La amabilidad, los buenos modales y la cortesía como valor
‘La hazaña secreta‘ es un pequeño libro de apenas 90 páginas escrito por Ismael Grasa, un profesor de Filosofía de Zaragoza, que propone a esos alumnos nacidos en el siglo XXI aprender a limpiar, barrer, aspirar, sacudir y ponerse unos guantes para el salfumán (por ciertto, salfumán no es el nombre de un superhéroe de Marvel). Se trata de un libro que reivindica los pequeños gestos, la grandeza de lo cotidiano y las rutinas correctas que dan sentido a la vida y hacen posible las verdaderas revoluciones. Es verdad que hemos educado y preparado a una generación para grandes gestas, para lo tremendo… pero a lo mejor se nos ha olvidado lo de barrer, se nos ha olvidado lo cotidiano. ¿Cuáles son esos pequeños gestos de la vida cotidiana que nos permiten vivir en una sociedad mejor?
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‘La hazaña secreta’, de Ismael Grasa. Un libro de urbanidad y buenos modales.
Este manual de urbanidad no es un libro de autoayuda. No pretende pregonar el secreto de la felicidad ni enseñarnos a triunfar siguiendo un método novedoso. Su objetivo es el mismo que ensayaba Montaigne: algo tan simple como compartir aquello que consideramos bueno, esas pequeñas cosas que hacen la vida más digna de ser vivida y que muchas veces nos callamos por miedo a hablar de más.
Normas, consejos, reflexiones, citas y recuerdos se van hilando en un relato que oscila entre la filosofía y la pura humanidad, donde las lecturas de cada día marcan el camino para aclarar la vista ante la niebla de lo cotidiano. Un tratado de buenas maneras para el siglo XXI que nos ayudará a convertirnos en mejores personas, el mejor regalo que le podemos hacer a la humanidad.
Ismael Grasa, su autor, nació en Huesca, en 1968. Es profesor de Filosofía en Zaragoza y ha escrito varios libros, entre ellos ‘De Madrid al cielo‘, que recibió el premio Tigre Juan, y ‘Trescientos días de sol‘, premio Ojo Crítico de Narrativa.
El valor de la cortesía, la amabilidad y las buenas maneras.
‘La hazaña secreta‘ reivindica algo que políticamente tiene mucho sentido, reivindica un espacio como de resistencia íntima, de individualidad y de dignidad, que está en la casa, en las relaciones personales, en nuestra relación también con el mundo a través de pequeños gestos como vestirse bien y cuidar la ropa, por ejemplo.
Llama la atención el que nos llame la atención que las buenas formas, la moral, el saludar, el ser empático… merezcan un libro. Nos hace darnos cuenta de lo básico que es interactuar con educación, eso es la civilización en realidad, es cultura. Y, fuera de eso, es barbarie.
“Si el respeto por el hombre se funda en el corazón de los hombres, los hombres acabarán por fundar a cambio el sistema social, político o económico que consagrará ese respeto. Una civilización se funda primero en la sustancia. Empieza siendo en el hombre deseo ciego de cierto calor, después el hombre, de error en error, encuentra el camino que conduce al fuego.”
Es tan sencillo, y tan básico. ¿Cuáles son esos pequeños gestos de la vida cotidiana que nos permiten vivir en una sociedad mejor? Pequeños gestos, esto no va de conquistar nuevas tecnologías ni avanzar cómo será el nuevo modelo de desarrollo social que viviremos dentro de cien años… No. Es tan sencillo como saludar, como entrar en un sitio y saludar. O como vestir bien, porque la ropa es una forma de comunicar algo al mundo, es un gesto muy pequeño pero tremendamente importante.
Para vivir una vida buena, a lo mejor no hace falta hacer nada heroico, ni buscar la santidad ni la excelencia permanente. A lo mejor se puede empezar por el civismo cotidiano: hacer la cama, asearse, ordenar los libros, dar un paseo por el centro de la ciudad… Es lo que propone en su último libro el novelista, filósofo y profesor de Secundaria (quizás el orden sea a la inversa) Ismael Grasa. Se titula ‘La hazaña secreta‘ y está editado por Turner.
“Gracias” y “Por favor”. La buena educación.
Es fundamental dirigirnos con buenos modales, con educación. El pedir siempre las cosas por favor. Es molesto ver, cuando esperamos el turno en una tienda, que la gente no se dirige con un “por favor” ni a los dependientes ni a los camareros, y trata a la gente que está atendiendo como si fueran sus siervos o inferiores. Es importantísimo ese trato de dignidad, el no perder en ningún momento el “por favor” y el “gracias».
También molesta cuando alguien llega tarde y no pide disculpas, el que se considere como algo normal el llegar tarde. Alguien llega tarde a un sitio y dice “¿Qué hay? ¿Qué tal?”. “¿Qué hay? ¿Qué tal? Llegas tarde, di algo al menos”. Es algo que se está perdiendo.
Ismael Grasa es un profesor de instituto, quizás por eso se ha visto obligado a escribir ‘La hazaña secreta’, un libro muy interesante, muy profundo y muy intenso sobre las pequeñas hazañas secretas. Parece que el tiempo nos ha hecho cada vez menos responsables en nuestras obligaciones individuales. Parece como que la generación de nuestros padres y la de nuestros abuelos eran mucho más conscientes del hecho individual y de sus responsabilidades.
Vivimos tiempos muy frenéticos. Muchas veces excusamos o tratamos con poco respeto al otro aduciendo la falta de tiempo, justificándolo con que vivimos en un momento muy vertiginoso y que estamos a muchas cosas. Pero no es que las generaciones actuales sean menos delicadas o menos consecuentes, o que tengan menos en cuenta al otro que las precedentes. No es que se esté perdiendo esa educación, de hecho se ha ido extendiendo esa urbanidad. En todo esto hay una regla de oro: trata a los demás como quieres que te traten a ti.
Cuando dos personas piensan de manera opuesta, en política y en ideología, y aún así hay un trato cordial (porque tampoco te vas a matar con alguien que piensa distinto), en realidad ¿qué les une? ¿Qué hay detrás? Hay una serie de palabras que enumera el libro, dice «contra el integrista» o «contra el inmoral», y propone cosas como un libro, bocadillos, la música, la belleza, el amor… y en realidad al final es eso. En realidad es cuando te encuentras a alguien que su manera de pensar crees que a ti te llevaría al sufrimiento, y aún así eres educado con esa persona, compartes con ella una conversación. En realidad es gracias a esos detalles, gracias a los bocadillos, pero en realidad de lo que habla el libro es que a través de esos pequeños detalles somos cívicos, habla de civismo.
Está investigado. Steven Pinker, una de las grandes figuras de la psicología cognitiva y un especialista en el binomio mente-lenguaje, investiga pequeños rasgos de la civilización. Por ejemplo por qué su madre le insistía tanto en que cuando no se está usando el cuchillo en la mesa, éste se deja sobre la mesa. Él investiga esa obsesión de buenas maneras de educación y ve que tienen una raíz medieval. Y es el hecho de que la gente, cuando tenía los cuchillos en la mesa y se ponían a discutir se los clavaban. Entonces, para evitar clavar el cuchillo al otro, se establece la norma de que mientras no se está usando el cuchillo éste se deja sobre la mesa.
¿A cuántas “hazañas secretas” estamos de vivir en una sociedad mucho más amable y justa?
“Yo en el libro lo que trato de reivindicar es que nuestra hazaña es, como convivencia o como país, un día en el que ‘no pase nada‘. Y creo que eso a veces lo valoramos poco. En el libro cito una reflexión de Alexander Herzen que me dio mucho que pensar. Herzen fue un revolucionario ruso, al principio porque luego se convirtió en otra cosa. Él vivía en el norte de Europa pero conocía España y Portugal, en sus memorias escribe: a los latinos no les gusta vivir en libertad, lo que les gusta es luchar por la libertad. Y eso me parece terrible, acertado en cierto modo pero terrible. Como si la libertad nos pareciese poco.
Yo pensaba en que apenas obtuvimos la democracia en seguida en el ámbito cultural surgió el término desencanto, como si no fuese suficiente. Y todo esto me hizo replantearme un elogio de lo cotidiano. Yo no creo que los chicos ahora sean más groseros que antes. Estoy con Pinker, el autor que se ha citado antes, en que creo que estamos en el mejor de los momentos. Pero hay cosas que de vez en cuando hay que decir, aunque a veces suenen un poco ridículas. Yo creo que todos los manuales de urbanidad se quedan, con el tiempo, ridículos y pasados de moda, pero regularmente hay que reescribirlos.”
Sonreír, la escucha, un “buenos días”, mirar a los ojos, quitarse las gafas de sol para hablar… “De pronto nos hemos visto siendo profesores de adolescentes… y no sólo chicos de bachillerato sino chicos más jóvenes, de 14 años, y de pronto te escuchas diciendo cosas que no pensabas que ibas a decir pero que tienes que decir. ‘Deja ese chicle‘, ‘quítate las gafas‘, ‘siéntate bien‘, ‘baja los pies de la mesa‘, aprender a abrir una puerta pero también aprender a cerrarla (usar la manivela para no dar un portazo)… un montón de cosas que no están en los programas de estudios pero que los profesores decimos a lo largo del día, porque somos, aparte de transmisores de conocimientos…, los alumnos son como hijos por decirlo de algún modo.
Y yo pensaba que todo esto no está, lo decimos pero no está ahí. Y me propuse que, aunque sea algo desafiante, porque es raro ahora escribir sobre estas cosas, hablar de ello en este pequeño libro.”
¿Es su relación con los adolescentes la que lleva a Ismael Grasa a escribir este libro?
“Posiblemente. Yo creo que cuando uno estudia la carrera de filosofía, está pensando en la filosofía y no en los adolescentes. Pero después la vida te lleva a sitios, y esos sitios te llevan a libros que no tenías previsto. Y creo que eso está bien.”
¿Qué es la buena vida? ¿Qué es vivir bien? ¿Son términos que hemos manoseado demasiado?
“Siempre se han escrito estos manuales. La tradición de los estoicos, desde Marco Aurelio a Fernando Savater, creo que una y otra vez tratamos de fijar esos manuales de buena vida, que nunca son definitivos por su propia definición. Y luego también ¿acaso nos mueven a actuar a las personas los manuales de ética? No, son más bien cosas que oímos en una canción, que leemos en un poema… Lo que son nuestros ideales de vida normalmente son cosas que tienen que ver más con valores que están en intuiciones poéticas. Por ejemplo la tesis de que el amor vence el tiempo, de que el amor (y no hablo sólo del amor de pareja) es una cualidad que de alguna manera es trascendente. Ese tipo de intuiciones están muy en las personas, pero rara vez lo expresamos en libros de ensayo o de prosa.
Otro de los retos que yo me proponía al hacer este manual de urbanidad era también reflexionar sobre que ideales nos mueven en el fondo, y eso es lo que he intentado. De hecho hay muchas citas de poetas dentro del libro.”
Un consejo para las personas que acostumbran a hablar en público.
Hay un capítulo de ‘La hazaña secreta‘ que habla de ser pertinente, de no soltar muchos refranes y frases hechas ni llenarlo todo de cháchara. Intentar ser preciso, elegante y decir las cosas bien, y si no callar y no escribirlo. También es una forma de respeto el hecho de cuidar cada frase que dices y de intentar ser lo más elegante y lo más sencillo posible.
Un libro lleno de saber práctico. La revolución de las pequeñas cosas, de los pequeños gestos
Detrás de ‘La hazaña secreta‘ parece haber un hombre esperanzado. “Sí. La esperanza la tiene todo el mundo, hasta el que dice que no la tiene porque si no cae en una contradicción. En la esperanza también digo algo que dicen mucho los poetas de un modo u otro, y es que la esperanza no es el resultado de la experiencia, de lo que observamos y de ahí extraemos la esperanza, sino que es como un punto de partida. Y a partir de ahí somos inquebrantables.
Hay una cita de Semprún que utiliza y que aparece en el libro que se refiere a esto. Decía Scott Fitzgerald: ‘Estamos convencidos de que la realidad es una batalla perdida y sin embargo nunca dejamos de llevarla a cabo‘.”
No parece que con este libro se busquen grandes cambios sociales, sino más bien retomar o retornar a cortesías interpersonales, a consideraciones sociales que un día fueron importantes y que hoy están en clara decadencia. “No he querido hacer un libro nostálgico de pensar que otras épocas fueron mejores que la nuestra, yo creo que nuestra época es la mejor y parto de eso. Pero sí que soy muy partidario de los que creen en la revolución de las pequeñas cosas, de los pequeños gestos. En el libro digo irónicamente que se ha hecho más levantando el sombrero para saludar que cortando las cabezas. Esa cortesía cotidiana genera un flujo, un progreso quizás más interesante que no los cambios bruscos. El libro yo diría que parte de una intuición general, que es la de que en democracia una victoria es un día en que no ha pasado nada. Y eso me da la impresión de que muchas veces pensamos que es poco.”
‘La hazaña secreta‘ es un libro que toma una cita de Montaigne, en la que el filósofo reflexionaba sobre la idea de que la verdadera hazaña es un día en el que no pasa nada. Saber que vivir es encontrar recogimiento en cosas relativamente pequeñas: el valor de esas rutinas y de esas conversaciones que son capaces de dar sentido a cada instante, vestirse de una manera u otra, la manera de disponer la mesa para las comidas, un lugar de estudio, ordenar los libros, invitar de vez en cuando a los amigos a casa, ofrecerles buenas cosas y sencillas… rituales capaces de dar sentido a cada instante. Cuando no pasa nada es cuando pasan las cosas importantes, las cosas que nos transforman.
Otra cita del libro es cuando Albert Camus escribe su famosa carta a un soldado alemán, cuando ya estaba acabando la guerra, y le dice: “nos habéis obligado a ser héroes para sobrevivir, porque si no nos exterminabais. Pero ahora que acaba todo nos damos cuenta de que para nosotros el heroísmo tal y como lo entendéis es bien poca cosa. Para nosotros lo difícil es la felicidad.”
“El libro tiene algo de manual de costumbres, o de buenas maneras… que yo creo que si hay un género desprestigiado y que causa rubor es ese. Pero precisamente quizás por eso, y casi con cierta dosis de provocación, me apetecía aproximarme a eso. También porque la vida me ha llevado a eso y ahora trabajo con chicos adolescentes, como profesor, y hay muchas cosas que no están en los manuales de estudio que tenemos que dar oficialmente pero que acabamos dando. No gritar, no correr donde no hay que correr, abrir y cerrar una puerta correctamente (usando la manivela no sólo para abrir sino también para cerrarla, para que no de un portazo)… Y te preguntas por qué estás diciendo esas cosas… pero es importante que las digas. Y se me ocurrió hacer un libro, un texto de filosofía pero que no perdiese de vista esos pequeños hábitos que hacen la vida mejor.”
La vida buena en la ciudad
El libro está lleno de reflexiones, de citas y recuerdos que van hilando un relato, que van construyendo un tratado de buenas maneras para el siglo XXI que nos ayuda a convertirnos en mejores personas. La buena educación, las viejas costumbres… y las ciudades… Ismael Grasa dedica bastante espacio a las ciudades en este libro chiquitito. Una parte de la vida buena, dice, está en conocer nuestra ciudad como espacio común, como el ágora de los griegos. Es uno de los placeres que a los ciudadanos quizás nos cuesta apreciar y disfrutar adecuadamente.
“Esa idea de que no hay felicidad sin dignidad política, y a la vez no hay dignidad política sin el ágora, sin el espacio común donde todos podemos expresarnos y compartir. Y por tanto una felicidad basada en ciudadanos que tienen unos derechos pero que viven fuera del centro (y no me refiero sólo físicamente a que vivan en urbanizaciones, sino que no lo tienen presente en sus vidas) me parece un error.
Creo que la felicidad tiene que ver efectivamente con eso que decía Sócrates de lo público, en un discurso que se va repitiendo en la filosofía. Hannah Arendt también insiste en los espacios comunes.
En lo práctico significa conocer el centro de las ciudades, no renunciar a los espacios centrales de la ciudad. No ocurre en Barcelona o en Madrid, pero en muchas ciudades los espacios centrales se deterioran o va allí la gente que no se puede pagar pisos fuera de la ciudad y eso es un error de planteamiento.
Y reivindico mucho el que tanto dentro de las casas como en las calles se conserven cosas del pasado. El renovar todo constantemente, las reformas totales en los pisos… el avergonzarnos en cierto modo del pasado y querer… Nos empobrece paradójicamente un golpe de dinero. Es algo que pasa mucho en los pueblos cuando de repente ha tocado la lotería y tienen mucho dinero, el pueblo paradójicamente de pronto es rico pero se convierte en pobre muy pronto, porque pierde muchas cosas que son las que le daban personalidad.”
“No es necesario ir muy lejos para hacer mejor el mundo, porque tal vez uno debería empezar por el centro de su ciudad. Como primer paso uno debería recorrer tranquilamente, ejemplarmente, una calle arbolada. Después hay que sentarse en un banco. Hay que entrar en una heladería o en una tienda de nuestro gusto, aunque no podamos comprar nada. Y hay que detenerse a mirar una fachada o la cartelera de un cine. Quizás muchas de las calles históricas de nuestras ciudades estén degradadas o no ofrezcan un aspecto invitador. Pero eso no debería apartarnos de ellas o hacernos renunciar a ese espacio antiguo y central. Uno no debería detener ahí su paseo, porque la realidad no sólo es lo que es sino también el modo en que la miramos. Y es sabido que el modo de mirar transforma ya las cosas.”
Los ciudadanos tienen la responsabilidad de cuidar lo que les rodea. Lo dice Ismael Grasa en el libro. Todo lo que somos se edifica sobre lo viejo, si hacemos tábula rasa con algo no estamos asumiendo lo que somos. También dice que no hay nada más elegante que un mueble, por ejemplo, que alguien ha dejado en la acera y que otro coge, sube a su casa y arregla. Ese gesto es una manera de comunicarnos.
“Sí. Me reía cuando escribía ese capítulo dedicado a la basura de la calle. Dentro de esa continuidad, que hablo del espacio privado y del espacio público, creo que la basura (lo que la gente saca a las calles y que vemos que asoma en los contenedores) es algo que tampoco nos puede ser ajeno del todo. Yo tengo muchas cosas cogidas de la calle y que he arreglado, y me parece muy chic cuando me preguntan por ese objeto decir de donde lo he sacado. Porque creo que ese sillón o ese marco es antiguo, le he reconocido cierto estilo y valía la pena invertir para restaurarlo o volverlo a tapizar… y me parece que eso está muy bien.”
También dice Ismael Grasa que hay que intentar seguir la agenda de la ciudad. Asistir a actos donde un hombre tiene la palabra, o un instrumento musical. Y que no vale justificarse alegando falta de tiempo, porque se sobreentiende que lo normal es no tener tiempo precisamente.
“A mí me parece bien cualquier justificación menos la de no tengo tiempo, porque nadie tiene tiempo (a lo mejor alguien que ya está jubilado… pero si somos padres y trabajamos…). Cuando uno escribe o lee o va a ciertos actos es porque renuncia a hacer otras cosas. Es un acto de voluntad que yo reivindico en el libro y para el que, por difícil que sea la vida, no hay que poner la excusa siempre de que no hay tiempo. Evidentemente que no tenemos tiempo.”
Detenerse en uno. La importancia del recogimiento
Es normal mirar hacia adelante. Pero llegamos a un punto en que hay que dejar de considerar la vida propia como una huida de uno mismo, de lo que obró y de lo que deseo ser alguna vez. Hay que saber detenerse, reconocer los propios méritos… porque, entre otras cosas, el punto de vista sobre las cosas cambia.
“Sí. Creo que al libro lo recorre un hilo como de compasión, de compasión primero hacia nosotros mismos. Diría que este es un libro antiutópico. No existe la sociedad perfecta al igual que no existen las personas perfectas ni las vidas perfectas. Y de igual modo que tenemos que remontar la vida a partir de lo que nosotros hemos hecho, que no todo es bueno necesariamente, también en las sociedades es así.
Esa idea de que la vida ha de empezar en determinado momento, o de que la verdadera política empieza en un determinado momento que nunca es el que estamos viviendo… creo que es un error. Hay una autora que a mí me gusta, Brigitte Giraud, que enviudó absurdamente pronto porque su marido murió en un accidente de moto dentro del casco urbano, y que escribe en un libro (que también aparece citado en el libro mío): ‘Ahora que ha acabado todo me doy cuenta de lo bien que estaba todo‘. Es decir, no nos dábamos cuenta de que la vida que estábamos teniendo era tan buena, siempre estábamos con proyectos en la mente… me arrepiento de no habernos dado cuenta a tiempo de eso.”
Está bien el saber retirarse uno a su interior. Pero para eso, siguiendo con lo que decía Montaigne, hay que saber prepararse también para acogerse. Sería casi una locura, diría el maestro francés, confiarte a ti mismo si no te sabes gobernar. Uno puede equivocarse tanto en la soledad como en la compañía.
“Yo reescribo una idea de Montaigne, que está en sus ensayos, que es que retirarse también es una manera de consideración hacia los demás. A mí me gustan las casas que tienen pasillos largos, ahora tan demodé, donde uno se puede retirar. Porque si uno no sabe estar solo de vez en cuando, uno tampoco está en compañía cuando está en compañía. Y el tener espacios de silencio y de apartarnos, y evitar esa constante necesidad de estar con los otros, está muy bien. Yo reivindico la necesidad de tener espacios de soledad desde los que abordar la compañía. Por ejemplo el tener una mesa, despejada, que a lo mejor no usamos habitualmente… pero hay que impedir que esa mesa se nos llene de cosas hasta el punto de que ya renunciemos a esa mesa desde la que seguir estudiando idiomas o aprender cosas nuevas. El libro tiene algo de invitación a buscar lo público pero simétricamente a buscar cierto recogimiento.”
‘La hazaña secreta‘ es un libro escrito por Ismael Grasa con mucha sencillez. Es un libro que puede ser leído de forma discontinua también, pero podemos encontrar ese hilo conductor que va hilvanándolo y que va armonizando todo el contenido. Cada uno de los textos va rematado por una cita de alguna fuente ajena, con mucha detención en la poesía.
“El libro quiere ser una aproximación desde la prosa a lo poético. Y es que hay muchas cosas, creo, que aceptamos que sean dichas en la poesía o en las canciones. Y realmente muchas de esas intuiciones que contienen la poesía y las canciones son como nuestros motores de vida. En el fondo ahí encontramos nuestras convicciones íntimas.
Por ejemplo la idea de que lo único que permanece es el amor. Que el amor en el sentido general tiene una dimensión que trasciende el tiempo. Y estas cosas que están en la poesía, y que rara vez encontramos en los libros de ensayo, me parecía también un territorio arriesgado y me he metido un poco en eso, en intentar traducir o expresar esas cosas de las que por ejemplo hablan los libros de Eloy Sánchez Rosillo o el famoso poema de Philip Larkin que es como una versión de los amantes de Teruel. De las ciudades, efectivamente, decía Corpus Barga, que también aparece en el libro: ‘Las naciones pasan, las ciudades permanecen‘. Retomo esa vieja idea de que todas las ciudades forman una misma ciudad, y hay como un ideal cosmopolita en esa idea de la ciudad como un espacio de toda la humanidad donde podemos ser libres.”
La prudencia como acierto
Citas de grandes autores a lo largo del libro, con ese tono que hemos aprendido de Montaigne y también de Marco Aurelio en sus meditaciones, que Ismael Grasa va poniendo al día en sus menos de cien páginas que se leen en poco tiempo. Están ahí el amor por el lenguaje, el hablar bien, el saber cuándo hablar y cuándo callar… La prudencia.
Ismael Grasa se detiene en la prudencia, y nos cuenta que en la antigüedad se consideraba una virtud de virtudes. Pero no en el sentido actual de moderación o de prevención hacia el riesgo sino en el de no quedarse corto ni largo, en el de acertar.
“Sí, ese es el sentido clásico de Grecia. De la prudencia, efectivamente, hoy decimos prudente al que no arriesga. En general prudente, en el sentido clásico, no es el que no ataca sino el que ataca en el momento oportuno. El libro tiene bastantes cosas de la tradición aristotélica, de hecho nombro el principio de no contradicción de Aristóteles, ese que dice que una cosa no puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo, y como nuestro sistema de vida en la democracia se basa en cierta creencia en la verdad, en el valor de la palabra y en el que podemos acceder a cierto grado de verdad. Porque si no todos podemos caer en la tentación de pensar que siempre hay algo en la sombra que es lo que de verdad influye, que los verdaderos intereses que mueven todo son inalcanzables e innombrables, caer en las paranoias… En el fondo las democracias se basan en cierta confianza, la confianza de que alguien en algún momento por lo menos está diciendo la verdad. Y si no hay esa vida basada en cierta confianza y en cierto valor de la verdad, creo que tampoco puede haber verdadera felicidad.”
Uno ha de confiar en los demás, no se puede ser feliz desde el recelo permanente. Donde no llegue uno, otros quizás podrán llegar. Para Ismael Grasa la prudencia no es un modo de ceder o buscar términos medios, es una forma de acertar sin dejarnos vencer por el desencanto. Baltasar Gracián en su Oráculo manual y arte de prudencia (1647) proponía una sabiduría práctica para enfrentarse con éxito. Pero el partía de un mundo hostil, de un mundo competitivo y con una premisa pesimista: el mundo es un enemigo y hay que aprender un saber práctico que permita sobrevivir. Imponiéndose una visión pragmática de las relaciones con los otros, a veces rozando cierta doblez, en el límite casi de lo ético, sin mentir pero no diciendo todas las verdades.
“El libro, ‘La hazaña secreta‘, no está en ese punto renacentista, a veces un poco maquiavélico. El libro, llámalo naif si quieres, pero reivindica una inocencia que no está en Gracián precisamente.”
Otros libros de Ismael Grasa
De Madrid al cielo (novela) (Anagrama, 1994), Premio Tigre Juan
Zenón no se detiene, raro es el día que no encuentra en su bolsillo calderilla para un café, o que le falta el aliento para emprender la rampa de la calle del Calvario; no se olvida de las letrillas de las canciones comprometidas que en otro tiempo cantó, pero está advertido, no tomará su propio declive por el declive de los tiempos, no echará las culpas ni se refugiará en los plurales.
Zenón es un autodidacta, su universidad han sido las cuatro hostias festivas de los grises en el campus de la Complutense, hoy meas donde te dejan y bebes agua del grifo donde te la dan, porque en Madrid no hay fuentes; pisas los charcos por el medio, cruzas los pasos de cebra sin tocar la raya, levantas la vista al cielo caprichoso y mariquita de Madrid y entonces dices eso de que la vida es una cuesta abajo, y cantas aquello de que esta noche me emborracho bien, me mamo bien mamao, y entonas por el Charola, es cierto, Zenón, que no has cedido pero ya no dibujas bigotes en los billetes del Rey; de la torre de Telefónica a la del Pirulí no levantarás la vista ni te confundirás con los drogadictos, a cada quisque le revienta el cuerpo a su hora, subes y bajas las cuestas pero no te conviertes en un cínico; a fin de cuentas, ¿de qué te lamentas si no hay nadie en el mundo a quien de verdad envidies, si hasta las avecicas del parque llevan más carga que tú?
La esforzada disciplina del aristócrata (Ayuntamiento de Toledo, 1995), Premio Félix Urabayen de Novela Corta
Días en China (novela) (Anagrama, 1996)
Un profesor ha volado a la China del interior, con su maleta de libros perennes, a enseñar los veinticuatro fonemas y las veintinueve letras del español. Este transeúnte ha tratado a las gentes de la China –lo mismo al político que al ermitaño-, ha subido a sus trenes, se ha embriagado con sus aguardientes y ha escrutado sus bibliotecas de lengua castellana; también ha atendido a sus proverbios: «Cuánto más lejos se va menos se aprende.»
Él ya se figuraba que todo viaje lo es al lugar y los asuntos de donde se procede.
Días en China es la crónica de una prolongada despedida –la sarta de los hombres y mujeres conocidos al paso-, da noticia de una abstracción –la que tiñe los ojos del foráneo, observador antes de la humanidad que de las personas-, revela ese íntimo anhelo de quietud propio del viajero. Quizá estos episodios itinerantes vengan a tratar de las lenguas, de su poso de lecturas y su envés irónico.
Fuera de casa (Plaza & Janés, 1999)
Nueva California (relatos y poemas) (Xordica, 2003)
Los relatos y poemas de Nueva California componen un pequeño atlas emocional: desde la discoteca de Fraga, en la linde de los Monegros, a una bolera nocturna de Shanghai o la vista de las afueras de Zaragoza desde la ventana de un piso. Nueva California trata de la búsqueda de paraísos con un periódico debajo del brazo, de la ilusión por la civilización y la confianza en que el conocimiento acabará por explicarnos del todo: una mezcla del Spinoza más iluminado, la celebración de la amistad propia de los poetas Tang y las páginas de viajes arrancadas de los suplementos. Nueva California también trata del amor y sus faltas de concordancia pues, pese a todo lo que nos han enseñado, quizá el dolor no sea una premisa necesaria.
Sicilia (viajes) (El Cobre, 2000)
Bajo el implacable sol del verano siciliano, Ismael Grasa emprende viaje en Palermo recordando al juez Falcone, un viaje por la Sicilia de la Mafia, las carreras de caballos, los cafés y los personajes misteriosos, pero también de Bocaccio, Goethe, Wagner y Garibaldi. Un viaje pausado y atento, tocado por la sugerente levedad de una prosa contenida y poseedora de un gran abanico de ecos y registros.
La Tercera Guerra Mundial (novela) (Anagrama, 2002)
La Tercera Guerra Mundial trata de los hábitos de un mundo desquiciado en el que ha crecido toda una generación y, mejor o peor, hemos vivido todos. A medio camino entre Buñuel y la serie Los Simpson, esta novela es un retrato de los primeros años de la democracia española y de los modos de vida de unos aspirantes a adolescentes entre la ciudad de Huesca y los veraneos en la Costa Dorada.
De Teresa de Calcuta a las atracciones de Río León Safari, de los ovnis a las clases de yudo de barrio, de las pestes porcinas a la base americana de Zaragoza, La Tercera Guerra Mundial viene a demostrar que lo más surrealista surge casi siempre de la simple combinación de elementos reales y cotidianos. Sobre el paisaje pseudoapocalíptico de la amenaza de una guerra nuclear definitiva y los refugios subterráneos del jardín, esta novela nos habla de la conflagración que nunca llegó a producirse pero de la que, en cierto modo, todos somos supervivientes.
Trescientos días de sol (relatos) (Xordica, 2007), Premio Ojo Crítico de Narrativa
Para los personajes de estos Trescientos días de sol el mundo parece ser creado de nuevo cada día. Las doce historias que componen este libro podrían transcurrir simultáneamente, con personas que se cruzan entre las señales de tráfico y tratan de encajar en sus entornos sin que esto signifique para ellos una claudicación.
Los relatos de este libro pueden leerse como variaciones musicales con un bajo continuo: el del delito o su posibilidad. Los protagonistas que van apareciendo lo sufren en algún momento, lo cometen o son testigos de él: pequeños hurtos, un afilador que usa como arma el cuchillo que le acaban de dar, un empleado público que se convierte en cómplice de un pederasta, un guarda forestal que ama la naturaleza y acaba acompañando a los cazadores… Se trata de personajes solitarios que buscan el bien a la vez que conservan la costumbre de llevar una navaja en el bolsillo.
Con una escritura fría y afilada, no exenta de humor, Ismael Grasa transita por la línea que hay entre la cordura y la enfermedad. Conforme avanzan las narraciones el lector se siente reconfortado, en un lugar que le resulta familiar e incómodo.
Brindis (novela) (Xordica, 2008)
Brindis es una novela de experiencias: aquellas por las que va pasando su protagonista, Juan, desde que nace en una pequeña ciudad hasta un momento de su vida adulta, de vuelta a casa en autobús. Pero, más que del camino a la madurez, la novela habla de una individualidad ganada, del aprendizaje errático de los sentimientos y la libertad.
Juan deja su ciudad y los estudios e inicia un recorrido en el que es aconsejado por toda una serie de personajes singulares: el joven hijo de militar, que le hace sostener una pistola en la mano para sentir lo que cree que es el peso verdadero del mundo; el empleado de Shanghai, que disfruta viendo películas pornográficas en compañía; la delgada Amy, con la que no consigue acostarse ni sentarse a comer; o el dueño de un bar madrileño, que llama “Novelas” a Juan con intención de ofenderle y llevarle a territorios que considera más realistas.
Brindis hace pensar en la novela picaresca, pero se trata aquí de una picaresca sin engaños ni malicia. Quizá algunos de estos episodios resulten descarnados, pero el autor no deja espacio para el desaliento, y nos ofrece una mirada siempre primera y reveladora sobre el mundo.
La flecha en el aire: Diario de la clase de filosofía (ensayo) (Debate, 2011)
Hace seis años leí en la sección de anuncios de un periódico que se necesitaba «un filósofo». No dejó de parecerme algo singular.
Yo buscaba trabajo, así que, también un poco por curiosidad, llamé. Me explicaron que se trataba de un colegio. El profesor de filosofía de bachillerato se había ido y hacía falta alguien que le reemplazase. Me citaron para una entrevista y durante las horas previas estuve dudando sobre si asistir. Mi licenciatura oficial es de filosofía, pero lo cierto es que nunca había pensado en dedicarme a la enseñanza, y menos de adolescentes.
Hoy, cuando escribo esto, estoy en mi sexto curso como profesor del colegio. En este tiempo creo que he aprendido algunas cosas sobre filosofía y también sobre cómo dar una clase. Durante varios de estos cursos llevé una especie de diario de profesor, cuadernos en los que iba anotando los asuntos de los que trataba en las clases y el día a día. Aquellas notas son las que componen este libro. Enseñando, he ido descubriendo a la vez dónde me encontraba -o dónde ya no quería encontrarme-, y qué cosas considero importantes y merecedoras de ser defendidas. Y de eso es de lo que creo que trata este libro.
El jardín (relatos) (Xordica, 2015)
«No hay nada más que esto», dice el protagonista de uno de los relatos de El jardín. Tras la apariencia de unas vidas rutinarias y detenidas, los personajes de este libro no dejan de cavar un túnel de salida hacia otro lugar: un vendedor de periódicos que sigue en la misma habitación donde creció mientras piensa en declararse a la mujer que ama; un vigilante dedicado a resolver problemas de lógica a la vez que es motivo de burla a su alrededor; un oficinista que sale a dormir a la intemperie junto a los jabalíes, y que mantiene un romance con una mujer tan desamparada como él…
Ismael Grasa vuelve a conmovernos, igual que hizo en Trescientos días al sol, con un estilo sobrio y despojado. Una desnudez que deja al descubierto las fugaces iluminaciones que parecen dar sentido a las vidas de los personajes. Todos encontrarán su grandeza en esa búsqueda que, como una sima, se abre bajos sus pies.
«Ismael Grasa es un narrador poco habitual. Escribe provisto no de unas tijeras, sino más bien de una simple hoja de afeitar, de una afilada hoja de afeitar.» Javier Tomeo
«Los personajes de Grasa son observadores inteligentes, comparten con el autor una mirada privilegiada sobre los detalles menores de la vida, esos que casi siempre dicen más de alguien que todos los informes de los psicólogos.» David Trueba
Una ilusión (Xordica, 2016)
En Una ilusión, Ismael Grasa echa una mirada atrás sobre su vida y convierte el relato de unos acontecimientos y amistades en una reflexión sobre lo valioso del propio hecho de vivir.
El autor retrocede hasta una tarde de su adolescencia en que estuvo a punto de electrocutarse mientras construía una nave espacial con la que evadirse de su pequeña ciudad. Sus recuerdos siguen con el episodio de su entrada en una secta religiosa, su paso por la universidad o los pisos compartidos donde vivió; y continúan a lo largo de todo el libro en una itinerancia detrás de respuestas que mantuviesen viva una ilusión, en el sentido de esperanza y no de espejismo o falsa luz.
Una ilusión trata también sobre la labor de escribir. Sus capítulos son la trastienda emocional de los libros que Ismael Grasa ha publicado, una reescritura en primera persona de las ciudades –Huesca, Madrid, Xi’an, Zaragoza…- y de las compañías que los inspiraron.
Una ilusión no es una biografía temprana o prematura, es la crónica de la búsqueda de una voz y de un lugar desde el que celebrar el mundo.
Fuente: Hoy por hoy de Cadena Ser (5/06/2018) / Diálogo y espejo de Radio 5 (14/07/2018)
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