Las aventuras de Pinocho (en italiano: Le avventure di Pinocchio) es una novela escrita por Carlo Collodi. La obra se publicó por capítulos en 1881, en el periódico italiano ‘Giornale per i bambini‘, bajo el título ‘Storia di un burattino‘ (Historia de un títere), acompañada de las ilustraciones de Enrico Mazzanti. Dos años más tarde, en 1883, apareció publicada con el título de ‘Las aventuras de Pinocho’.
Geppetto es un humilde carpintero que siempre había deseado tener un hijo. Un buen día se le ocurre la genial idea de tallar una marioneta de madera con la forma de un niño de verdad. Y, antes de estar acabada, esta cobra vida de manera inesperada y se convierte en un niño travieso y desobediente al que Geppetto llama Pinocho.
Se trata de una de las historias más leídas de la literatura universal. Cuenta con traducciones a más de doscientos cincuenta idiomas y dialectos, y es uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. La obra «Las aventuras de Pinocho» ha dado lugar a múltiples adaptaciones a lo largo del tiempo desde su primera publicación, incluyendo grabaciones de audio, obras de teatro, películas, ballets y obras de ópera.
«Pinocho es una historia sin geografía y sin tiempo». Luigi Malerba
«En la historia de personajes como Pinocho está escondido el sentido de nuestra misma existencia». Giorgio Manganelli
«Cualquier lista de lectura debería comenzar con Pinocho». Italo Calvino
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Biografía de Carlo Collodi, autor de Pinocho.
Carlo Collodi, seudónimo de Carlo Lorenzo Filippo Giovanni Lorenzini, nació en Florencia, el 24 de noviembre de 1826, donde sus padres eran sirvientes de una familia aristocrática.
Collodi fue el primero de los diez hijos del cocinero Domenico Lorenzini y de María Angela Carolina Orzali, empleada doméstica que trabajó en el servicio del Marqués Ginori, junto con su marido. Gracias a la ayuda de la familia Ginori, Carlo Collodi pudo estudiar: desde 1837 hasta 1842 permaneció en el seminario en Colle di Val d’Elsa; y entre 1842 y 1844, cursó estudios de Retórica y Filosofía en Florencia, en una escuela religiosa de los Escolapios.
Fue escritor y periodista. Fundó un semanario satírico, Il Lampione, prohibido en 1849, y se hizo famoso en Italia como autor de cuentos y obras teatrales. En 1881 publicó por capítulos, en el Giornale per i bambini, ‘Storia di un burattino’, que apareció dos años más tarde, en 1883, con el título de ‘Las aventuras de Pinocho’.
Aun cuando la obra fue todo un éxito, y que cuando en 1890 murió Collodi ya había alcanzado la cuarta edición, el autor no obtuvo nunca beneficios por su comercialización, dado que en esa época no existían leyes de derechos de autor que amparasen a los escritores, ni tampoco supo el inmenso éxito que cosecharía su novela en todo el mundo.
Carlo Collodi murió en Florencia el 26 de octubre de 1890, a los 64 años de edad, a causa de un ataque cardíaco. De él se dice que ingresó a la Masonería a mediados del siglo XIX (aunque no hay ningún documento que lo sostenga) y que esta organización tuvo influencia importante en su obra «Las aventuras de Pinocho», en la que se supone que se encuentran interesantes simbolismos.
Significado y mensaje del cuento de Pinocho.
«Las aventuras de Pinocho« es una historia de castigo y conformidad. Un relato sobre una marioneta que, sin cuerdas, está atada a la coacción social de tal forma que no puede seguir su propio camino. La manejan fuerzas superiores, simbolizadas por el Hada y Geppetto.
Es gracias a esta tensión tragicómica que el personaje de Pinocho vive y atrae a todos los públicos. Y aún resulta más relevante la estructura de cuento, que reviste los episodios de optimismo y nos permite olvidar hasta qué punto la infancia puede llegar a ser dura y traumática, sobre todo la infancia en la Italia del siglo XIX.
Que la obra gozara de tanta popularidad puede deberse al hecho de que Pinocho es una historia simbólica sobre la infancia, que trasciende su origen italiano y habla tanto a los jóvenes como a los ancianos de la formación de un gandul.
Collodi concibió cada capítulo para el periódico de tal forma que se mantuviera el interés de los lectores por el extraño destino de un trozo vivo de madera que se convierte en una marioneta, algo que logró a través de la ironía y el suspense.
Sin caer en lo predecible, prácticamente cada episodio empieza con una situación extraña que lo arrastra hacia la tragedia y que al mismo tiempo está rozando el ridículo. Sin embargo el autor creó un mundo de cuento de hadas patas arriba que recordaba en cierto modo a la Toscana, pero que cambiaba la forma sin cesar, en el que cualquier cosa era posible; jugaba con picardía con los lectores, dejándolos en suspenso al final de cada episodio. Cada capítulo es un embrollo, y un embrollo lleva a otro. Nunca terminaba ningún capítulo.
En los planes de Carlo Collodi no estaba dejar que Pinocho creciera, de hecho había intentado terminar la serie en el momento en el que el protagonista acaba colgado de la rama de un roble visiblemente muerto. Incluso llevaba impresa la palabra “finale” al final del episodio cuando apareció en la entrega del 10 de noviembre de 1881.
Pero Collodi recibió tal alud de quejas por parte de los lectores, tanto jóvenes como adultos, que se vio forzado a retomar las aventuras de Pinocho. En otras palabras, se obligó al autor a “educar” a su protagonista de madera a pesar de la perspectiva pesimista inicial.
De un modo irónico el autor puso en duda desde el principio el tema principal de la obra, la evolución de un trozo de madera en niño, de la misma forma que cuestionó la estructura optimista de los cuentos de hadas.
Willard Gaylin, psicoanalista, utiliza la novela como paradigma para explicar cómo, a partir del lado narcisista de un niño, se crea un ser humano vivo y sensible. Se centra en temas como la dependencia, el trabajo, la conciencia y el amor para demostrar cómo Pinocho adquiere la dignidad humana a través de diferentes experiencias de aprendizaje que lo capacitan para entender de qué modo sus actos afectan a la gente que lo rodea y, al mismo tiempo, a su entorno.
Hacia el final de la novela, es decir, hacia el final del proceso de formación de Pinocho, este comprende que el amor no significa autocomplacencia narcisista, sino el placer profundo de darse a los demás que contribuye a la fuerza de la cohesión, de la moral y la civilización en la vida humana.
El público de hoy se sorprenderá al descubrir que la novela no es como la película de Disney. Se dará cuenta de que el autor dio rienda suelta a su imaginación con mayor vigor que Disney y que hizo evolucionar la marioneta a muchos niveles, con el firme propósito de entender y preguntarse qué significa ‘civilizar’ a un niño.
En verdad, gracias a la desbordante imaginación de Carlo Collodi, tenemos un ejemplo completo de lo que implicaba para un niño pobre crecer en la sociedad italiana del siglo XIX. Pero es quizá más importante que este cuento de hadas novelado trascienda de preguntas sobre la identidad y la historia nacional hasta lograr que nos cuestionemos cómo ‘civilizamos’ a los niños en estos tiempos incivilizados.
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Los niños de cualquier parte del mundo solo desean una existencia libre de preocupaciones; sin embargo, la vida les somete constantemente a prueba y les presenta múltiples desafíos, fuerzas irresistibles que despiertan su imaginación.
Narrada con sencillez y humor, la historia atemporal de Pinocho ha conservado su pulso siempre vibrante y entretenido desde su publicación, y ha sido traducido a más de doscientas lenguas. EDICIÓN CONMEMORATIVA DEL 120 ANIVERSARIO DE PINOCHO. ⇒23,75 € en Amazon⇐
Las aventuras de Pinocho | 192 páginas | +10 años | Pinocho es un muñeco al que ha dado vida el anciano Geppetto, un carpintero que, ante el deseo de ser padre, talló un bloque de madera dándole forma de niño. Pinocho resulta ser un hijo desobediente y maleducado que se mete en muchos problemas por su falta de juicio, a pesar de todas las advertencias. Pero gracias al Hada de cabellos azules y al Grillo parlante aprenderá qué es lo importante en la vida. ⇒18,95 € en Amazon⇐
Las aventuras de Pinocho | 195 páginas | +12 años | Geppetto tomó en seguida las herramientas y se puso a esculpir y a fabricar su muñeco.
«¿Qué nombre le pondré? —se preguntó—. Le voy a llamar Pinocho. Este nombre le traerá suerte.» ⇒10,40 € en Amazon⇐
Las aventuras de Pinocho | 240 páginas | Conocido en España principalmente a través de la película de Walt Disney, el Pinocho de Carlo Collodi desborda sin embargo, al igual que otras obras maestras, las fronteras convencionales del género infantil o juvenil en que se lo encasilla.
Si bien «Las aventuras de Pinocho», en lo que tiene el relato de convencional, continúa siendo una lectura que, siguiendo el precepto clásico, instruye deleitando, la fuerza simbólica de muchos de sus personajes, las afortunadas invenciones de su trama y otros felices hallazgos contribuyen a explicar el constante favor del público desde el mismo momento de la aparición de la obra.
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Las aventuras de Pinocho | 192 páginas | Un libro engañosamente sencillo sobre la infancia perdida, que no deja de inspirar interpretaciones y significados nuevos. Aunque se trata de una de las historias más célebres del mundo, “Las aventuras de Pinocho” es al mismo tiempo una obra en gran medida desconocida.
Las peripecias de un trozo de madera parlante no son aquí un cuento aleccionador ni sentimental, sino un relato profundamente subversivo sobre la infancia perdida, colmado de crueldad, magia y sátira, en el que se entreveran la picaresca, el teatro callejero y los cuentos de hadas de un modo que anticipa el surrealismo e incluso el realismo mágico.
Jack Zipes, eminente estudioso de la narrativa fantástica popular, firma la introducción que abre el presente volumen. La traducción al castellano es de Miquel Izquierdo, que dota a este clásico insoslayable de una actualidad palpitante. «Las mentiras, hijo mío, se reconocen enseguida porque las hay de dos clases: están las mentiras de piernas cortas y las mentiras de nariz larga.» ⇒7,55 € en Amazon⇐
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Cuento de las aventuras de Pinocho.
Érase una vez…
— ¡Un rey! —dirán enseguida mis pequeños lectores.
No, chicos, os habéis equivocado. Érase una vez un trozo de madera.
No era una madera de lujo, sino un simple leño de los que en invierno se meten en las estufas y chimeneas para encender el fuego y calentar las habitaciones.
Un buen día el trozo de madera aparece en el taller del viejo maese Ciruela, que decide hacer con él una pata de mesa. Pero, antes de pegar el primer hachazo, oye una voz que dice que no le pegue muy fuerte. Maese Ciruela se vuelve y no ve a nadie, así que piensa que se lo ha imaginado y le da un golpe imponente al trozo de madera, que de repente grita lamentándose de que le ha hecho daño. Maese Ciruela se queda de pie.
Y como le había entrado un espanto atroz, probó a canturrear para darse algo de coraje.
Mientras, apartando el hacha, agarró la garlopa para pulir el trozo de madera; pero mientras procedía arriba y abajo, oyó la misma vocecita que le dijo riendo:
— ¡Para! ¡Que me haces cosquillas por todo el cuerpo!
Esta vez el pobre maese Ciruela cayó como fulminado. Cuando volvió a abrir los ojos, se vio tendido en el suelo.
Su rostro parecía desfigurado, y hasta la punta de la nariz, de morada como la tenía casi siempre, se veía ahora turquesa por el pánico.
En ese momento llaman a la puerta, y entra un viejecito muy vivo que se llamaba Geppetto y que le pide un favor a maese Ciruela: quiere una madera para fabricarse una hermosa marioneta, que sepa bailar, hacer esgrima y pegar saltos mortales. Con la marioneta aspira a viajar por el mundo para ganarse un mendrugo de pan y un vasito de vino.
Maese Ciruela, muy contento, recoge del banco aquel trozo de madera que ha sido causa de tantos miedos y se lo da.
La casa de Geppetto era un cubículo a pie de calle que recibía luz de una claraboya. El mobiliario no podía ser más simple: una mala silla, una cama precaria y una mesita ruinosa. En la pared del fondo se veía un hogar con el fuego encendido; pero el fuego estaba pintado, y junto al fuego aparecía dibujada una olla que hervía alegremente y arrojaba una nube de humo que parecía de verdad.
Recién entrado en casa, Geppetto tomó enseguida los arneses y se dispuso a tallar y a fabricar su marioneta.
Se pone a trabajar a conciencia, y en seguida tiene hecho el pelo, luego la frente y también los ojos. Entonces se queda maravillado, cuando se da cuenta de que los ojos se mueven, que le miran fijamente. Después de los ojos le hace la nariz. Pero la nariz una vez hecha empieza a crecer, y en pocos minutos pasa a ser una nariz interminable. Después de la nariz le hace la boca, y antes de terminarla Pinocho empieza a reírse de él y a sacarle la lengua. Después le hace el mentón, el cuello, los hombros, la barriga, los brazos y las manos.
Cuando tuvo terminadas las manos, Geppetto notó que le arrebataban la peluca de la cabeza. Se volvió, y ¿qué vio? Vio su peluca amarilla en manos de la marioneta.
— ¡Pinocho! Devuélveme enseguida la peluca.
Y Pinocho, en lugar de devolvérsela, se la puso a sí mismo en la cabeza y quedó sepultado debajo, casi sofocado.
Ante aquella insolencia burlona, Geppetto se entristeció y, melancólico como no lo había estado en su vida, volviéndose hacia Pinocho, dijo:
— ¡Piel del diablo! ¡No estás terminado aún y ya empiezas a faltarle al respeto a tu padre! ¡Mal, hijo mío, mal!
Y se secó una lágrima.
Cuando le hace las piernas y los pies, la deposita en el suelo para hacerla caminar. Cuando se le desentumecen las piernas Pinocho empieza a caminar y a correr por la habitación, hasta que llegado a la puerta salta a la calle y se da a la fuga.
Y el pobre Geppetto sale corriendo detrás de él sin poder alcanzarle, hasta que aparece un carabinero que agarra limpiamente a Pinocho por su nariz desmesurada, que parece hecha aposta para ser atrapada por los carabineros, y se lo entrega a Geppetto que lo agarra por el cogote y se lo lleva hacia casa amenazándole. Entonces todo el pueblo empieza a criticarle y a compadecerse de Pinocho.
En definitiva, tanto hablaron y tanto hicieron que el carabinero volvió a dejar en libertad a Pinocho y se llevó al pobre de Geppetto a la cárcel. Este, falto como quedó entonces de palabras para defenderse, se puso a llorar como un ternerito y, al encaminarse a la cárcel, balbucía sollozando:
— ¡Desgraciado hijito mío! ¡Y pensar los afanes que he pasado para que fuera una marioneta decente! Pero me lo merezco: debería haberlo pensado antes.
Pinocho llega corriendo a casa y, de pronto, oye a alguien en la habitación que hace cri, cri, cri. Se vuelve y ve a un gran grillo que sube por la pared. Es el Grillo Parlante, y le dice que vive en esa habitación desde hace más de cien años.
Pinocho le dice que esa habitación es suya y que se vaya, pero el grillo le dice que no se irá hasta que no le haya dicho una gran verdad. Hay de los niños que se rebelan contra sus padres y abandonan caprichosamente la casa paterna, no les irá bien jamás en este mundo, y antes o después deberán arrepentirse amargamente.
Pero Pinocho le contesta que si se queda allí le mandarán a la escuela y él no quiere estudiar. Entonces el grillo le dice que se convertirá en un fantástico borrico. Y Pinocho le manda callar y le dice que él sólo quiere comer, beber, dormir, divertirse y de la mañana a la noche hacer vida de vagabundo.
— Pobre Pinocho, de verdad que me das pena.
— ¿Por qué te doy pena?
—Porque eres una marioneta y, lo que es peor, porque tienes la cabeza de madera.
Al oír estas últimas palabras, Pinocho saltó colérico y, tras coger del banco un martillo de madera, lo arrojó contra el Grillo Parlante.
Quizá ni siquiera creía que acertaría; pero desgraciadamente le dio de lleno en la cabeza, hasta el punto de que el pobre grillo apenas tuvo el aliento de hacer cri, cri, cri, y luego se quedó allí muerto y pegado a la pared.
Empieza a hacerse de noche y Pinocho siente hambre, pero no hay nada de comer. Cuando se acerca a la cacerola del hogar se da cuenta de que está pintada. Pinocho se queda con la boca abierta y empieza a llorar del hambre que tiene, así que decide ir al pueblo para ver si alguien le da algo de comer, pero sólo consigue que le tiren encima un cubo de agua.
Regresó a casa empapado como un pollito y destrozado por el cansancio y el hambre; y como no tenía ya fuerzas para mantenerse en pie, se sentó, apoyando los pies calados y embarrados en un brasero lleno de brasas vivas.
Y así se durmió; y mientras dormía, los pies, que eran de madera, prendieron, y poco a poco se le fueron quedando carbonizados hasta convertirse en cenizas.
Y Pinocho seguía durmiendo y roncando, como si sus pies fueran de otro.
Geppetto vuelve a casa por la mañana, y cuando ve a su Pinocho tendido en el suelo y sin pies se enternece, y colgándoselo enseguida del cuello se pone a besarlo y a darle mil caricias y a hacerle mil zalamerías con unos lagrimones que le resbalan mejillas abajo.
En menos de una hora los pies ya están hechos. Dos pies veloces, delgados y nerviosos, como si los hubiera modelado un artista genial. Tan pronto como la marioneta se da cuenta de que tiene pies empieza a corretear de alegría, y le dice que quiere acudir a la escuela. Geppetto se alegra, pero Pinocho le dice que necesita algo de ropa y un abecedario.
Geppetto le hace un vestidito de papel floreado, un par de zapatos de corteza de árbol y una gorrita de miga de pan.
Luego se pone su vieja zamarra remendada y llena de parches y sale corriendo de casa. Cuando regresa lleva en la mano el abecedario para su hijito, pero la zamarra ya no; va en mangas de camisa, aunque fuera nieva. Pinocho salta al cuello de Geppetto y le come a besos. Con su estupendo abecedario bajo el brazo se va a la escuela.
Le pareció oír a lo lejos una música de pífanos y de redobles de tambor: pipipí, pipipí, zum, zum, zum, zum.
Se detuvo a escuchar. Aquellos sonidos provenían del final de una calle muy larga que conducía a un pueblecito edificado a la orilla del mar.
— ¿Qué será esta música? Lástima que tenga que ir a la escuela, que si no…
Y permaneció allí, perplejo. En todo caso, había que tomar una decisión: o la escuela o los pífanos.
— Hoy iré a escuchar los pífanos, y mañana a la escuela: siempre estoy a tiempo de ir a la escuela —dijo finalmente el granuja, encogiéndose de hombros.
Empieza a correr a grandes zancadas, hasta que llega a una plaza repleta de gente que se apiña alrededor de un barracón de madera con una tela pintada de mil colores donde pone Gran Teatro de Marionetas. La entrada cuesta cuatro perras gordas. Pinocho, sin recato, se pone a vender su ropa y su abecedario nuevo y se mete en el teatrillo de las marionetas.
Entonces sucede un hecho que casi provoca una revolución. Sobre el escenario están Arlequín y Polichinela, discutiendo, claro. De repente Arlequín se vuelve hacia el público, y señalando con la mano, empieza a gritar en tono dramático que no sabe si está soñando pero que está viendo a Pinocho. Entonces grita Polichinela, y gritan a coro todas las marionetas, que allí está su hermano Pinocho.
— ¡Pinocho, sube aquí conmigo! —Grita Arlequín—. ¡Ven a los brazos de tus hermanos de madera!
Ante tan cariñosa oferta, Pinocho pega un salto y desde el fondo de la platea recorre las numerosas butacas; luego, con otro salto, de las butacas salta a la cabeza del director de orquesta y de allí se precipita sobre el escenario.
Resulta imposible imaginarse los abrazos, los agarrones del cuello, los pellizcos de amistad y achuchones de auténtica y sincera hermandad que recibió Pinocho en medio de aquel gallinero, por parte de los actores y actrices de aquella compañía dramáticovegetal.
Y la interpretación se detiene, porque las marionetas se llevan a Pinocho sobre los hombros.
Pero entonces sale el marionetista, un hombracho tan feo que da miedo con sólo mirarlo. Es Comefuego. Tiene una barbota negra como un borrón de tinta, y tan larga que le llega al suelo. Con las manos chasquea una fusta hecha de serpientes y de colas de zorro enrolladas. Todos enmudecen. Le pregunta a Pinocho por qué ha ido a armar bronca en su teatro; pero, cuando Pinocho le va a decir que la culpa no ha sido suya, se va a la cocina, donde está asando un magnífico cordero… Y como le falta leña para acabar de dorarlo, pide que le traigan a Pinocho para echarlo al fuego.
Pinocho grita que no quiere morir, y Comefuego, al verle, estornuda. Lo que es una buena señal, porque cuando Comefuego estornuda es que se enternece de verdad. Pero entonces pide que echen al fuego a Arlequín. Pinocho se tira a los pies de Comefuego, llorando, y le pide clemencia.
— Aquí no hay clemencia que valga. Si te he salvado a ti, hace falta que le arroje a él al fuego porque quiero que el cordero quede bien asado.
— En tal caso —gritó valientemente Pinocho, irguiéndose y arrojando su gorrita de miga de pan—, en tal caso, sé cuál es mi deber. ¡Adelante, señores gendarmes! Átenme y arrójenme a las llamas. No, no es justo que el pobre Arlequín, mi amigo del alma, tenga que morir por mí.
Esas palabras pronunciadas en voz alta y con acento heroico hicieron llorar a todas las marionetas presentes en la escena. Los mismos gendarmes, aunque fueran de madera, lloraban como dos lechoncitos.
Comefuego de entrada se mantiene en sus trece, pero luego empieza a estornudar y dice que se resignará a comerse el cordero medio crudo. Todas las marionetas se suben entonces al escenario, y con las luces y las candilejas de gala encendidas empiezan a saltar y a bailar. Al alba todavía siguen bailando.
A la mañana siguiente Comefuego llama a Pinocho, y le da cinco monedas de oro para su anciano padre. Pinocho le da mil veces las gracias, abraza a todas las marionetas de la compañía y se pone en camino para regresar a casa.
Pero no ha recorrido ni medio kilómetro cuando se topa en el camino con una Zorra, que cojea de un pie, y con un Gato, ciego de los dos ojos. Pinocho les cuenta su vida, y les termina mostrando las cinco monedas de oro. Ante el rumor de las monedas el Gato abre unos ojos como platos, y la Zorra le pregunta si quiere multiplicar sus monedas de oro, y le propone ir con ellos al País de los Panolis.
— Hay que saber que en el País de los Panolis hay un campo bendito, al que todos llaman Campo de los Milagros. Tú practicas un pequeño hoyo en este campo y metes dentro, por ejemplo, un ducado de oro. Luego, cubres el hoyo con algo de tierra, lo riegas con dos baldes de agua de lluvia, le echas una pizca de sal y por la noche te vas tranquilamente a la cama. Mientras, durante la noche, el ducado germina y florece, y a la mañana, tras la salida del sol, al regresar al campo, ¿con qué te encuentras? Te encuentras un bonito árbol cargado con muchos ducados de oro, tantos como granos de trigo puede contener una hermosa espiga en el mes de junio.
Y Pinocho, olvidándose inmediatamente de los buenos propósitos que había hecho, de su padre, de comprarle una chaqueta nueva y otro abecedario, se va con ellos.
Cuando ya oscurece llegan a la Posada de la Gamba Roja, y allí se detienen para comer un bocado y descansar un rato. La Zorra dice que a medianoche retomarán el camino. Cenan como bestias y se van a descansar.
A medianoche despiertan a Pinocho, pero el posadero le dice que sus compañeros se han ido hace dos horas. Pinocho paga la cuenta y se pone en camino, a ciegas, porque todo está muy oscuro.
Mientras, al caminar, vio en un tronco de un árbol a un animalillo que brillaba con una luz pálida y opaca, como un quinqué metido en una lámpara de porcelana transparente.
— ¿Quién eres? —Le preguntó Pinocho.
— Soy la sombra del Grillo Parlante. —Respondió el animalillo con una vocecita tenue que parecía venir del mundo del más allá.
— ¿Qué quieres de mi? —Preguntó la marioneta.
— Quiero darte un consejo. Da media vuelta y lleva los cuatro ducados que te han quedado a tu pobre papá, que llora y se desespera por no verte.
— Mañana mi papá será un gran señor, porque estos cuatro ducados se convertirán en dos mil.
— No te fíes hijo mío de aquellos que prometen hacerte rico de la noche a la mañana. Normalmente o están locos o son unos liantes. Hazme caso, regresa.
Pero Pinocho quiere seguir adelante. El Grillo Parlante se apaga de golpe, como se apaga una candela al soplar, y el camino queda más oscuro que antes.
En aquel momento le parece oír a su espalda un levísimo murmullo de hojas. Se vuelve para mirar y ve en la oscuridad a dos figurones negros arrebujados en dos sacas de carbón que corren detrás de él de puntillas, como si fueran dos fantasmas. Entonces se mete las monedas en la boca e intenta escapar, pero no ha dado todavía el primer paso cuando siente que lo agarran por los brazos y oye dos voces horrendas y cavernosas que le piden la bolsa o la vida.
Pinocho hace gestos de que no tiene dinero, pero le dicen que les dé el dinero o le matarán a él y luego a su padre. Entonces Pinocho dice que a su padre no, y en ese momento los ducados le suenan dentro de la boca.
Uno de ellos aferró a la marioneta por la punta de la nariz y el otro por la barbilla, y entonces empezaron a tirar descaradamente de un lado y de otro, hasta obligarlo a abrir la boca. Pero no hubo manera. La boca de la marioneta parecía atrancada y remachada. Entonces, el asesino más pequeño, tras sacar un gran cuchillo, trató de clavárselo como una palanca o un puntero entre los labios. Pero Pinocho, vivo como el rayo, le adentelló la mano con los dientes, y, tras habérsela cercenado limpiamente de un mordisco, la escupió. Imaginad su asombro cuando, en lugar de una mano, se apercibió que había escupido una zarpa de gato.
Pinocho huye por el campo. Tras una carrera de quince kilómetros ya no puede más. Finalmente llega sin resuello a la puerta de una casita blanca. Llama a la puerta pero nadie responde. Al insistir se asoma entonces a la ventana una hermosa niña con el pelo turquesa y el rostro blanco, como una imagen de cera. Los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho.
La niña, sin mover los labios ni un ápice, dice con una voz que parece salida de otro mundo que en esa casa no hay nadie, que están todos muertos. Pinocho le dice entonces que le abra ella, y la niña contesta que también está muerta y cierra la ventana.
En ese momento le atrapan los asesinos. Sacan dos cuchillotes bien largos y afilados como navajas y le asestan dos golpes en plenos riñones. Pero la marioneta está hecha de una manera muy recia, y las hojas se rompen en mil astillas. Entonces deciden colgarle. Le atan las manos a la espalda y, tras pasarle un nudo corredizo en torno a la garganta, lo cuelgan de la rama de un roble. Pasadas tres horas Pinocho sigue manteniendo los ojos abiertos, la boca cerrada y patalea más que nunca. Así que se van diciendo que volverán cuando esté bien muerto y con la boca bien abierta.
Entre tanto se había levantado un viento impetuoso de Tramontana que, soplando y mugiendo con rabia, azotaba por todas partes al pobre colgado, haciéndole ondear violentamente como el badajo de una campana que dobla para la fiesta. Y aquel vaivén le causaba una angustia tremenda. Y el nudo corredizo, estrechándose cada vez más en torno a la garganta, le cortaba la respiración. Poco a poco los ojos se le fueron nublando, y, aunque sentía que la muerte le rondaba, también esperaba que de un momento a otro apareciera algún alma caritativa para ayudarle. Pero cuando sin dejar de esperar vio que no aparecía nadie, pero es que nadie, entonces le volvió a la mente su pobre padre, y balbuceó, casi moribundo:
— ¡Papá mío! ¡Si estuvieras aquí!
No le quedó resuello para decir más. Cerró los ojos. Abrió la boca. Estiró las piernas y dando una gran sacudida se quedó allí, como paralizado.
La hermosa niña del pelo turquesa se asoma de nuevo a la ventana, y, compadeciéndose al ver a Pinocho, bate las manos tres veces y da tres golpecitos. Ante dicha señal se oye un gran rumor de alas y un gran halcón se posa sobre el alféizar de la ventana y pregunta: “¿Qué dispone mi graciosa Hada?”
Y es que la niña de pelo turquesa no es sino que un hada buenísima, que desde hace más de mil años vive en las cercanías de aquel bosque. El Hada le pide que rompa con su imponente pico la cuerda que suspende a Pinocho. En casa le atienden tres médicos que le recetan una medicina muy amarga. Pinocho se resiste a tomarla y no hay forma de que lo haga. El hada le dice que si no se la toma se morirá, y Pinocho contesta que prefiere morir a beberse ese mejunje.
En aquel momento se abre de par en par la puerta de la habitación y entran cuatro conejos, negros como la pez, que cargan sobre sus hombros un pequeño ataúd. Le dicen a Pinocho que vienen a por él.
Pinocho entonces toma el vaso con ambas manos y lo vacía de un trago, y se cura en seguida. Entonces el Hada le pide que le cuente su historia, y Pinocho lo hace. Cuando termina el hada le pregunta dónde tiene las monedas.
— Las he perdido. —Respondió Pinocho.
Pero era mentira, porque de hecho las llevaba en el bolsillo. En cuanto soltó la mentira, su nariz, que ya era larga, le creció de golpe unos cinco centímetros más.
— ¿Y dónde las has perdido?
— En el bosque de aquí cerca.
Con esta segunda mentira la nariz siguió creciendo
— Si las has perdido en el bosque cercano —dijo el Hada— las buscaremos y las encontraremos. Porque todo lo que se pierde en el bosque cercano siempre se encuentra
— ¡Ah! ¡Ahora que lo recuerdo! —Replicó la marioneta haciéndose un lío— Las cuatro monedas no las he perdido, pero sin darme cuenta me las he tragado mientras bebía la medicina.
Con la tercera mentira la nariz se le alargó de manera tan extraordinaria que el pobre Pinocho ya no podía darse la vuelta de ningún modo. Si se volvía hacia un lado la nariz golpeaba contra la cama o en los cristales de la ventana. Si se volvía hacia el otro golpeaba contra las paredes. Si levantaba un poco la cabeza corría el riesgo de introducirla en un ojo del Hada.
El Hada deja que la marioneta llore y grite una buena media hora a causa de aquella nariz suya que no pasa por la puerta de la habitación, para que se le quite la costumbre de contar mentiras, el peor vicio que puede tener un chaval. Luego da una palmada y entran por la ventana un millar de grandes pájaros llamados picos, que, posándose en la nariz de Pinocho, empiezan a picoteársela hasta que la nariz recobra su tamaño natural.
El Hada le dice que ha avisado a su papá, y que antes de que anochezca estará allí. Pinocho salta de alegría y dice que quiere salir a su encuentro. Se despide del Hada y se va. Pero en cuanto penetra en el bosque se encuentra a la Zorra y al Gato que se hacen los encontradizos.
Pinocho les cuenta todo lo que le ha pasado y ellos le dicen que si todavía tiene el dinero podría sembrarlo en el Campo de los Milagros, y que si siembra en seguida las cuatro monedas pasados unos minutos recogerá dos mil y esa misma noche regresará con los bolsillos llenos.
Llegaron a una ciudad llamada Engañabobos. Una vez en la ciudad, Pinocho vio todas las calles pobladas de perros andrajosos que bostezaban de hambre, de ovejas esquiladas que temblaban de frío, de gallinas sin cresta y sin papada que pedían un grano de maíz como limosna, de grandes mariposas que ya no podían volar porque habían vendido sus bellísimas alas de colores, de pavos reales sin cola que se avergonzaban de que les vieran y de faisanes que marchaban calmos y que se dolían de sus resplandecientes plumas de oro y plata perdidas ya para siempre.
En medio de esta multitud de pedigüeños y miserables avergonzados, pasaban de vez en cuando algunas carrozas señoriales con una zorra dentro, o una urraca, o algún pajarraco de rapiña.
Cruzan la ciudad y se detienen en un campo. Pinocho excava con las manos una pequeña fosa, mete dentro las cuatro monedas de oro y luego recubre la fosa con un poco de tierra. Se va a una acequia cercana, se quita una pantufla y tras llenarla de agua riega la tierra.
Entonces la Zorra dice que regrese dentro de veinte minutos y hallará un arbolito ya crecido y con las ramas cargadas de monedas. La pobre marioneta, muy contenta, da mil veces las gracias a la Zorra y al Gato y se despide.
Pinocho regresa a la ciudad y cuando se ha cumplido el plazo vuelve, pero no ha crecido ningún arbolito. Entonces oye una gran risotada, y volviéndose hacia arriba ve encima de un árbol a un gran papagayo. Pinocho le pregunta de qué se ríe, y el papagayo contesta que de los papanatas que se creen todas las necedades y que se dejan engatusar por los que son más listos.
Pinocho se va directo al tribunal para denunciar el robo.
El juez es un simio de la raza de los gorilas y, después de escuchar la historia de Pinocho, le condena a cuatro meses de cárcel.
En cuanto sale retoma el camino de la casita del Hada.
Una vez estuvo en el camino principal, se volvió hacia abajo para mirar a la llanura, y a simple vista vio perfectamente el bosque en el que desgraciadamente había encontrado a la Zorra y al Gato; vio, entre los árboles, descollar la copa del Roble Grande, de donde le habían colgado por el cuello; pero, mirando en derredor, no le resultó posible ver la casita de la hermosa niña del pelo turquesa.
Entonces experimentó una suerte de triste presentimiento y, echándose a correr con todas las fuerzas que le quedaban en las piernas, se vio en pocos minutos en el prado en el que antes estaba la casita blanca. Pero la casita blanca ya no estaba. Había en cambio una lápida de mármol sobre la que se leían en mayúsculas estas dolorosas palabras: AQUÍ YACE LA NIÑA DEL PELO TURQUESA, MUERTA DE DOLOR POR HABER SIDO ABANDONADA POR SU HERMANITO PINOCHO.
Pinocho cae de bruces y estalla en un llanto inconsolable. Llora toda la noche, y al alba sigue llorando. Entre tanto pasa por el aire un gran palomo que, deteniéndose con las alas extendidas, le grita desde gran altura que si conoce a una marioneta que se llama Pinocho. Y cuando Pinocho le dice sorprendido que es él, el palomo le dice que entonces conocerá también a Geppetto, y le cuenta que le dejó hace tres días en la playa, fabricando una barquita para cruzar el océano para buscarle en los lejanos países del nuevo mundo.
La playa está a mil quilómetros, pero Pinocho se sube a lomos del palomo que vuela tan alto que casi toca las nubes. La playa está llena de gente que grita y gesticula mirando al mar porque la barquita de Geppetto está muy lejos, hay muy mala mar y está a punto de naufragar.
Mientras, la barquita, azotada por la furia del oleaje, ora desaparecía ante los embates del mar, ora volvía a flotar; y Pinocho, de puntillas sobre un alto escollo, no cesaba de llamar a su papá por su nombre y de hacerle señales con las manos y con un pañuelo y hasta con la gorra que se ponía en la cabeza.
Y pareció que Geppetto, aunque muy lejos de la playa, reconoció al hijito, pues él también se quitó la gorra y, a fuerza de gestos, le dio a entender que habría regresado de buena gana a la orilla, pero el mar estaba tan agitado que le impedía mover los remos y aproximarse a tierra.
Pinocho se tira al agua para ir a salvar a su papá. Al ser de madera flota con facilidad y nada como un pez. Nada toda la noche, y al alba ve una isla. No hay nadie. De pronto ve pasar a poca distancia de la orilla a un gran pez que va tranquilamente ocupado en sus cosas, con toda la cabeza fuera del agua. Pinocho le pregunta si ha encontrado por el mar una barquita con su papá dentro. El pez le dice que seguro que se lo ha tragado el terrible Escualo que desde hace unos días ha llegado para propagar el exterminio y la desolación en esas aguas. Es más grande que un edificio de cinco plantas, y tiene una bocaza tan grande y profunda que podría tragarse sin problemas todo el ferrocarril con la locomotora en marcha.
Pinocho empieza a andar por un sendero hasta que llega a un pueblecito llamado País de las Abejas Industriosas. Todo el mundo corre de aquí para allá con sus quehaceres. Todos trabajan, todos tienen algo que hacer. No podías encontrar un ocioso o un vagabundo ni aunque lo buscaras con una lupa.
— Ya veo —dijo en seguida el holgazán de Pinocho—: este lugar no es para mí. Yo no nací para trabajar.
Mientras, el hambre lo atormentaba porque ya había pasado veinticuatro horas sin comer nada, ni siquiera un tentempié de migas.
No le quedaban más que dos modos de matar el hambre: buscar trabajo o pedir cuatro cuartos o un bocado como limosna. Le avergonzaba pedir limosna, porque su papá le había predicado que la limosna solo tienen derecho a pedirla los viejos y los enfermos.
Los auténticos pobres de este mundo, merecedores de asistencia y de compasión, son aquellos que, por edad o enfermedad, se ven condenados a no poder ganarse el pan con el trabajo de sus propias manos.
Todos los demás tienen la obligación de trabajar; y si no trabajan y pasan hambre, peor para ellos.
Le pide unas monedas a unas veinte personas, pero todas le responden que si no le da vergüenza. Hasta que por fin pasa una buena mujercita que lleva dos garrafas de agua. Pinocho le pide un sorbo de agua, y ella se lo da. Luego le pide algo de comer, y la mujer le dice que si le ayuda a llevar a casa una de las garrafas le dará un buen trozo de pan, un buen plato de coliflor con aceite y vinagre y un dulce relleno de anís. Pinocho termina accediendo. Pinocho no come, ¡devora!
Cuando levanta la cabeza para dar las gracias a su benefactora suelta un infinito «oh» de asombro, y permanece allí encantado, con los ojos bien abiertos, con el tenedor suspendido en el aire y la boca llena de pan y coliflor.
— Usted es… —respondió Pinocho balbuceando—, usted es…, usted es…, es que me parece…, usted me recuerda…, sí, sí, sí…, la misma voz…, los mismos ojos…, los mismos cabellos…, sí, sí, sí…, también usted tiene los cabellos turquesa… como ella… ¡Oh, Hadita mía!… ¡Oh, Hadita mía!… ¡Dime que eres tú, tú de verdad!… ¡No me hagas llorar más! ¡Si supieras! ¡He llorado tanto, he sufrido tanto!
Mientras hablaba Pinocho lloraba a moco tendido, y arrodillándose abrazaba las rodillas de aquella misteriosa mujercita. La dejó cuando era una niña y la reencuentra como mujer, casi podría ser su madre. Pinocho le dice que quiere dejar de ser una marioneta y que quiere convertirse en un hombre. Entonces el Hada le dice que se lo tiene que merecer. Ser un niño formal, obediente, que no mienta. Pinocho promete que lo va a hacer, que quiere ser el consuelo de su papá. Y el Hada le dice que está segura de que algún día volverá a ver a su papá.
Pinocho le cuenta el dolor que sintió cuando vio su lápida, y ella le contesta que la sinceridad de su dolor le hizo saber que tiene buen corazón, y de los niños de buen corazón, aunque traviesos y mal acostumbrados, hay siempre algo bueno que esperar. O sea, siempre se puede esperar que retomen el camino correcto.
Al día siguiente Pinocho acudió a la escuela municipal. Imaginad a esos pillastres cuando vieron entrar en su escuela a una marioneta. Estalló una risotada interminable. Uno le hacía una broma y otro una peor. Le quitaban la gorra, le tiraban de la chaquetilla por detrás, alguno trataba de pintarle con tinta unos grandes bigotes, y hasta había quien se atrevía a atarle unos hilos en manos y pies para hacerle bailar.
De entrada Pinocho se mostró desenvuelto y no hizo caso, pero al final, sintiendo que se le acababa la paciencia, se revolvió contra aquellos que más le chinchaban y se reían de él, y les dijo con expresión severa:
— Ojo, chicos, yo no he venido aquí para ser vuestro bufón. Yo respeto a los demás, y quiero que me respeten.
Y consigue hacerse respetar. Pinocho es un alumno atento, estudioso, inteligente. Siempre el primero en entrar a la escuela, siempre el último en ponerse de pie cuando termina la jornada escolar. Su único defecto es que se junta con demasiados compañeros, y entre ellos hay varios revoltosos muy conocidos por sus pocas ganas de estudiar y de lucirse.
Un día sus amigos le dicen que en el mar se ha visto a un Escualo grande como una montaña, y tientan a Pinocho para ir a verlo. El grupo de diablillos, con sus libros y cuadernos bajo el brazo, echan a correr campo a través, pero en la playa no ven nada. Por las risas de sus compañeros Pinocho se da cuenta de que se la han jugado de mala manera. Empiezan a discutir y terminan pegándose.
Pinocho se maneja tan bien con sus durísimos pies de madera, que se mantiene siempre a una respetable distancia de sus enemigos. Entonces, los chicos empiezan a arrojarle los libros escolares.
Entre estos libros había un volumen en cartoné, con el lomo y las puntas de pergamino. Se trataba de un tratado de aritmética. Dejo a vuestra imaginación lo que pesaba aquello. Uno de aquellos demonios aguantó el libro, y, apuntando a la cabeza de Pinocho, lo arrojó con toda la fuerza de su brazo. Pero, en lugar de acertar a la marioneta, dio en la cabeza de uno de sus compañeros, y este se puso blanco como una sábana limpia y no dijo más que estas palabras:
— ¡Oh madre mía! ¡Ayúdame, que me muero!
Entonces se desplomó sobre la arena de la orilla. Al ver a aquel pequeño difunto, los chicos, asustados, escaparon a correr y en pocos minutos ya no se les veía.
Pero Pinocho se quedó allí, y aunque por el dolor y por el espanto también él estuviera más muerto que vivo, acudió a empapar su pañuelito en el agua del mar y se dispuso a humedecer la sien de su pobre compañero de escuela. Mientras, llorando a moco tendido y desesperado, le llamaba por su nombre.
Entonces llegan dos guardias, y claro, no se creen la versión de Pinocho y se lo llevan detenido.
Pinocho no puede pasar bajo las ventanas de la casa de su buena Hada entre los dos guardias; así que echa a correr, y los guardias le azuzan un mastín que le persigue, hasta que Pinocho logra tirarse al agua.
El mastín se mete en el agua para pillarle pero casi se ahoga, y Pinocho le salva y le lleva a la orilla antes de perderse en el mar nadando.
Del agua lo saca un pescador, que lo confunde con un pescadito y lo enharina entero para echarlo a la sartén. Pero, justo cuando lo va a freír, llega el mastín y le salva, devolviéndole el favor.
Pinocho vuelve a casa del Hada, que le vuelve a perdonar y de hecho le dice que al día siguiente pensaba organizar una fiesta para celebrar que, al fin, va a dejar de ser una marioneta para convertirse en un niño de verdad.
Quien no viera el gozo de Pinocho ante esta noticia tan anhelada, no podrá jamás imaginarlo. Todos sus amigos y compañeros de escuela debían ser invitados al día siguiente a una gran merienda en casa del Hada, para festejar juntos el gran evento. Y el Hada hizo preparar doscientas tazas de café con leche y cuatrocientos panes untados con mantequilla por ambas caras. Aquel día prometía ser muy hermoso y alegre, pero… Lamentablemente, en la vida de las marionetas hay siempre un pero que lo arruina todo.
En poco más de una hora invita a todos sus amigos. Entre amigos y compañeros de escuela cuenta con uno predilecto y muy querido que se llama Romeo, pero al que todos llaman larguirucho. Es el chico más desganado y pillín de toda la escuela, pero Pinocho le tiene un gran cariño. Le encuentra escondido bajo el portal de una casa de labranza; le cuenta que está esperando un carro que le va a llevar al País de Jauja, donde no hay escuelas, no hay maestros, no hay libros, no se estudia jamás y los días transcurren divirtiéndose de la mañana a la noche.
Larguirucho le dice que se vaya con él, y al principio Pinocho duda, dice que no; pero su amigo insiste, y Pinocho cada vez duda más. Cuando llega el carro Pinocho dice que se va a casa, pero al final, tanto le insisten, que se sube en uno de los burros que tira del carro.
Mientras los borricos galopaban y el carro corría sobre los guijarros de la calle Mayor, a la marioneta le pareció oír una voz apocada y apenas inteligible que decía: — Pobre tarugo, lo has querido hacer a tu manera, pero te arrepentirás.
Pinocho casi asustado, miró en derredor para ver de dónde prevenían aquellas palabras, pero no vio a nadie; los borricos galopaban, el carro avanzaba, los chicos en su interior dormían. Larguirucho roncaba como un lirón y el Hombrecillo, sentado en el pescante canturreaba entre dientes: Todos duermen por la noche, y yo no duermo jamás…
Recorrido otro medio kilómetro, Pinocho oyó la misma voz tenue que le decía: — Piénsalo bien, diablillo, los niños que dejan de estudiar y le dan la espalda a los libros, a la escuela y a los maestros para entregarse del todo a las gansadas y a las diversiones no pueden más que acabar mal. Lo sé por experiencia, y así te lo digo. Llegará un día en que tú también llorarás como ahora lloro yo, pero ya será tarde.
Al alba llegan al País de Jauja. Este país no se parece a ninguno otro del mundo. Su población está enteramente compuesta de niños; los más viejos tienen catorce años, los más jóvenes apenas ocho. En las calles reina la alegría. Hay bandadas de diablillos por todas partes; unos juegan a las canicas, otros al tejo, al balón; unos van en velocípedos, otros montados en caballitos de madera. En todas las plazas se ven teatrillos de tela atestados de niños de la mañana a la noche.
Pinocho, Larguirucho, y todos los otros niños que han viajado con el Hombrecillo, nada más poner el pie en la ciudad se introducen inmediatamente en la bulla, y en pocos minutos se han hecho amigos de todos.
Cinco meses después, Pinocho, al despertar, tiene una desagradable sorpresa: las orejas le han crecido más de un palmo, orejas de burro.
Se pone a llorar, a chillar, a darse de cabezazos contra la pared. Pero cuanto más se desespera más crecen sus orejas peludas en la punta. Una marmotita, que vive en el piso de arriba, le dice que dentro de dos o tres horas se convertirá en un auténtico borrico.
¿Habéis entendido ahora, mis pequeños lectores, a qué bonito trabajo se dedicaba el Hombrecillo? Este horrible engendro que exhibía un aire tan almibarado, iba de vez en cuando con un carro a rondar por el mundo: de camino, recogía con promesas y zalamerías a todos los niños gandules que se aburrían de los libros y de las escuelas, y después de cargarlos en el carro los conducía al País de Jauja para que pasaran todo el tiempo entre juegos, juergas y diversiones. Cuando luego esos pobres chavales ilusos, a fuerza de vaguear todo el tiempo y de no estudiar nunca, se convertían en borricos, entonces, alegre y contento, se apoderaba de ellos y los iba a vender a ferias y mercados. Y de ese modo, en pocos años, había amasado una fortuna y se había hecho millonario.
Larguirucho es comprado por un campesino, y Pinocho es vendido al director de una compañía de payasos y saltimbanquis que lo quiere amaestrar y hacerle saltar y bailar.
Pinocho se ve sometido desde los primeros días a una vida durísima y extenuante, y, en uno de los saltos en el circo, se lesiona las patas traseras. El director se lo vende entonces a un hombre que lo quiere convertir en un tambor para la banda de su pueblo.
Conduce al borrico hasta la orilla del mar y, tras colgarle una piedra al cuello y atarlo por una pata con una soga, lo arroja al agua.
Cincuenta minutos después tira de la soga, y lo que saca es una marioneta viva que se debate como una anguila. Nada más soltar la soga Pinocho se tira al agua de nuevo y se aleja mar adentro.
De pronto Pinocho ve, en medio del mar, un escollo que parece de mármol blanco, y en la cima del escollo a una hermosa ovejita que le hace señas para que se acerque. La lana de la ovejita es de un color turquesa fulgurante que recuerda enormemente a los cabellos de la hermosa niña.
¡Os dejo que decidáis vosotros si el corazón del pobre Pinocho se puso a palpitar más fuerte! Redoblando sus fuerzas y su energía, se puso a nadar hacia el escollo blanco; y estaba ya a mitad del camino cuando salió del agua para venir a su encuentro una horrenda cabeza de monstruo marino con la boca abierta como una vorágine y tres hileras de colmillos que asustarían con solo verlas pintadas.
¿Y sabéis quien era aquel monstruo marino? Aquel monstruo marino era ni más ni menos que el gigantesco Escualo que ya hemos recordado varias veces en este relato y al que, por sus estragos y su insaciable voracidad, apodaban el Atila de peces y pescadores.
El monstruo le engulle con tal violencia que Pinocho se precipita al fondo de su cuerpo, donde hay solo oscuridad. Empieza a llorar y a gritar, y llorando pide ayuda. Le contesta un atún, que también ha sido devorado por el Escualo, que le dice que no hay nada que hacer y que serán digeridos por el monstruo.
A Pinocho le parece ver una especie de claridad en lontananza. Empieza a caminar a tientas dentro del cuerpo del Escualo hacia aquella leve claridad. Encuentra una mesita puesta con una vela encendida metida en una botella de cristal verde, y sentado a la mesa a un viejecito todo blanco, como si fuera de nieve o de nata montada, que está allí mordisqueando unos pececitos vivos, pero tan vivos que por momentos, cuando se los come, hasta le saltan de la boca.
Ante aquella visión el pobre Pinocho tuvo una alegría tan grande e inesperada que por poco no se sumió en el delirio. Quería reír, quería llorar, quería decir un montón de cosas, pero en cambio maullaba confusamente y balbucía medias palabras sin sentido.
Por fin, logro soltar un aullido de alegría y, extendiendo los brazos y arrojándose al cuello del vejete, empezó a gritar: — ¡Oh, papaíto mío! ¡Por fin le encuentro! ¡De ahora en adelante no le abandono más, nunca más, nunca más!
Pinocho le cuenta toda su historia, y Geppetto le dice que lleva ya dos años dentro del Escualo. Entonces Pinocho le propone llegar hasta la boca del monstruo, porque duerme con la boca abierta, y así escaparse sin hacer ruido. Pero Geppetto le dice que no sabe nadar, y Pinocho promete llevarle en sus hombros hasta la playa. Y así lo hacen. Tan pronto como Geppetto se acomoda sobre los hombros de su hijo, Pinocho se arroja al agua y empieza a nadar.
Pero la playa está muy lejos, tanto que Pinocho empieza a agotarse y piensa que allí se va a acabar todo y se van a ahogar. Pero de pronto el atún, su compañero de cautiverio en la panza del Escualo, que ha conseguido escapar igual que ellos, y gracias a ellos, les ayuda a llegar hasta la orilla.
Se ponen a caminar hasta llegar a una bonita cabaña toda de paja y con el tejado de teja y ladrillo, es la cabaña del Grillo Parlante.
— ¡Oh! Mi querido Grillito —dijo Pinocho saludando graciosamente.
— Ahora me llamas tu querido Grillito ¿verdad? ¿Pero te acuerdas de cuándo, para echarme de tu casa, me arrojaste el mango de un martillo?
— ¡Tienes razón Grillito! Échame a mí también, arrójame el mango de un martillo, pero ten piedad de mi pobre papá.
— Tendré piedad del papá y también del hijito; pero he querido recordarte aquella grosería para enseñarte que en este mundo, cuando se puede, hay que mostrarse cortés con todos, si esperamos que nos honren con la misma delicadeza cuando lo necesitemos.
Pinocho le pregunta dónde puede conseguir comida para su padre, y el Grillo le dice que tal vez se la dé el agricultor Giangio que vive muy cerca y tiene unas vacas.
Pinocho va hasta allí y le pide un vaso de leche. Giangio le dice que si no tiene dinero puede ponerse a dar vueltas a la noria para subir agua de la cisterna para regar la huerta, su borrico está agonizando. Cuando Pinocho se va a ver al borrico se da cuenta de que es su amigo Larguirucho, y los dos lloran al reencontrarse.
Por cada cien cubos que suba, Giangio le regalará un vaso de leche. Pinocho se pone manos a la obra, pero antes de subir los cien cubos está empapado de sudor de la cabeza a los pies.
Y desde aquel día en adelante, siguió durante cinco meses levantándose todas las mañanas antes del alba, para ir a darle vueltas a la noria y ganarse de este modo aquel vaso de leche que tanto le convenía a la achacosa salud de su papá. Y, no satisfecho con esto, con el tiempo, también aprendió a fabricar cestos y canastos de junco, y con el dinero que ganaba proveía con gran juicio en todos los gastos diarios. Entre otras cosas construyó un elegante carrito para sacar de paseo a su papá en los días apacibles y que le diera un poco el aire. Además, pasaba las noches ejercitándose en la lectura y la escritura.
Una mañana, comprando en el mercado, se entera de que su querida Hada yace en un camastro de un hospital; ha enfermado gravemente y ya no tiene un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Pinocho le hace llegar cuarenta ducados que iba a utilizar para comprarse un traje nuevo, y desde entonces trabaja cinco horas más para mantener también a su buena mamá. Aquella noche en lugar de hacer ocho canastos de junco hizo dieciséis, y luego se fue a dormir.
Y ahora imaginad su asombro cuando, al despertar, se dio cuenta de que ya no era una marioneta de madera, sino que se había convertido en un niño como los demás. Echó una ojeada en derredor y, en lugar de las paredes de paja de la cabaña, vio una bonita estancia amueblada y arreglada con una simplicidad casi elegante. Saltando de la cama, halló preparado un bonito vestuario todo nuevo, una gorra nueva y un par de botines de piel que le iban que ni pintados.
En un bolsillo encuentra un pequeño portamonedas de marfil en el que están escritas estas palabras: «el Hada del pelo turquesa restituye a su querido Pinocho los cuarenta ducados, y da mil gracias por su buen corazón». Tras abrir la cartera, en lugar de cuarenta ducados de cobre brillan allí cuarenta flamantes cequíes de oro.
Pinocho se mira en el espejo, y le parece que es otra persona; es un apuesto muchacho de pelo castaño, ojos celestes y un aire risueño. En la habitación contigua haya al viejo Geppetto sano, avispado y de buen humor como antaño, y ha retomado su viejo oficio de carpintero. Pinocho, colgándose de su cuello y cubriéndolo de besos, le pregunta qué ha pasado.
— Este cambio imprevisto en nuestra casa es todo mérito tuyo —dijo Geppetto.
— ¿Por qué mérito mío?
— Porque cuando los niños malos se vuelven buenos tienen la virtud de renovar y alegrar la vida de sus familias.
—Y el viejo Pinocho de madera, ¿dónde se habrá escondido?
— Ahí lo tienes —respondió Geppetto, señalando una gran marioneta apoyada en una sillita, con la cabeza ladeada, los brazos colgando y las piernas cruzadas y medio dobladas, que hasta parecía un milagro que se aguantara erguido.
Pinocho se volvió a mirarlo. Y después de mirarlo un poco, dijo para sí con gran satisfacción: «¡Qué gracioso era como marioneta! ¡Y qué contento estoy de haberme convertido en buen muchacho!».
Las aventuras de Pinocho. Película
De la obra «Las aventuras de Pinocho» se han realizado más de veinte adaptaciones para una película, entre las que se incluyen:
Pinocho | Disney’s Pinocchio | 1940
La película animada de Disney de 1940, aunque se trata de una adaptación libre de la historia de Carlo Collodi, está considerada una pieza maestra dentro del cine de la animación. De hecho se le ha etiquetado de «culturalmente importante» por la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, y está seleccionada para su preservación en el Registro de Películas del mencionado país. Ganó 2 Oscars: Mejor canción y banda sonora original. ⇒Ver película completa⇐
Las aventuras de Pinocho | Le avventure di Pinocchio | 1972 | Miniserie de TV
Adaptación televisiva del cuento de Pinocho dirigida por el cineasta italiano Luigi Comencini. En el siglo XIX, en un pueblo toscano, un pobre carpintero llamado Geppetto construye un títere al que llama Pinocho, el cual, sorprendentemente empieza a moverse y hablar por su cuenta. Una noche, un hada se aparece a Pinocho y le promete que algún día podrá ser un niño de carne y hueso. Para su estreno en cines se redujo el montaje a 134 minutos.
Las fantasías de Pinocho | Un burattino di nome Pinocchio | 1972
Película de animación de origen italiano que fue estrenada en 1972. Está basada en Las aventuras de Pinocho (novela) de Carlo Collodi. Se trata de la obra más conocida del animador italiano Giuliano Censi.
Pinocho | 1986
Película Argentina filmada en Eastmancolor. Se trata de una comedia musical, basada en el cuento del célebre muñeco, dirigida por Alejandro Malowicki. Se estrenó el 4 de diciembre de 1986 y tuvo como actores principales a Soledad Silveyra, Gianni Lunadei, María Vaner y Cristina Banegas.
Pinocho | Pinocchio | 1993
Película infantil animada basada en la novela infantil Pinocho de Carlo Collodi, conocida también como La leyenda de Pinocho. Fue dirigida por Masakazu Higuchi y Chinami Namba, y se estrenó en video-casete el 11 de abril de 1992.
Pinocho | Pinocchio | 2002
Adaptación de la novela Las aventuras de Pinocho dirigida y protagonizada por Roberto Benigni, quien también participa en el guion (con Vincenzo Cerami) y la producción.
P3K: Pinocho 3000 | P3K: Pinocchio 3000 | 2004
Una interpretación de ciencia ficción futurista de la novela clásica de 1883 «Las aventuras de Pinocho» de Carlo Collodi.
Año 3000. Gepetto es un genial inventor de la ciudad de Scamboville que crea a Pinocho: un pequeño robot con la personalidad de un niño de carne y hueso. Pinocho está dispuesto a cualquier cosa para conseguir su sueño: convertirse en un niño de verdad. Geppetto no comprende por qué el malvado alcalde está tan celoso de él, cuando tiene una hija maravillosa. Pero el noble Gepetto no comparte ese sentimiento de odio, más bien compadece del alcalde, lo que hace enfurecer más aún a Scamboli.
Pinocho | Pinocchio | 2019
Adaptación de la clásica historia del muñeco de madera llamado Pinocho, que desea ser un niño de carne y hueso. ⇒Ver película completa⇐
Fuente: “Un libro una hora”, de Cadena ser (10/05/2020) | Ilustraciones de “Las Aventuras de Pinocho” originales de Carlo Chiostri.
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