, de gestionar las emociones, de gestionar las dificultades del día a día. Es algo que se entrena con las pequeñas situaciones de la vida cotidiana como puede ser el hecho de llegar a casa y tener que hacer los deberes, ahí los padres, uno u otro, han de intentar estar. O cuando el niño no puede ir, o hacer, o tener todo lo que quiere. La omnipotencia infantil y el deseo del placer ha existido siempre, y los niños no pueden crecer pensando que todo lo pueden. La sociedad, y sobre todo la familia, han de ir ayudando al menor a madurar y a adaptarse.

 

Fuente: “L’ofici d’educar” de Catalunya Ràdio (30/05/2017) / Imágenes: flickr greg westfall.