¿Cuál es el significado de resiliencia? ‘Resiliencia’ es una palabra que, a priori, nos resulta complicada de pronunciar, incluso ajena a nuestra vida cotidiana, y sin embargo es un concepto ampliamente utilizado en el mundo científico.
Leyendo esta entrada del blog sabrás qué es la resiliencia de una persona y cómo se puede fortalecer, cómo se desarrolla, por qué te ayuda a vivir mejor y cómo ayuda al aprendizaje.
Qué es la resiliencia y ejemplos
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Qué significa resiliencia. Definición
¿Qué es la resiliencia de un material? La palabra ‘resiliencia’ hace referencia a una propiedad de los materiales por la cual un objeto elástico, es decir un muelle o un resorte, que es sometido a una presión o fuerza determinada, es capaz de, una vez que cesa dicha presión, recuperar su forma original.
Si trasladamos este concepto al mundo de la Psicología y de las Ciencias Sociales, nos referimos a la capacidad que tienen las personas para resistir y recuperarse, ante circunstancias adversas, bien sean éstas de carácter individual o psicosocial.
La resiliencia es una capacidad que todos tenemos de poder afrontar la adversidad y no venirnos abajo, creando los recursos necesarios para salir incluso fortalecidos. Nos permite a las personas poder resistir y aguantar las situaciones más terribles que pueda soportar el ser humano, sobreponiéndonos a los baches y las desgracias que se nos presentan en nuestra vida.
La resiliencia no es innata, es algo en lo que podemos aprender y en lo que podemos formarnos. Todos podemos ser resilientes si sabemos cómo.
- Resiliència (en catalán).
- Resilienz (en alemán).
- Résilience (en francés).
- Resilience (en inglés).
- Resilienza (en italiano).
La palabra resiliencia viene del verbo latino «resilire» (que significa saltar hacia atrás, rebotar), y es que la resiliencia es como una resistencia flexible.
La resistencia siempre se ha visto como aguantar, como afrontar cualquier adversidad pero resistiendo. El concepto de resiliencia, sin embargo, hace referencia a una resistencia flexible, porque lo importante es que uno se adapte. La palabra clave dentro de la resiliencia es la adaptación.
Todos, a lo largo de nuestra vida, nos enfrentamos a situaciones dramáticas. La adversidad nos va a visitar antes o después. Estadísticamente está comprobado que todos vamos a pasar por acontecimientos que potencialmente pueden ser traumáticos: la muerte de un ser querido, la enfermedad, un fracaso en el terreno que más nos importa, quizás un despido… Hoy día no es como era antes, en que se estudiaba el trauma sólo en catástrofes.
Los estudios sobre resiliencia surgieron a mediados de los años 70. Al principio se pensaba que era una capacidad innata con la que nacían las personas, pero, a medida que iban surgiendo investigaciones más exhaustivas sobre el tema, se vio que esta cualidad podía desarrollarse a edades muy tempranas.
Comenzaron estudiándose las familias de niños que tenían padres alcohólicos. La situación de los niños con padres con ese problema evidentemente parecía como si los predispusiera a tener trastornos cuando fueran mayores.
Esos niños, que habían sido educados en ambientes tan terribles, lo lógico era pensar que en la edad adulta fueran alcohólicos y personas conflictivas. Sin embargo se observó que no era así. Se observó que los niños, a pesar de haberse desarrollado en esos ambientes tan adversos, eran capaces de poder ser unas personas completamente normales y adaptadas a la sociedad.
Desde el punto de vista de la neurociencia, destacar que el cerebro se va configurando continuamente con las experiencias vividas. Tenemos un potencial muy fuerte, es como si tuviésemos un motor de Ferrari y en cambio vamos pedaleando en bicicleta. Podemos afrontar cualquier problema o cualquier circunstancia difícil de la vida siempre que no tengamos miedo.
La resiliencia está muy relacionada con el desarrollo y depende de las circunstancias de cada uno. Según estos estudios realizados en el ámbito de la psiquiatría y la neurociencia, se fue comprobando que la resiliencia no es tanto que sea heredada o adquirida sino que resulta mayormente de la interacción y de la adaptación que cada persona hace con su ambiente y con los conflictos que le surgen a lo largo de su vida.
Es el ejemplo clásico del desarrollo de la inteligencia. Un niño puede ser muy inteligente, pero si no se le dan las oportunidades para estudiar, para desarrollar esas capacidades intelectuales, pues evidentemente no llegará a desarrollar ese potencial. Lo mismo ocurre con los factores resilientes. El niño tiene que tener la oportunidad de vivir situaciones, no tienen que ser extremas, en las cuales viva condiciones adversas para poder desarrollar estos factores de resiliencia.
Cómo se puede fortalecer la resiliencia
Martin Seligman, psicólogo estadounidense padre de la indefensión aprendida, y que tuvo estudios relevantes en la psicología positiva, dice que hay tres claves que torpedean el ser resiliente:
No personalices | ¿Toda la culpa es tuya? Puede que no dependa en nada de ti. La primera clave es no personalizar. Personalizar significa echarse la culpa de todo. Imagínate que te has divorciado y que no haces más que pensar que no has sido una buena esposa o un buen marido y que todo es culpa tuya. Cuando personalizas es mucho más difícil salir de la situación
No generalices | Al margen de lo ocurrido tu vida sí funciona. Generalizar supone que eso que está torpedeando ahora tu vida también puede torpedearla en el resto de aspectos. Que si no soy una buena esposa o un buen marido seguramente también pueda ser una mala madre o una mala amiga y que vaya a perder a mis amigos.
No será para siempre | Tranquilo, o todo pasa o aprendemos a aceptarlo. Si pensamos que algo va a durar para siempre y el dolor también, si pensamos que ahora es horrible y que siempre será horrible, va a ser mucho más difícil tener esperanza. Cuando algo es horrible, a pesar de que no se pueda volver atrás, siempre podemos pensar que el dolor sí que va a ser pasajero.
La adversidad, cuando se va afrontando, va creando en nosotros una mayor competencia. Porque la resiliencia es eso, la capacidad humana de afrontar situaciones límites pero sobreponiéndose, no es solamente aguantar.
Caer en una espiral negativa tiene sus riesgos, es un círculo tóxico y muy difícil de superar. Hay que pasar rápidamente, o cuanto antes se pueda. No quedarse en la pregunta de «¿por qué a mí?» sino pensar «¿qué puedo hacer yo con esto que me está pasando?». Porque es verdad que ese es el pozo donde muchísimas personas se meten, y es difícil salir si no se tiene la fuerza de decir «voy a tirar para adelante» y darse cuenta de que, con ayuda, siempre hay mucha más vida hacia adelante que quedándose encerrado.
5 Libros para comprender la resiliencia, saber qué es y cómo desarrollarla
Resiliencia. Gestión del naufragio | 240 páginas | La asignatura pendiente del siglo XXI es superar la adversidad. Todos nos enfrentaremos a situaciones traumáticas a lo largo de nuestra vida ¿Cómo afrontarlas de forma positiva? ¿Cómo desarrollar una respuesta resiliente?
Las personas a las que se ha entrevistado en este libro constituyen la mejor demostración de cómo se puede gestionar el naufragio. Todos ellos han pasado por difíciles tempestades que les ha presentado la vida pero ninguno ha naufragado. En unos casos han superado duros procesos de enfermedad y en otros afrontado la muerte de un ser querido o se han enfrentado a momentos críticos en los que o bien salían adelante o bien perdían todo lo que hasta ese momento habían conseguido.
Los patitos feos: La resiliencia. Una infancia infeliz no determina la vida | 272 páginas | Tras superar una infancia difícil, marcada por el fallecimiento de sus padres en un campo de concentración nazi y su paso posterior por distintos orfanatos y centros de acogida, Boris Cyrulnik adoptó el concepto de «resiliencia» y lo aplicó al campo de la psicología infantil para demostrar y explicar cómo todo niño puede empezar de nuevo después de haber sufrido una experiencia traumática.
La resiliencia en entornos socioeducativos | 168 páginas | Tres buenas razones para leer este libro y para tenerlo como guía o como punto de referencia, al cual volver para dialogar con él:
La primera razón viene dada por ser un término emergente. Por fin la resiliencia es un concepto del cual no solo hablan algunos expertos sino que ha llegado a la comunidad educativa, a los medios de comunicación y a la sociedad. Es un concepto, una metáfora de las posibilidades que hay que conocer y promover, tanto a nivel personal como comunitario: y más aún en momentos de crisis.
La segunda razón es porque se trata un libro diferente al resto de la literatura existente sobre resiliencia. Aborda los elementos clave que dan sentido a la resiliencia y aquellos que la pueden promover. Ofrece una mirada plural, a través de personas que aportan su reflexión teórica, junto a su experiencia y buenas prácticas que han implementado con éxito para el desarrollo de la resiliencia en diferentes entornos socioeducativos.
La tercera razón es porque todas sus páginas se han pensado para cada lector, para cada lectora. Van encaminadas y dirigidas a ellos y ellas, a su felicidad. Si el término resiliencia nos parece aún demasiado lejano, podemos pensar en nuestra felicidad, porque el camino de la resiliencia es un camino que conduce a ser feliz.
Levantarse y luchar: Cómo superar la adversidad con la resiliencia | 192 páginas | Rafaela Santos parte de testimonios de personas que superaron situaciones realmente dramáticas, que lucharon y vencieron, para explicar en qué consiste la resiliencia y transmitir al lector las claves para su desarrollo; personas para las que fue un punto de partida enfrentarse a la adversidad. Los llamamos «héroes» y «heroínas» porque, pudiendo haber sucumbido, se han crecido ante ella.
Desarrollar esta cualidad y aprender a ganar impulso después de las caídas es necesario, quizá hoy más que nunca. Es importante saber que tenemos capacidades que muchas veces, hasta que las circunstancias nos obligan a ponernos al límite, no desarrollamos.
La autora propone las 3 Aes de la Resiliencia como claves para afrontar los momentos difíciles y evitar que muchos acaben rompiéndose sin descubrir su fortaleza interior.
La fiesta mágica y realista de la resiliencia infantil | 128 páginas | Este manual de técnicas terapéuticas para apoyar y promover la resiliencia contiene una serie de propuestas de actividades para ayudar a monitores y monitoras, profesionales y no profesionales, a organizar talleres grupales con niños y adolescentes que han estado en contextos de injusticia social, violencia y maltrato producidos por las personas adultas.
Qué es una persona resiliente. Qué es la capacidad de la resiliencia
Cuando una persona se hace resiliente ante un problema tiene mayor capacidad para afrontar el siguiente.
Los tiempos que vivimos son para personas resilientes. Tenemos que prepararnos para los cambios, para el entorno incierto en el que vivimos. Tenemos que estar preparados para que cuando llegan los problemas no nos abatan, que no nos hundan, sino que sepamos afrontarlos y aprendamos a crecer. Eso es realmente la resiliencia.
Investigaciones sobre resiliencia han revelado que hay personas (un tercio de la población) que tienen un gen específico, que está relacionado con la serotonina, y que tienen mayor facilidad para tener una personalidad resiliente.
Pero la resiliencia la puede desarrollar todo el mundo y es además muy necesaria, lo vemos hoy día especialmente porque, por el tipo de educación que se está dando, la gente es más vulnerable. La sobreprotección infantil hace que los niños y niñas no tengan autonomía y no afronten retos, se hacen más débiles y ante la adversidad sucumben.
La capacidad de resiliencia se puede aprender y desarrollar para afrontar cualquier reto, cualquier dificultad de la vida, y no solamente aguantar sino fortalecerse y salir mejor. Es la capacidad para mantenerse entero cuando se es sometido a grandes exigencias y presiones, para sortear dificultades, para aprender de las derrotas y reconstruirse.
Nuestra naturaleza humana nos ha hecho poco generosos con la adversidad y los malos resultados. Nos han educado para el éxito. Y la felicidad no está en ser perfectos y en que todo nos vaya bien sino en saber afrontar las derrotas, los fracasos.
No pasa nada, tener un fracaso es algo distinto a sentirme fracasado. Cuando uno se siente fracasado es… como que cierra una puerta, y se viene abajo. Fracasar, tener una equivocación, es humano, es normal, y además es la vida. En la vida tenemos que aprender mucho de los fracasos.
Los psiquiatras y neurólogos han comprobado que la resiliencia forma parte del «statu quo» para casi todos nosotros. Entonces, ¿qué ocurre en ese porcentaje de personas que no se sobrepone al trauma emocional y se atasca en la depresión? Una persona, para superar la adversidad, tiene que tener tres elementos, lo que se conoce como las tres «C»:
CONTROL. Adquirir el control | La persona tiene que tener la capacidad de controlar o adquirir el control de su propia persona. El control a todos los niveles: el control de sus síntomas, el control de sus emociones, el control de sus pensamientos. Cada uno tiene que ser autónomo para tomar sus propias decisiones y para asumir sus responsabilidades. Adquirir el control significa no depender de los demás.
El miedo es lo que más provoca ansiedad y estrés y lo que más dificulta la resiliencia. En cambio la confianza, el saber que puedo, que soy capaz, poco a poco va desarrollando esta capacidad en las personas. Es algo innato pero a la vez también se puede desarrollar.
CAMBIO. Aceptar el cambio | Tenemos que aceptar los cambios que se producen en nuestra vida. Los cambios que ocurren en el desarrollo, los cambios que ocurren con la edad, los cambios que ocurren en nuestras diferentes situaciones.
Tenemos que aceptar que el cambio es consustancial con nuestra existencia. La verdad es que nos acostumbramos, sobre todo cuando ya llevamos un cierto tiempo y una cierta edad trabajando por el mundo, a tener las cosas demasiado rígidas y demasiado establecidas, y somos en general muy resistentes a cambiar.
Nadie se baña dos veces en el mismo río, decían los filósofos antiguos, porque todo fluye y todo cambia. Y las circunstancias cambian. Cuando llegamos a una edad a todos nos gustaría tener unas características de cuando éramos jóvenes. Hay quien dice «es que yo querría ser como era antes». Y eso es imposible. Tenemos que aceptar la nueva situación y las nuevas circunstancias que nos impone la vida incluso con las restricciones, incluso a partir de ellas e incluso llegar a dar sentido a las mismas.
Hay personas que pueden haber sufrido la misma circunstancia, a lo mejor un ERE, haber sido despedidas de una empresa. Al cabo de unos años una persona te puede decir «pues mira, gracias a que me echaron de aquella empresa empecé a buscar trabajo y estoy en un sitio mucho mejor».
En cambio otra gente, en la misma circunstancia, sigue preguntándose «¿Y por qué a mí? ¿Y por qué tuve tan mala suerte? ¿Y por qué me paso esto?», y siguen bloqueados y siguen en paro, sin encontrar recursos. Esa es la diferencia. Lo que nosotros tenemos que desarrollar son las capacidades para afrontar lo que nos venga de la vida, cualquier reto que se nos presente.
COMPROMISO. Estar comprometidos | La tercera parte del esquema, la tercera «C» que se plantea desde la psiquiatría para desarrollar programas de prevención y aprender a afrontar los traumas es compromiso.
No podemos pasar la vida pasando por encima, sino que la vida implica comprometerse con algo. Estamos comprometidos en primer lugar con nosotros mismos. El compromiso con nosotros mismos es llevar una vida digna, una vida con dignidad, una vida en la cual asistimos o seguimos un sistema de creencias y valores con los cuales de alguna manera comprometemos nuestra existencia.
Pero también una serie de compromisos que tenemos con la gente que nos rodea. Compromisos con nuestros familiares, compromisos con nuestros amigos, compromisos con nuestros compañeros de trabajo, compromisos con nuestra profesión, compromisos con otras personas que tienen las mismas situaciones o los mismos problemas que nosotros.
De ahí el asociacionismo, el asociarse con grupos de gentes que están pasando esa misma situación y no aislarse sino relacionarse, compartiendo con ellos sus inquietudes y sus experiencias.
Capacidad de control, de cambio y de compromiso son las tres vías fundamentales para superar el sufrimiento postraumático.
La resiliencia es la confianza, es sentir que personas que tienen una autoridad (un padre, una madre, un tutor, una persona que es un punto de referencia y un vínculo importante) reconocen que confían en ti, eso es lo más importante.
En los estudios se ha visto que una variable que tiene un poder modulador o amortiguador importante es el autoconcepto, la autoeficacia, la autoestima. Todo lo que tiene que ver con una percepción positiva de uno mismo, de la eficacia profesional, de las propias capacidades.
Esta percepción positiva de uno mismo es una dimensión clásica en todos los modelos de resiliencia. Otras variables son la percepción positiva en general del mundo, el optimismo.
Este tipo de estudios sobre resiliencia están dando un giro considerable en las terapias aplicadas para el tratamiento de las personas que sufren de estrés postraumático. La recuperación muchas veces, por desgracia, se ha centrado solamente en los aspectos negativos: identificar los síntomas que tienen, considerarlo como un enfermo mental, ponerles tratamientos más o menos intensos (que a veces los necesitan)… programas sobre todo centrados en la enfermedad. Y a veces hemos olvidado el aspecto de que todas las personas tienen esa capacidad de responder, de rehacerse y de recuperar su dignidad y de construir su propia vida.
En ocasiones, cuando se entrevista a personas dicen «a partir de aquello que me pasó, de aquel accidente que tuve, de aquel secuestro… aquello me aportó hacerme mucho más humano, aquello me aportó hacerme más fuerte. Ahora no tengo miedo», y eso es porque cuando un reto se supera los siguientes son más fáciles de superar.
Cómo son y cómo piensan las personas resilientes
Según la OMS, la Organización Mundial de la Salud, en la próxima década una de cada cuatro personas sufrirá una depresión.
Las personas resilientes comparten rasgos de carácter, por ejemplo un gran sentido del compromiso y una fuerte sensación de control sobre los acontecimientos. También tienden a asumir retos. Son personas capaces de reponerse a las adversidades que viven.
El término resiliencia hace referencia a la capacidad de manejar adecuadamente situaciones estresantes, traumáticas o amenazantes. La resiliencia se asocia por tanto a un crecimiento y desarrollo de la persona.
Curioso es lo que pasó en 1914. Se pedían voluntarios para una expedición a la Antártida: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frio extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito». El explorador recibió más de 5.000 solicitudes, y de ahí eligió a los 25 hombres que le acompañarían. ¿Sobrevivir depende de la mente?
Estos son más rasgos que comparten las personas resilientes: son optimistas, tienen buena autoestima, son seguras, tienen asertividad y empatía, están orientadas hacia las soluciones, tienen facilidad y adaptación al cambio, saben gestionar los conflictos, y también saben comunicar y recibir la comunicación de forma positiva, controlan las emociones y tienen una personalidad equilibrada, saben convertir las dificultades en oportunidades.
Ser resiliente no significa que las personas no sufran o se agobien. El dolor emocional y la tristeza son comunes en personas que están bajo gran estrés, adversidades o traumas en sus vidas, sin embargo las personas resilientes se caracterizan por ser conscientes de sus limitaciones, por confiar en sus capacidades, por no intentar controlar las situaciones y ser flexibles ante los cambios.
La resiliencia implica conductas, sentimientos y acciones que los individuos pueden aprender y desarrollar a lo largo de la vida. Las personas resilientes no nacen, se hacen. Por tanto todo el mundo puede aprender a saber manejar de una forma adecuada las adversidades que les toca vivir.
Qué es la resiliencia social
Vistos los rasgos en el tratamiento del trauma individual no podemos olvidar otro tipo de traumas que son de carácter más colectivo, que dependen del contexto social en el que la persona se desenvuelve y que a veces nos resultan todavía menos controlables.
El trauma también tiene un importante componente psicosocial. Situaciones que a veces vivimos (desastres, catástrofes, crisis socioeconómicas…) tienen una gran repercusión social, porque repercuten y porque inciden en una sociedad.
Una de las características de este tipo de crisis es que acentúan mucho más, ponen de relieve, aquellos puntos más débiles, más frágiles, más vulnerables de nuestra sociedad. Hasta tal punto que la crisis económica que estamos viviendo acaba convirtiéndose en una crisis de valores y acaba sometiendo a crítica una serie de aspectos de los cuales nosotros nos creíamos seguros.
El apoyo social es uno de los amortiguadores del estrés por excelencia, de tal manera que cuando uno cuenta con apoyo de los demás también tiene menos posibilidades de desarrollar síntomas o de que la aparición de estresores a su alrededor tengan un efecto negativo sobre su salud o sobre su vida.
Lo que no se puede es combatir un futuro incierto con todo negativo y sin que se esté haciendo nada. Desde todos los medios (desde los medios políticos, desde las organizaciones, desde las propias empresas donde pasamos mucho tiempo trabajando) se pueden hacer estructuras resilientes en las que haya canales de comunicación, donde la persona se sienta como un individuo y no como un número más de productividad que no importa a nadie.
Puede haber líderes en distintos estratos y entre todos ir construyendo una sociedad que sea más horizontal. No que nos lo den todo hecho sino que nosotros tenemos que ir construyendo ante las dificultades, pero sabiendo que tenemos un gran potencial. Nuestro cerebro es el que rige toda la vida y la sociedad de cada tiempo, y, si nosotros sabemos el potencial que tenemos, todo lo que queramos lo podremos conseguir.
La resiliencia es un tema poliédrico que afecta a diferentes ámbitos de la vida cotidiana de las personas. Tanto la psiquiatría como la psicología positiva nos sugieren que es un problema de salud pública, y por tanto debe ser afrontado desde los tres niveles en los que se desarrolla: a nivel de la colectividad, a nivel de los expertos y, desde luego, a nivel de la administración pública, que ha de aplicar medidas preventivas, recursos educativos para hacer frente a la adversidad.
Porque cuando no se conoce el riesgo que existe, o cuando se ignora o se toman medidas inadecuadas, es cuando se produce el desastre. Y por desgracia hasta que no se produce el desastre no se toman medidas, cuando posiblemente se podría haber evitado o haber mitigado desde mucho antes.
Es verdad que estamos creando una sociedad muy difícil, muy competitiva y poco humana. Ahí tenemos que incidir. ¿Cómo podemos crear esa sociedad mejor? Pues haciendo que las organizaciones sean resilientes, que aporten unos factores que den confianza a las personas.
Muchas veces el problema no está en lo que nos pase sino en no encontrar sentido a lo que nos pasa, ese es el mayor sufrimiento. Pensar que un día acabará la pesadilla resulta crucial para superar el peor trago. Ignorar la posibilidad de un final infeliz puede ayudarnos a sobrevivir.
Los grupos que afrontan hechos dramáticos necesitan buenos líderes, y que se favorezcan entornos donde se puedan compartir las emociones. Viendo como otras personas lo han superado o como otras personas lo afrontan se aprende mucho.
Qué es la resiliencia infantil
¿Es posible educar en la infancia un comportamiento resiliente? ¿Cómo podemos favorecer la resiliencia en los niños y niñas? La UNED (la Universidad Nacional de Educación a Distancia) publicó el libro ‘Cuida de mí. Claves de la resiliencia familiar‘, en el que se dan las claves para conseguir niños y jóvenes con la capacidad de sobreponerse a situaciones vitales difíciles.
En el libro se recogen experiencias que demuestran que sí, que efectivamente es posible promover la resiliencia en la infancia y adolescencia. La labor de Aldeas Infantiles SOS sería el más claro ejemplo, y precisamente algunos de sus programas y recursos para esta tarea son explicados y recogidos en las páginas de esta obra.
Se trata de una obra que aúna el saber científico y la experiencia diaria de profesionales desde diferentes disciplinas como la psicología, la medicina o el derecho. Se dan las claves para promover la resiliencia en la infancia y adolescencia y conseguir niños y jóvenes resilientes.
‘Cuida de mí. Claves de la resiliencia familiar’ está escrito por varios autores y coordinado por María de la Fe Rodríguez, José Manuel Morell y Javier Fresneda, y ha sido publicado por la UNED.
Qué es la resiliencia | Vídeo para niños
El vídeo promocional que se realizó con motivo del VII Congreso de Resiliencia en México, en el año 2011, me parece sensacional para explicar el concepto a los niños y niñas. Transmite y enseña, de una forma muy sencilla, un término tan complejo como es el de resilencia:
Ejemplos de qué es la resiliencia personal y para qué sirve
Qué es la resiliencia para Boris Cyrulnik
Hay niños a quienes les toca pasar por traumas terribles, sobre todo cuando viven en zonas de guerra. A menudo vemos cómo sobreviven, cómo se sobreponen a la situación y cómo consiguen convertirse en adultos equilibrados. Para eso hace falta que se den algunos factores de lo que en psiquiatría se llama resiliencia.
Uno de los grandes teóricos en la materia es el psiquiatra francés Boris Cyrulnik, quien sufrió, el mismo, un importante trauma en su infancia.
Sus padres, judíos de Burdeos, tomaron la decisión de esconderle para evitar que los soldados nazis lo arrestaran junto a ellos durante la ocupación. Murieron en un campo de concentración mientras él, un niño de seis años, sobrevivía de escondite en escondite.
Boris Cyrulnik nació el 26 de julio de 1937, es psiquiatra y neurólogo, y ha dedicado toda su vida profesional a desarrollar la teoría de la resiliencia: la capacidad del ser humano de recuperar la alegría de vivir después de un trauma.
«Durante la guerra tenía que callar, si no me habrían matado. Tenía seis años y medio y, si hubiera hablado, sólo con que hubiera dicho mi nombre me habrían arrestado y habría muerto en Auschwitz. Después de la guerra yo quería explicarme, como niño, y la gente se reía de mí porque no me creía: «¡para!», «¡se acabó!», «¿qué dices?», «¿qué cuentas?», «¿de dónde lo has sacado?»… Me dije a mi mismo que los adultos no podían comprender. Así que quedé… partido en dos.»
Uno de los factores de protección para poder desarrollar la resiliencia, según su teoría, es que la sociedad escuche y comprenda lo que la persona narra sobre su experiencia.
«Si la cultura entiende lo que digo me sentiré integrado socialmente. Pero si la cultura me hace callar quitando importancia a mis palabras, haciendo que pare de hablar, una parte de mí se expresará sin problema de lo que puede ser comprendido, pero otra parte de mí sufrirá en secreto.»
Si la persona no tiene a nadie con quien compartir su sufrimiento, el peso del trauma puede llegar a destruirle.
«Si uno está solo rumía, se repite, y se dirige a la depresión o hacia el síndrome psicosomático. Porque al estar solo las preguntas son: «¿Por qué me han hecho eso?», «¿Por qué no me responde?, ¿Por qué sufro?»… uno rumía, repite, y repite… y va reforzando la memoria de la desgracia.»
Cuando hay alguien a quien confiarse, capaz de comprensión, uno se siente seguro para hablar. La posibilidad de narrar el trauma vivido contribuye a que surja la resiliencia.
No fue hasta los 80, cuando se emitió «SHOAH» (el documental de Claude Lanzmann que daba fe y testimonio del holocausto), cuando Boris Cyrulnik empezó a sentir que la cultura francesa por fin comprendía lo sucedido, y daba por cierto lo que desde los seis años había intentado explicar.
«Me interrogaron amigos, periodistas, me devolvieron la palabra y me dijeron que tenía que dar testimonio, que tenía que explicarme. Entonces me expliqué. Fue cuando la cultura francesa me devolvió la palabra, 40 años más tarde, cuando me sentí aceptado. Me sentí mucho mejor porque ya podía ser auténtico. Ya podía decir lo que se me pasara por la cabeza. Ya podía hablar y la gente ya estaba dispuesta a escucharme.»
Hay otra manera que ayuda a recuperarse de un trauma, y es a través de la escritura. Boris Cyrulnik decidió iniciar un proceso de reflexión sobre su memoria y sobre la memoria en general, poniéndose a escribir sobre ello en seguida. Y así ha escrito varios libros.
«Cuando me pongo a escribir me dirijo al lector invisible, me dirijo al amigo que va a comprenderme a la perfección, y voy a buscar en mi pasado un relato que voy a dirigirle mientras hago el trabajo de la escritura, pues no se piensa igual con la mano que con la boca. Cuando uno habla es la zona temporal izquierda del cerebro la que consume energía. Cuando uno escribe es una parte del cerebro posterior a la zona temporal izquierda. No es el mismo esfuerzo neurológico, y no es el mismo esfuerzo intelectual.»
Somos seres narradores, y necesitamos un relato para dar sentido a lo vivido, por más duro que haya sido. Poder hablar, explicarse, escribir… sobre todo ser escuchados, se hace imprescindible para recuperar las ganas de vivir.
‘Gustav Mahler. Un piano olvidado’. La resiliencia de Gustav Mahler
La infancia del músico Gustav Mahler estuvo marcada por la sordidez y la tristeza, tanto por su historia familiar como por la época en que vivió. Ser judío ya era un estigma.
La escritora Norma Sturniolo se detiene en la infancia del gran músico en el libro ‘Gustav Mahler. Un piano olvidado’:
«En una de esas frecuentes disputas que había en su casa se produce un momento muy violento, no puede soportar tanto grito, tanta pelea, y sale a la calle angustiadísimo. Cuando está caminando por la calle oye una música muy alegre, una música vienesa, y eso le produce una fuerte impresión. Pasa de ese momento trágico que estaba viviendo en su casa a un momento de alegría, ironía y casi grotesca de esa música.»
«Muchos años más tarde, cuando tenga la única conversación con el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, recordará este hecho y dirá que piensa que ese hecho pudo influir mucho en su música donde los contrastes son muy violentos entre lo grotesco y lo trágico.»
Para la escritora, Mahler es un superhéroe en el aspecto más humano. Así lo explica:
«Los seres humanos que saben afrontar situaciones muy adversas y muy duras, y no solamente que las saben afrontar sino que encima transforman eso en algo muy bueno que nos deja un legado positivo, son tan importantes como los superhéroes en el sentido de personajes modélicos a imitar.
En realidad Mahler tuvo que luchar con muchas cosas. Tuvo que luchar con la melancolía tremenda que le producía la muerte sucesiva de los hermanos. Tuvo que luchar con la incomprensión, la desidia y la pereza de la gente con la que él trabajaba, porque él era muy perfeccionista, y con esa prensa terriblemente antisemita que estará marcando toda su vida y por eso a él le hacen sentir que es un intruso en todas partes.»
El libro de Sturniolo no pretende ser una biografía pero lo es, aunque también hay ficción. Pero es además un ejemplo de cómo el arte redime, es un ejemplo de esa palabra tan repetida en nuestro tiempo: resiliencia.
«Otro tema que me decía una psicóloga, que este libro me está trayendo muchas sorpresas, es que el libro lo está utilizando como tema de resiliencia. La resiliencia como sabéis significa justamente eso, sobrellevar las dificultades y superarlas. Y en el caso de Mahler las supera de una forma tan estupenda que encima nosotros somos herederos de algo maravilloso.»
Hay una frase de Gustav Mahler que define muy bien su carácter: «Con las alas que me inventé tuve que volar». Y tanto que voló lejos, hasta dirigir la Ópera de Viena. Eso sí, primero tuvo que renunciar a su judaísmo y convertirse al catolicismo.
Stephen Hawking, la capacidad humana de la resiliencia
Stephen William Hawking (8 de enero de 1942 – 14 de marzo de 2018) fue un físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico británico. Murió a los 76 años dejando un legado que cambió incluso la manera de observar la realidad humana. Con tan sólo 21 años se le diagnosticó una enfermedad neuronal degenerativa cuyo grado de discapacidad va aumentando año tras año.
A pesar de ello, además de demostrar la existencia de los agujeros negros con una atracción gravitatoria conocida como «radiación Hawking», comprobar que el universo nació con el estallido del Big Bang y publicar ‘Historia del tiempo’, ‘El universo en una cáscara de nuez’, ‘Brevísima historia del tiempo’ o ‘La clave secreta del universo’, también mostró al mundo entero la capacidad humana de la resiliencia, de sobrevivir –y lo que es más importante, vivir– pese a enfermedades degenerativas, crisis o cambios importantes en la historia.
‘Mi resiliencia’, de Siegfried Meir. La dura infancia de un niño en Auschwitz y Mauthausen
Un cantante, un diseñador de ropa ibicenca, un escultor… Todas estas vidas pertenecen a Siegfried Meir. También la de ser miembro de una familia judía de Fráncfort y que tan solo tenía nueve años cuando fue deportado a Auschwitz. Su infancia y todo lo que vino después lo cuenta en su autobiografía ‘Mi resiliencia’.
‘117.943‘ es el número que le recuerda ese fragmento de su vida que ha marcado el resto de su existencia, lo lleva grabado en la piel desde que era un niño. Podría haberlo borrado pero nunca quiso hacerlo, porque no cree que sea posible borrar el pasado y porque ese tatuaje le recuerda que no es un número más entre otros muchos números. Le recuerda que no pudieron con él, que sigue ahí.
‘Mi resiliencia’, así se titula este testimonio conmovedor. Todo un canto a la vida. La biografía de Siegfried Meir es la historia de una infancia vivida en Auschwitz y de los años que han venido después.
Lo que él dice respecto al número ‘117.943’ que lleva grabado en la piel:
«En mi época de cantante algún empresario me dijo que, dado que iba a cantar muchas veces en países árabes, no era conveniente porque me identificaba como judío. Y yo le decía que si quería ponía un esparadrapo encima y ya está, como si se tratase de una herida. Pero no vi la necesidad de quitarlo. Me dolió tanto cuando me lo hicieron que ahí está para siempre.»
Siegfried Meir llegó a Auschwitz con 9 años, con la familia. Cuando uno tiene 9 años ¿Qué entiende de todo eso?
«Uno no entiende absolutamente nada. Yo tenía unos padres muy religiosos, sobre todo mi padre. En mi mente la deportación empezó con 7 años. Cuando yo tenía 7 años no podía jugar con los niños del vecindario, no podía ir a la tienda de al lado porque estaba prohibido para los judíos… Y cuando yo preguntaba a mi padre que por qué no podía hacer lo mismo que siempre él me decía que era pequeño, que eran cosas de la política pero que no me preocupase porque éramos elegidos de Dios y Dios nos protegía. Era su frase con la que me machacaba todo el tiempo.
Cuando uno escucha ese tipo de palabras y llega a un campo como Auschwitz, donde ve lo que ve, se pregunta dónde está ese Dios que tenía que protegernos. Entonces cogí una especie de rabia contra mi padre primeramente porque no nos había salvado, porque las hermanas de mi madre habían emigrado a Estados Unidos y en mi mente él no quiso porque confiaba en Dios, en la protección de Dios. Eso me enfureció. Yo pienso que de alguna manera eso me salvó, porque he sido rebelde y furioso todo el tiempo.
No era consciente de lo que pasaba, solamente tenía miedo cuando había un peligro inminente. Por ejemplo cuando entramos en el campo, en el sitio donde tenía que desvestirse todo el mundo. Era un momento muy duro y difícil. Mi madre, tan religiosa… imagina hoy en día la desnudez que es algo más normal, pero en esa época una mujer desnuda delante de hombres que se burlaban de ella… Ese fue el primer trauma que yo sentí a través de mi madre.
Después, cuando le dijeron a mi madre que cómo era que el chico estaba ahí, que cómo había entrado. Mi madre respondió que estaba en sus brazos y así había entrado. Entonces le dijeron que cuidado, que si se daban cuenta de que el niño estaba ahí se lo iban a quitar y lo iban a matar. Fue una palabra que mi madre asumió con mucha dificultad. Una vez que estábamos entrando en el campo me dijo, en la barraca donde se suponía que vivíamos, que le habían dicho que ella saldría a trabajar y que cuando ella saliese a trabajar que yo me escondiese.
Por otro lado en esa barraca había dos chicas jóvenes que eran responsables de la barraca, tendrían 16 o 17 años y se encariñaron conmigo enseguida porque yo era el único niño. A partir de ahí tuve una especie de protección por parte de estas dos chicas y también de todas las mujeres que, aunque tenían poco para comer, si yo no tenía comida cada una me daba algo y no sufrí hambre».
A sus padres los perdió prácticamente nada más llegar, su padre desapareció y su madre murió a los dos meses:
«A mi padre nunca más lo volví a ver, y mi madre cogió el tifus y murió delante de mí. Le dieron una inyección de aire para que no sufriera y no fuese a los hornos. Yo me quedé solo, pero esas dos chicas se encariñaron conmigo y me hicieron olvidar (por decirlo de alguna forma) que mi madre ya no estaba.
Siento algo de vergüenza al contarlo, porque mi madre en ese momento me daba asco. Yo la veía… que ya no era mi madre, era una persona que era como un cadáver viviente, olía mal… y yo estaba ya tan familiarizado durante esos dos meses con la muerte… porque cada día sacaban cadáveres de gente que había en la barraca y que estaba muriendo ahí. Cuando mi madre murió para mí fue como un alivio. Ahora, a mi edad, tengo remordimientos, por supuesto, pero como niño reaccioné de esa manera. Era bastante duro vivir todo esto.»
¿Fue una vida en Auschwitz de ocultación durante muchísimo tiempo?
«No, de mucho tiempo no. Porque a los dos meses, cuando mi madre murió, esas dos chicas que se ocupaban de mí me dijeron que no podían responsabilizarse porque era demasiado arriesgado, que tenía que salir al recuento. Y estaba convencido, porque todo el mundo me había dicho que los niños no se podían quedar en el campo, de que me iban a eliminar. Pero no pasó así.
Yo llegué al recuento de cada mañana en el campo de mujeres, entonces cuando me vieron me miraron y me preguntaron que qué hacía yo ahí. Yo dije que mi madre me había escondido y que ahora que ella ya no estaba me habían dicho que tenía que salir. Me miraron. Hay que tener en cuenta que yo tenía un físico ario, con ojos azules y pelo rubio y mi nombre era Siegfried y hablaba perfectamente el alemán porque era mi lengua materna.
Y paso algo que no tenía que pasar. Una mujer me miró, me toco el pelo y dijo que ya que estaba ahí que me quedase. Y así el primer miedo pasó. Hubo varias circunstancias en las que yo estaba casi convencido de que iba a morir y no pasó.»
Hay un momento en el que enferma de tifus y le cura el doctor Josef Mengele, médico nazi que hacía experimentos con humanos pero a usted le curó:
«Yo pienso que también hizo experimentos conmigo, porque no hay otra explicación. ¿Por qué me pusieron en la barraca de los gemelos? Yo cuando entré allí pensaba que alguien se me parecía, no entendía. Pero como estaba enfermo no me di cuenta de lo que pasaba, de lo que me hacían. Pero el hecho es que después de un tiempo me curaron completamente y me echaron de la barraca, diciéndome que me buscase un sitio donde fuera. Me dejaron totalmente libre.
Yo recuerdo que tenía una admiración tremenda por los soldados soviéticos que eran jóvenes y que se acercaban bastante a mi edad, les admiraba porque no tenían miedo. Tenían muchas agallas y eso me convenía. Fui a la barraca donde ellos vivían y participaba en sus trueques. Ellos eran bastante respetados por los nazis porque no tenían miedo, estaba prohibido mirarlos a los ojos pero ellos miraban descaradamente. Los nazis les dejaban hacer el famoso trueque.
Cuando la gente llegaba a Auschwitz llegaba con sus pertenencias y la gente que trabajaba allí les cogía un anillo de oro o algo que tuviese algún valor y se lo daban a los rusos, que con eso hacían un intercambio a través de la alambrada con los polacos a cambio de comida. Yo participaba en todo esto, hasta tal punto que los nazis a veces me llamaban y me decían que fuese a la barraca de los rusos y les trajese una botella de vodka. Lo sabían y lo admitían.
Por eso cuando yo cuento mi experiencia en el campo la gente se sorprende, sobre todo los que sufrieron mucho como adultos. Yo no sufrí, sufrí en algunos momentos pero luego como niño me adapté muy bien a la situación. Desarrollaba mi instinto de supervivencia copiando un poco lo que hacían los rusos, y me lo pasaba bien. Nunca físicamente me pegaron, ni una bofetada. Yo he visto cosas pero a mí personalmente no me agredieron, no sé a que se debió.»
De Auschwitz le trasladaron a Mauthausen, donde conoció a un español. ¿Por qué el traslado?
«Cuando el campo iba a ser liberado por los rusos decidieron evacuar todo el campo. A los que podíamos andar nos colocaron en un tren sin techo en pleno invierno. En ese momento también pensé que había llegado el final, nadie me protegía ya, tenía frio, tenía hambre… Íbamos como sardinas pegados unos a otros. Veías a una persona y al cabo de cinco minutos, de repente, estaba muerta. Yo pensaba que había llegado mi hora, de hecho perdí el conocimiento.
No tengo absolutamente ningún recuerdo de cómo llegué a Mauthausen. Supongo que alguien me llevaría en brazos, no lo sé. Cuando llegamos a Mauthausen pregunté a los que estábamos en el vagón que quien me había ayudado y nadie supo contestarme. No sé lo que pasó, el hecho es que cuando llegué a Mauthausen ya estaba recuperado. Había vuelto ya mi agresividad y mi arrogancia.
En el momento en que como a todo el mundo me tenían que rapar el pelo (la desinfección habitual al llegar a un campo), cuando llegó mi turno (ten en cuenta que yo hablaba alemán, un alemán agresivo y gritando todo el tiempo) le gritaba todo el rato al pobre hombre que me tenía que cortar el pelo: «¡eres un imbécil! ¡Yo vengo de Auschwitz y nunca me han cortado el pelo!».
Armé un escándalo tan grande que se acercó el jefe de campo, que también era un bestia y tenía unos perros adiestrados para coger a los hombres por sus partes. Era una persona realmente muy cruel, lo supe después. Cuando se acercó preguntando que qué pasaba y que por qué yo estaba ahí, y cuando yo le conté que venía de Auschwitz y que no tenía padres algo pasó en su mente. Me dijo que no me iban a cortar el pelo, que me iban a dejar ahí, que me iban a hacer un uniforme a mí medida… una locura. Era algo impensable. Como había talleres me hizo hacer un uniforme con botones dorados y unas botas de estilo ruso, y me dijo que me iban a confiar la barraca de los españoles. Yo no sabía que eran los españoles, porque en Auschwitz no había españoles. Yo pensaba que esto me lo decía para dormirme, no tenía mucha confianza.
Pero el hecho es que hizo llamar al que yo a partir de ese momento llamo mi padre, Saturnino. Le dijo que yo, a partir de ese momento, era de su responsabilidad. Saturnino hablaba poco alemán, como lo habla alguien que no habla muy bien un idioma. Lo que pasó fue de película, cuando yo lo vi, lo vi con esa sonrisa, esa confianza, aunque tampoco él sabía lo que se esperaba de él. Nos miramos y él iba diciendo, bueno, bueno… me cogió por la espalda y me fui con él. A partir de ahí seguí todo el tiempo pegado a él.
Él, después de haber vivido muchos sufrimientos desde que llegó a Mauthausen cuando aun se estaba construyendo el campo, como era futbolista organizaba partidos de fútbol entre todas las naciones y tenía un estatus algo especial. Y los nazis, contrariamente a lo que ocurría en Auschwitz, respetaban mucho a los españoles. No había ese desprecio que tenían por ejemplo hacia los judíos. Yo vi la diferencia.
Yo seguía a Saturnino por todas partes. Como me habían dicho que tenía que estar con él, si Saturnino iba a pelar patatas a la cocina yo estaba con él, si Saturnino iba a jugar a fútbol le hacía masajes y le llevaba las botas… Realmente iba pegado a él como un perrito. Eso duró poco tiempo. Mi memoria es rara porque yo pensaba que había durado un año, pero luego la periodista que justamente escribió este libro, Arancha Gorostola, hizo entrevistas y puso las cosas en su sitio. Ha organizado mis recuerdos con documentos. Y ese periodo que yo creía que era un año duró tres meses solamente.
Cuando llegó la liberación una mujer de la Cruz Roja me dijo que habían encontrado a otros niños en otros campos, y que nos iban a llevar a… me dieron a elegir entre Israel, Estados Unidos, Suiza… yo dije que no quería ir a ninguno de esos sitios y que quería quedarme con mi padre. Me preguntó si mi padre estaba ahí y yo le dije que sí, que tenía ahí a mi padre y ya me dejaron en paz. Supliqué a Saturnino que me llevase con él, porque nos habíamos encariñado y no quería separarme de él. Tengo que recordar que yo tenía un odio tremendo hacia mi padre biológico, y encontré en Saturnino el ideal de padre. Me cuidaba y realmente era el padre que se puede desear. Fue como una adopción inversa, adopté yo a mi padre en vez de adoptarme él a mí.»
Normalmente de Auschwitz y de Mauthausen no se salía con vida, pero Siegfried Meir salió y se estableció en Francia. Comenzó a lo largo de los años una nueva vida que le hizo dedicarse al mundo de la canción. Estuvo un tiempo trabajando en un taller de confección de Toulouse y las compañeras del taller le animaron a cantar porque decían que se le daba bien. Y así empezó a cantar los fines de semana, y gracias a eso empezó a tener éxito entre las mujeres.
«Yo era bastante chulesco en mi vida, pero temía a las mujeres y no sabía cómo ligar. Pero el hecho de cantar, y el hecho de estar en un escenario… ellas venían a mí. Casi durante toda mi vida nunca he elegido a una mujer, me han elegido ellas a mí. Hay dos razones por las que yo quería ser conocido. La primera era para existir, para enseñar al mundo que había valido la pena que yo hubiera podido vivir. Y luego el hecho de recompensar a Saturnino Navazo por lo que había hecho era para mí una especie de motor, yo quería ser alguien para demostrarle que lo que había hecho valía la pena. Estas dos razones se unieron y eso me dio el material para seguir adelante. Y como no tenía miedo a nada, porque cuando escapas varias veces a la muerte… ¿qué te puede pasar? Yo hacía cosas que las demás personas no hacían.»
Ver vídeo de Jean Siegfried «Terrain vague»:
De ahí se fue a París, a una galería de arte del barrio latino, y después a Ibiza:
«Todo eso fue en el transcurso de varios años. Yo no tenía absolutamente ninguna experiencia, tengo cuatro años de estudios pero no había hecho estudios de bellas artes. Tenía la experiencia de la visión, porque como cantante iba a restaurantes buenos y sabía cómo eran los restaurantes buenos.
En Ibiza todo lo que hice funcionó. Cuando llegué a la isla, era el año 1967, no había nada… ni siquiera hippies. Todos estaban en Formentera y en Ibiza había pocos. Y no solamente funcionaron las cosas que hice sino que funcionaron muy bien. Hubo un momento en el que tenía cinco restaurantes y yo era mi propio competidor. La gente iba de uno a otro, y no estaba yo personalmente porque yo casi nunca aparecía. La mayoría de los clientes que tenía eran alemanes… yo no tengo odio hacia los alemanes, lo que pasa es que el idioma me causa una sensación desagradable y prefiero evitarlo.»
En todo ese periplo ¿dónde se quedó Saturnino, el padre adoptivo?:
«Yo me quede con él hasta los 14 años. Cuando tuve el certificado de estudios primarios él quería que siguiera estudiando, y yo estaba asqueado de estudiar porque en la escuela me pusieron con niños de 6 años (y yo tenía 11) y se burlaban de mí. Le dije a Saturnino que yo quería trabajar, y al final encontré un trabajo en un taller de confección en Toulouse.
El pueblo donde vivía mi padre adoptivo estaba muy cerca, a unos 60 kilómetros, y cada fin de semana iba a verlo. Después, cuando decidí ir a París, él venía cada año a ver la final de la Copa de Francia (que es un poco como la Copa del Rey). Luego, cuando vivía en Ibiza, él venía a pasar dos meses de vacaciones. O sea que hasta su muerte hemos estado en contacto, además del contacto telefónico. Cada vez que yo tenía una duda sobre algo y quería consejo es a él a quien me dirigía. Mi padre era él y yo era su hijo.»
Fue Georges Moustaki el que le pidió en algún momento de su vida a Siegfried Meir que contara sus recuerdos. Parecen hermanos, se dan un aire:
«En mi vida hay una constante. He elegido a mi padre, he elegido a mi hermano y he elegido a mi mujer… y espero elegir mi muerte. Nos conocimos a los 20 años y descubrimos que éramos del mismo año, él del 3 de mayo y yo del 4, y eso creó entre nosotros una relación estupenda que duró hasta su muerte. Primero fue desarrollando la misma profesión. Yo no podía cantar sus canciones porque él tenía una tesitura diferente a la mía, pero siempre estábamos compenetrados. Él me enseñaba sus obras, las cantaba para él para que las escuchará… fue una relación realmente bonita que duró hasta su fin.»
Siegfried Meir Bacharach es el vástago de una pareja de judíos que nació en Fráncfort, en mayo de 1934. Es también ‘117.943’, el número que le tatuaron en el campo de exterminio de Auschwitz. Y también es Luis Navazo, el nombre que el refugiado español Saturnino Navazo le puso cuando lo adoptó en Mauthausen y lo llevó a vivir después a su lado al sur de Francia. También es Jean Siegfried, una reconocida figura de la «chanson» francesa que se codeó con las mejores voces del género en los años 50 y 60. Y es el galerista que atrajo las miradas de los parisinos hacia el arte africano a través de las piezas que vendía en su local del barrio Latino cuando dio por cerrada su etapa de cantante.
En Ibiza le conocen como ‘el rey de la isla’. Es el apodo que le pusieron a raíz del éxito que alcanzaron sus negocios de ocio y restauración. También a él se refieren como uno de los padres de la moda ‘adlib’, el estilo ibicenco que ayudó a popularizar con las prendas blancas de inspiración hippy que diseñaba y vendía en su tienda, y que luego exportó fuera de la isla. En los catálogos de arte aparece como Bacharach, el apellido, tomado de su madre, con el que firma sus esculturas.
«Los nombres son nombres que yo elegí. Por ejemplo cuando empecé a cantar Siegfried Meir no sonaba muy bien, no era muy comercial. Yo había leído la definición de Jean Cocteau, un poeta francés, que decía del nombre de Marlene Dietrich que empezaba como una caricia y terminaba como un latigazo. Para mí el latigazo era Siegfried, y pensé en poner un nombre dulce y suave como Jean. Y así elegí mi nombre. Pero tampoco fue un acierto, porque para un francés no es muy fácil pronunciar Siegfried. Lo de Bacharach fue porque cuando empecé a exponer pensé en mi madre, era su nombre. Bacharach suena lo bastante fuerte como para un escultor.»
‘Invencible’ (‘Unbroken’). La historia de Louie Zamperini
Esta película del año 2014 narra la historia real de Louis Zamperini, un joven que, tras participar en los Juegos Olímpicos de 1936, se alistó en las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos para luchar en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Cuando el bombardero en el que combatía se estrelló en medio del Pacífico, navegó a la deriva hasta que fue capturado por los japoneses.
A Louie Zamperini, hijo de emigrantes italianos y ladronzuelo de poca monta, el atletismo le sacó de una vida sin futuro. Le llevó a compartir dormitorio con Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, a ser saludado personalmente por Adolf Hitler y hasta a convertirse en un héroe.
Zamperini pasó de atleta profesional a combatiente en la Segunda Guerra Mundial. En mayo de 1943 su bombardero se estrella en el Pacífico. De los once tripulantes sólo sobreviven tres, Zamperini entre ellos. Perdidos en el océano recorren tres mil kilómetros en una balsa sin agua ni comida. Son rescatados pero por el enemigo, un petrolero japonés. De ahí le llevan a un campo de concentración.
Humillado y hambriento sobrevive a esa durísima situación vital. Zamperini, años después, caería en el alcoholismo. Pero supo reconducir su rabia y acabó organizando campamentos de atletismo para chicos con problemas. Volvió a Japón para hacer un relevo con la Antorcha Olímpica en 1998, justo al lugar donde estaba el campamento en el que estuvo como prisionero. Su historia la contó la directora Angelina Jolie en la película ‘Invencible’. Su caso de coraje, de fuerza y de resistencia es un caso paradigmático de resiliencia.
‘El hombre en busca de sentido’, de Viktor Frankl
Al ya fallecido neurólogo y psiquiatra austriaco Viktor Frankl le preguntaron hace años que qué diferenciaba a esas personas que pasan por difíciles tempestades de la vida y no naufragan, qué les hace crecerse ante la adversidad y qué hace que otras personas se vean invadidas por sentimientos de frustración:
«El factor determinante es la decisión. La libertad de elegir, la libertad de llegar a una decisión. Debería ser… Me gustaría convertirme en esto o aquello, a pesar de las condiciones que sólo parecen determinar totalmente mi comportamiento. Deseo actuar libremente como el ser responsable que es el ser humano. Deseo actuar de acuerdo con mi herencia y entorno. Usando, apropiándome, de lo que he llegado a ser a partir de eso. Pero también necesita ser a partir de las peores convicciones. Esto es exactamente lo que se podía observar bajo condiciones extremadamente severas de estrés trágico.»
Viktor Frankl fue superviviente en los campos de concentración de Auschwitz y de Dachau, en los que murieron su esposa y sus padres. De esa brutal experiencia nace el libro ‘El hombre en busca de sentido’. En él expone que, incluso en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hombre puede encontrar una razón para vivir:
«Desesperanza es el sufrimiento sin propósito. En la medida en que un individuo no pueda ver, no pueda encontrar ningún propósito en su sufrimiento, estará proclive a la desesperanza y bajo ciertas condiciones al suicidio. Pero en el momento en que puedan ver un sentido en su sufrimiento pueden moldearlo en un logro, pueden moldear su predicamento en una conquista a nivel humano, pueden convertir sus tragedias en un triunfo personal. Pero deben saber para qué, qué debería yo hacer con esto. Pero si las personas, como tantos segmentos de la sociedad, la población de hoy en día, no pueden encontrar ningún sentido en absoluto a sus vidas, no pueden ver nada significativo, entonces, en la mayoría de los casos tendrán algo con que vivir, o al menos suficiente con que vivir, pero no pueden ver nada por lo que vivir.»
Viktor Frankl decía que nuestra libertad, aunque limitada, depende de nosotros. No podemos controlar el entorno ―señalaba― en ocasiones negativo que está a nuestro alrededor, pero sí podemos elegir la actitud que vamos a tener hacia el mismo.
Nelson Mandela, Premio Nobel de la Paz
La mejor manera de explicar la resiliencia es a través de historias personales, Nelson Mandela es un excelente ejemplo. Pasó veintisiete años consecutivos de su vida en la cárcel por sus ideas y acciones contrarias al apartheid imperante en Sudáfrica. Perdió a tres de sus hijos en circunstancias tan adversas como un accidente de tráfico o el sida. Su bisnieta murió en un accidente de tráfico tras asistir a un concierto en el Mundial de Fútbol celebrado en Sudáfrica.
La vida con él no fue justa. Con todo él supo caerse, levantarse y salir reforzado. Nelson Mandela lideró desde la cárcel la lucha por la libertad de los negros. Mientras, en todo el mundo se sucedían las manifestaciones pidiendo su liberación. En Julio de 1988 el movimiento antiapartheid se concentraba por la liberación de Nelson Mandela, jóvenes del mundo entero celebran su setenta cumpleaños. Mandela fue finalmente liberado a los 71 años tras 27 en prisión, el futuro de Sudáfrica descansaba sobre sus hombros. Con 76 años se convirtió en el Primer Presidente de Sudáfrica elegido en unas elecciones democráticas.
Puedes ver su historia en este documental, ‘Nelson Mandela, en nombre de la libertad‘:
Ludwig Van Beethoven, la música como terapia
El compositor y pianista alemán encarna a la perfección el concepto de resiliencia. Beethoven tuvo problemas económicos y padeció sordera, pero supo hacer frente a las adversidades de su vida conservando la ilusión y la esperanza.
A Ludwig Van Beethoven se le considera el último gran representante del clasicismo vienés, esa corriente en la que podemos situar a compositores como Joseph Haydn o Wolfgang Amadeus Mozart. También se menciona como una de las tres B de la música clásica, junto con Bach y Brahms. Beethoven es la figura central de la transición entre el clasicismo musical del siglo XVIII y el romanticismo del siglo XIX.
Pero Beethoven tuvo una vida llena de adversidades, de sufrimientos. A punto estuvo de darse por vencido pero no lo hizo, y no lo hizo porque tenía un porqué para vivir y supo resistir. Lo importante es que la música fue para él una terapia, y hoy día su música sirve de terapia a otros.
Tuvo una vida dura, que comienza como pasa muchas veces con una infancia complicada. A Beethoven de niño le faltó todo lo necesario para desarrollar una personalidad que te permita estar bien en el mundo. Le faltaron afectos, cuidado, cariño, buen trato… su padre quería que su hijo fuese como Mozart… pero, ¿qué pasaba? Pues que no tenía el talento de Mozart. El padre quería un niño prodigio. El compositor Robert Greenberg lo explica: «Quería que su hijo fuese más de lo que él fue. Todas sus ambiciones, todos sus ideales rotos pienso que los enfocó en su hijo.»
Ludwig Van Beethoven era talentoso, pero no tanto como Mozart. Tuvo que trabajar mucho. Aprendió piano, órgano, clarinete… a los siete años hizo su primera actuación. En mitad de la noche al pequeño Ludwig su padre podía sacarlo de la cama y obligarle a tocar el piano para sus conocidos, porque los quería impresionar.
Su padre además le pegaba y le menospreciaba continuamente. Cuando tocaba mal las notas o las frases eran equivocadas o la música no era la que el padre quería oír, recibía una bofetada, un empujón, un golpe. Su padre lo encerraba en una bodega del sótano cuando no interpretaba lo que esperaba de él.
Todo esto suponía que el pequeño Beethoven empezó a faltar a la escuela. Primero porque estaba cansado, y después porque necesitaba dedicar más horas para practicar en el piano. Al final esto afecta a su desarrollo cognitivo, porque apenas se relaciona con otros niños como es normal.
¿Qué papel jugó aquí la madre de Beethoven? Él la llamaba «mi mejor amiga», pero por desgracia estuvo enferma continuamente hasta que murió siendo muy joven. Volviendo al padre, él había perdido su puesto como director de la orquesta de Bonn porque era alcohólico (puesto que por cierto había heredado del abuelo) y siguió ejerciendo presión sobre su hijo.
Es un milagro que Ludwig no se desviara de la música, fue básicamente porque amaba la música en sí y eso sobrepasó cualquier cosa que pudieran hacerle. La música fue su tabla de salvación, su ancla a la vida, porque en el amor sufrió continuas decepciones. Pero cómo puede un músico, un compositor, carecer de lo que imaginamos es su sentido más importante y a pesar de esto conseguir crear composiciones increíbles.
La sordera de Beethoven, esa incapacidad auditiva que le empieza a convertir en una persona nerviosa e irritable, va a marcar su personalidad. En aquella época lógicamente no había audífonos, y para poder oír el joven Beethoven se ayudaba de una especie de cuerno, y de un cuaderno de notas donde apuntaba y le apuntaban todo. Cuadernos de conversación los llamaba.
El caso es que Beethoven comienza a encerrarse en sí mismo, la vida no le estaba tratando bien. «Que triste es lo que me tocó. Debo evitar todas las cosas que me son queridas», es una frase extraída de las cartas fechadas en 1801 en las que Beethoven revela a dos grandes amigos su creciente sordera. En ese momento está inmerso en un pozo de soledad y depresión, incluso piensa en el suicidio. «Por dos años he evitado casi toda reunión social, porque me es imposible decirle a la gente «hable más fuerte, estoy sordo». Si yo perteneciera a cualquier otra profesión esto sería más fácil, pero en la mía el hecho es aterrador».
Tuvo que ser duro. En aquella época Beethoven era un joven compositor e intérprete, asumir en ese momento que tendría que vivir toda la vida con una enfermedad permanente y que además iba a ir a peor… Porque iba a ir a peor y esto lo explica de forma clara William Meredith, quien dirigía una cátedra sobre el músico: «Siempre tuvo en mente que el mundo es un lugar peligroso. Aprendió desde muy pronto que es difícil confiar en los demás».
Pero apareció una luz en medio de la oscuridad. Una noche una chica invidente, una vecina, comienza a gritar: «¡Daría cualquier cosa por ver la luz de la luna!». Eso conmueve a Beethoven, que llora amargamente por la chica, y le hace ver que él al menos todavía puede componer.
A ello se pone y así nace la bella sonata ‘Claro de luna’. La joven ciega le había sugerido que pasara a lenguaje musical esa luz que ella no podía ver. Algunos expertos y estudiosos de Beethoven afirman que, las notas que se repiten constantemente en el primer movimiento de la sonata podrían ser las sílabas de la palabra «warum» (por qué).
Sonata para piano nº 14, popularmente conocida como ‘Claro de luna’ o ‘Luz de Luna’, fue escrita por Ludwig van Beethoven en 1801 y publicada en 1802.
- I. Adagio sostenuto. ⭐▷Escuchar audio◁⭐
- II. Allegretto. ⭐▷Escuchar audio◁⭐
- III. Presto agitato. ⭐▷Escuchar audio◁⭐
Beethoven sale del pozo. Supera su tristeza, su depresión, su angustia… es un ejemplo de resiliencia. En ese punto compone su obra magna, con la que se corona como uno de los compositores más grandes de la historia: la Novena Sinfonía.
La Sinfonía nº 9 es su última sinfonía completa. El último movimiento de la Sinfonía nº 9 de Beethoven es una final coral, inusual en su época, que hoy es un símbolo de la libertad. La adaptación realizada por Herbert von Karajan es desde 1972 el himno de la Unión Europea. Beethoven pasó los últimos años de su vida prácticamente aislado por su sordera y murió a los 56 años.
Beethoven pasó enfermo una parte importante de su vida. Los expertos han encontrado una carta a un amigo en la que el compositor expresa su claro deseo de que, tras su muerte, sus restos sean usados para determinar la causa de sus enfermedades y así evitar que otros padezcan su mismo sufrimiento. Beethoven no sólo dejó su cuerpo para la ciencia sino su música para todos nosotros, para disfrutar y para curar. Música que sana.
Fuente: UNED en RTVE (03/07/2015) | Para todos la 2 de RTVE (21/04/2018) | Libros para comprender en Radio 5 (9/02/2018) | Punto de enlace en Radio 5 (4/05/2016) | Las mañanas de RNE (3/03/2016) | El canto del grillo de RNE (31/03/2015) y (31/10/2014) | Onda Universitas en Radio 5 (5/10/2017)
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